Esta noble setentona que se niega a morir a pesar de los ataques que sufre constantemente por parte de propios y extraños; esta monumental septuagenaria que ha visto por fuera, crecer desmesuradamente una ciudad caótica y fascinante, y por dentro ha visto hacer el paseíllo a una gran cantidad de toreros de todas las latitudes taurinas del orbe.

Esta joya de cemento -hormigón armado- que ha sido escenario de ilusiones realizadas, ilusiones rotas, tragedias y épicas taurinas por más de siete décadas, se vestirá nuevamente de gala para festejar setenta y seis años de “vida”, este 4, 5 y 6 de febrero. Hay quien dice que todo tiempo pasado fue mejor… Yo no estoy de acuerdo con esta idea, sin embargo, en el caso específico de nuestra plaza, tengo que reconocer que sus mejores tiempos han quedado atrás, muy atrás, demasiado atrás.

Hoy en día es casi imposible verla llena, rebosando de público y aficionados como ocurría antaño en que había llenos cada domingo. Hoy, sólo en contadas ocasiones se ve colmada y, la mayoría de las veces, se le ve desolada, con una desnudez que avergüenza…

En México, sobre todo en la capital, la Tauromaquia ha sido abandonada de una manera criminal, hasta el punto de dar la idea de que agoniza; y, desafortunadamente, me parece que no hay forma de salvarla. Todo se mueve en su contra: antitaurinos, políticos y, parece increíble, los propios taurinos que se empeñan en descuidarla. Por lo pronto vayamos este fin de semana a festejar estos setenta y seis años de emociones, arte, valor, colorido y entrega en la más bella de todas las Fiestas…

Y que Dios reparta suerte.

Alberto Hernández, escultor taurino.

En la imagen, como quiera que nuestro compañero es escultor de profesión, aquí vemos el momento de cuando inmortalizó a El Pana en su escultura taurina.