Toda mi vida me la he pasado analizando esta materia y no he hallado un razonamiento digamos lógico que me satisfaga. Entendemos que la estocada es la suerte suprema, nunca mejor definición pero, como quiera que se trate como dice su esclarecimiento, de un hado, sigue siendo un crimen que todos aquellos que no tengan esa estrella referida en el momento adecuado puedan perder todo lo que han ganado con la muleta.
Por supuesto que no cambiaré nada; ni yo ni nadie. Pero ello no me impide recapacitar al respecto para que todo el mundo comprenda aquello de que no es justo que muchos toreros, por no decir la mayoría, dependan su carrera y su vida por aquello de una estocada en un momento determinado. Por mucho que nos quieran explicar, no existe una ciencia cierta al respecto. Los toreros, como el mundo sabe, entrenan para todo y, para matar, con mayor énfasis, destrozando, incluso, el carretón con el que practican.
Yo creo que, la estocada podría definirse con total certeza con el dicho tan célebre que nos dice aquello de, suerte que tengas que el saber poco te vale. Insisto, todo depende del destino, factor determinante en la cuestión aludida pero, ¿verdad que estamos ante un crimen al comprobar que, cientos de faenas por parte de muchos diestros se han ido a la alcantarilla por marrar con el estoque? Sostengo que, al respecto, habría que buscar una solución porque, en definitiva, que se diluya una gran faena por un argumento de un segundo en que el diestro no ha tenido fortuna, eso es para estudiarlo con detenimiento.
Es cierto que, el testimonio aludido es un compromiso que el toreo tiene pendiente de toda la vida pero, ya vemos que, ni el paso de los años ha logrado que nadie sea capaz de poner un mínimo remedio para atenuar el maleficio que supone una estocada defectuosa, dejando, por consiguiente, sin premio al artista que antes de la estocada se ha jugado la vida limpiamente o, en su defecto, ha creado la obra bella e inolvidable.
Unos hablan de práctica, otros de habilidad, algunos de sagacidad o valor pero, insisto, ningún argumento vale para que tengamos una valoración exacta al respecto. Hace pocos días, en Jaén, Rafaelillo recetó una estocada fantástica, maravillosa, de la que tumbó a su enemigo en fracciones de segundo. ¿Qué ocurre que Rafaelillo es el mejor matador del mundo? Ni por asomo. Es más, el diestro murciano, en su reaparición en Jaén llevaba casi dos años sin enfrentarse a un toro y, de repente, la suerte se alió con él en uno de sus enemigos. ¿Por qué no los mató a los dos por igual? Por eso, por la suerte que yo antes aludía.
Cuando vemos la cara que se le queda a tal o cual torero tras una obra inolvidable y ha fallado con el estoque, eso es para enmarcar. No he visto jamás mayor tristeza en el rostro de un ser humano que cuando se produce esa fatalidad aludida. Muchos toreros, los que no han alcanzado el grado de figuras, saben que, por dicha circunstancia, se les ha ido un cortijo que podían haber comprado. Cuidado que, con lo que digo no quiero que se renuncie a la suerte suprema y se premie un bajonazo o tres mil pinchazos junto al que ha matado de un estoconazo hasta la bola. Nada de eso. No quiero que en los toros se aplique, como en la enseñanza, la llamada ley Celáa, la que permite que todos los gandules, burros y analfabetos, tengan la misma nota que los que han trabajado con denuedo para lograr un título que les fortifica en sus estudios.
Pero algo deberíamos de hacer, algún invento quedará por ahí pendientes para remediar dicho mal. Como decía, una cosa es premiar a los gandules estudiantes y darles el mismo tratamiento que a los que han estudiado de forma concienzuda; pero nada que ver lo uno con lo otro porque, en los toros, mediante el ejercicio de la muleta, todos los toreros trabajan por igual, unos con más o menos arte pero, insisto, que todo quede, respecto al premio, en un segundo en que te favorezca la suerte, me parece un acto terrible.
Imaginemos, para que nos hagamos una idea estableciendo una comparación, si un señor arquitecto hace un proyecto fantástico de un edificio y, a la hora de la redacción del mismo, porque al final se le ha pasado poner un acento determinado en una palabra, por dicha razón se le desestima el proyecto. Sería catastrófico, ¿verdad? Esa sería, según entiendo, la comparación que podría valernos ante todo aquello que venimos diciendo. Que cientos de faenas se hayan disipado porque el diestro de turno no ha tenido esa fracción de suerte tan definitoria es algo dantesco. Ese acento del que hablo sería el referente de todo lo antes apuntado.