Conocer la historia de los toreros siempre será un privilegio para que los que somos curiosos los que, por tanto, nos alimenta el recuerdo de todos aquellos que han sido grandes en la tauromaquia. El mundo de los toros siempre nos mostró hechos muy curiosos, trascendentales diría yo; en definitiva, momentos bellísimos e irrepetibles como el que quiero recordar ahora a los aficionados, algo que quizás muchos no conozcan y, los que lo supieran, que rememoren un dato muy significativo, el que nos recuerda la inspiración que siempre han producido los toros a los artistas de cualquier gremio del arte.
Siempre se dijo que la copla y los toros han ido siempre muy entroncados para respetarse e incluso amarse; muchas han sido las tonadilleras que le han dado vida a pasodobles taurinos para ensalzar un mundo tan bello e irrepetible como el que es y representa el mundo de los toros. Esto en España pero, en México ocurría lo mismo; allí, naturalmente, la coincidencia venía dada con las rancheras, la música popular mexicana de la que, uno de sus más grandes artistas, el irrepetible José Alfredo Jiménez, protagonizó junto a Juan Silveti una velada memorable la que, como decía, merece la pena contar.
Era a principios del año 1962 en que, Juan Silveti, el hijo del Tigre de Guanajuato y el padre del Rey David, toreaba aquella tarde en Guanajuato, la tierra que en aquellos momentos ya le había adoptado porque Silveti había nacido en el Distrito Federal. Las razones exactas de la concurrencia de aquella tarde en dicha plaza no las sabemos con certeza, cuentan que Silveti quería agasajar a sus amigos; es decir, el motivo concreto por el que se reunieron en dicha plaza para ver torear a Juan Silveti, nada más y nada menos que, Mario Moreno Cantinflas, Silverio Pérez, Juan Rulfo, Juan José Arreola, Lola Beltrán, Alfredo Leal, Chavela Vargas y José Alfredo Jiménez entre otros personajes de suma relevancia en México; es decir, la flor y nata de la intelectualidad del momento, amén de sus cantores más emblemáticos.
Desde antes del festejo, Juan Silveti ya había concretado con sus amigos que, aquella noche harían una fiesta en su casa guanajuatense, razón por la que acudieron al festejo las celebridades antes anunciadas. Claro que, lo que nadie sospechaba sería lo que pasaría a altas horas de la madrugada en el rancho de Silveti. Tras la apoteosis del diestro guanajuatense en que los aficionados le pasearon en hombros por toda la ciudad, muy tarde logró llegar a su domicilio en el que le esperaban sus amigos para vitorearle y aclamarle con la misma intensidad que lo hicieron los aficionados al salir del coso.
La cena que los ayudantes de Silveti habían preparado era opípara; tampoco faltó el tequila, ni los mariachis para acompañar la velada para que, todos juntos, cantaran a placer y bebieran con todo el gusto del mundo. La ocasión merecía la pena, es más, así lo requería. Juan Silveti departió con todos sus amigos; mientras Silverio le abrazaba, Cantinflas le bromeaba, Lola Beltrán se arrancaba por rancheras junto al grupo de mariachis llegado para el evento. Juan Rulfo asentía con la cabeza lo bien que lo estaba disfrutando en una noche memorable.
Al fondo del comedor, como quiere no quiere la cosa, estaban agazapados José Alfredo Jiménez y Chavela Vargas, posiblemente con algunos copas de sobra en su cuerpo. La fiesta, en todos los sentidos era a lo grande, cosa lógica con la personajes que allí se habían reunido para gozar del cariño y la amistad de Juan Silveti. Eran altas horas de la madrugada y, de repente, como si hubiera sucedido una tragedia se escuchó una voz que dijo: ¡Cállense mis cuates, por favor! Sonaba como una voz tenebrosa pero lo que nadie sospechaba era que, en aquel instante, algo grande iba a suceder, precisamente, algo que nadie esperaba, de ahí la grandeza de aquella noche irrepetible.
Como era lógico, allí se hizo un silencio sepulcral y, durante varios minutos, nadie osaba ni siquiera respirar fuerte para no romper aquel silencio que José Alfredo había pedido. ¿Qué pasó? Lo que era previsible aunque nadie de los presentes pudiera sospechar, sencillamente que, en el breve plazo de quince minutos, José Alfredo Jiménez, terminaba de escribir, en honor a Juan Silveti, una de sus más conocidas y bellas canciones, CAMINO DE GUANAJUATO, la que, en aquellos instantes, Lola Beltrán, espoleada por el propio José Alfredo se la cantaron a Silveti por vez primera, algo que extasió a los allí presentes, todo ello con la atenta mirada de Alfredo Leal. De sobra sabemos todos que, Camino de Guanajuato ha sido una de las canciones estrellas de José Alfredo que, junto con El Rey, han sido sus emblemas eternos.
Lo dicho viene a demostrar la cercanía del mundo de los toros junto a cualquier faceta del arte puesto que, siempre van de la mano todos aquellos que tienen alma de artista y, si Juan Silveti lo era, José Alfredo Jiménez no quedó nunca a la zaga, la prueba es la que he contado para nuestros lectores, la que me emocionó en su día y la que deseo que quede como un bello recuerdo en la eternidad de ambos artistas.
En la foto, el irrepetible artista, cantor y compositor, José Alfredo Jiménez.