Por mi condición de haber sido torero, en condición de novillero, me resulta inexplicable que, por sistema, los aficionados llamados puristas cuestionen o, en el peor de los casos, hasta odien a las figuras del toreo. Me parece un hecho tan denigrante que, sin duda alguna solo pasa en el mundo de los toros. Como digo, hablo en propiedad y lo digo sin haber alcanzado las metas que tenía en mi mente cuando estaba en la Escuela Taurina de Madrid en la que, mi maestro, Juan Antonio Alcoba Macareno me enseñó el arte del toreo y, lo que es mejor, el respeto hacia todos aquellos que habían llegado a la cima de la torería por su valía porque, ¿si no es por su valía cómo se entiende que lleguen a la cúspide de la torería, suerte al margen?

Lo confieso, en aquellos últimos años de la década de los ochenta yo aspiraba a lo más grande al tiempo que, en la escuela compartí “cartel” en calidad de compañeros con Oscar Higares, Cristina Sánchez, José Ignacio Uceda Leal, Juan Antonio Alcoba, Luis Miguel Encabo, los Pirri, así como una larga lista de hombres que, llegaron hasta donde tenían que llegar mientras yo, al igual que una inmensa mayoría nos quedábamos en el camino, pero como nos decía el maestro Manuel Martínez Molinero, sentenciando que la mayoría no llegaríamos a ser figuras pero, en su defecto nos preparó para ser buenos aficionados. Años más tarde, siendo novillero coincidí con El Juli un par de veces en el campo cuando el maestro llevaba pocos meses de alternativa y ya era figura del toreo. Me cautivó su ambición, la que demostraba, como así ha sucedido, el hecho de convertirse en una gran figura del toreo en los últimos cinco lustros. No es menos cierto que, entre los profesionales que me conocieron, todos me elogiaban por mi concepto y respeto hacia el mundo del toro en general. No debió ser cierto aquello de los elogios cuando me quedé en el camino. Errores al margen, sí que debo de confesar que un novillo me partió la femoral y me retiró para siempre de la profesión que tanto amaba.

Siempre vivirá eternamente dentro de mi ser mi paso por la escuela taurina puesto que, al margen de todo lo que aprendí como torero, allí y junto con mi padre  me forjaron para ser un buen aficionado, virtud que me permite saber respetar, admirar y ovacionar a todos los que se ponen delante del toro y, por supuesto, a los que han alcanzado la cima de la torería, sin lugar dudas, una meta muy difícil porque como decía Juan Belmonte, es más sencillo ser Papa que figura del toreo. Dicho lo cual me sigo preguntando en calidad de aficionado, ¿cómo es posible que en cualquier deporte, actividad artística u otra relevancia, los mejores son siempre ídolos admirados mientras que, los astros de la torería son cuestionados diariamente?

Estoy aquí para romper una lanza a favor de todos los toreros pero, por encima de todo a los que llegaron a lo más alto, sabedor de las múltiples dificultades que hay que sortear para llegar a la cima, todo ello contando con todos los valores que un torero debe atesorar para llegar a ser figura del toreo. ¿Ha cuestionado alguien a Leo Messi, por aquello de ser el mejor en el fútbol? Ni por asomo. Lo mismo ocurre  en toda actividad como antes decía. Los ídolos forman parte del corazón de aquellos que les idolatran que, sin duda, tienen razones fundamentadas para ello.

En aquellos años en que yo quería ser torero, uno de los grandes era José María Manzanares, Espartaco, Ortega Cano, Roberto Domínguez, etc. etc. y, como sucede ahora mismo con El Juli, Roca Rey, el mismo Morante o cualquiera de los que ostentan el galardón como figuras, todos tienen detractores al más alto nivel; los aficionados no sabemos respetar los valores de los más grandes, insisto, un error tremendo que solo se puede ver en los toros. Yo admiré a Manzanares, como al resto de sus compañeros  o incluso más pero, si me dejaban elegir, me enloquecía Curro Vázquez, por supuesto y con mi torero, por lo siglos de los siglos don Antonio Chenel Antoñete pero, mi corazón y mis sentidos daban para todo, de forma muy concreta para respetar a todo el que había llegado a lo más alto de la torería. ¿Se imagina alguien que saliera a una cancha de tenis Carlos Alcaraz y que todo el mundo le chillara? Es inconcebible. Pues llega Roca Rey a muchas plazas y, antes de torear ya está siendo cuestionado. Para colmo, tenemos una crítica, incluso miles de aficionados llamados puristas que, a veces despiadados todos ellos que, puede tener sus gustos, como los tengo yo, pero a su vez deberían de tener el suficiente respeto para todos los que se juegan la vida, no solo con los más modestos de la profesión, yo diría que mucho más con aquellos que lideran el escalafón que, un día de la vida tampoco eran nadie pero, con su esfuerzo, valor, sacrificio y tres mil situaciones de mucho dramatismo, han logrado su sueño, el mismo que yo tenía. ¿Cómo no respetarles? Yo, lo confieso, en la actualidad, me inclino, como aficionado por el toreo de Diego Urdiales, Morante, Juan Ortega y todos aquellos que huelan a arte pero, ello no me impide ver la grandeza de Roca Rey, por citar al más taquillero que, no es precisamente un torero del concepto que yo siento pero, amigos, lo confieso, cuando hace lo que hizo en Madrid el pasado domingo me quito el sombrero, porque lo que hizo en Las Ventas lo hace casi todos los días que se viste de torero.

Me siento dichoso al comprobar que en mi corazón de aficionado caben todos los toreros, posiblemente porque un día me quise jugar la vida con la ilusión de llegar a la cima, algo que no logré, pero si me siento dichoso al saber respetar a todo el que se viste de luces y, como antes decía, a todos los que han llegado a lo más alto del toreo, un lugar reservado para una minoría de elegidos que han tenido las agallas de superar toda adversidad para alcanzar su sueño.

Toros de Lidia me ha permitido poder expresar mi sentir que, por supuesto, no es otro que mi profundo respeto a la profesión de torero en todas sus vertientes, bien sea en oro o plata. No es mi intención ofender o herir a nadie, tan solo he querido mostrar mi opinión como aficionado cabal como me enseñaron en la escuela. Mis mejores deseos para todo el mundo.

Carlos del Pozo