Siempre se dijo que, mientras los futbolistas fingen todo aquello que les viene en gana cuando sufren un encontronazo con algún rival, los toreros, por el contrario, en su honestidad, hasta disimulan y, muchos, heridos con una cornada de espanto, hasta son capaces de continuar la faena y, como en algunas veces hemos visto, hasta marcharse por su propio pie a la enfermería. ¿Cabe honestidad mayor? Lo digo de forma genérica porque si profundizamos, con toda seguridad que encontraremos motivos de crítica excepto a los toros que lidian uno u otros, pero eso es otro cantar.

Ciertamente, si de gentes honestas en su profesión hablamos, los toreros se llevan la palma; y lo circunscribo cuando están en el ruedo porque fuera del mismo, cada cual, hijo de su padre y de su madre pueden ser como cualquier mortal, incluso con todos los defectos en calidad de personas como nos puede suceder a la mayoría pero, amigos, si nos centramos en su profesión, nadie en el mundo exhibe con más honestidad que los hombres que se visten de luces, un mérito que debemos de atribuirles sin la menor discusión.

Es cierto que, dentro de la profesión de torero algunos arriesgan mucho más que los demás pero, en definitiva, como dice el axioma popular, un toro puede hacerte daño hasta con el rabo. Dicho lo cual, entiendo que, hay gentes sin escrúpulos, especialmente los animalistas y demás reatas de descerebrados que son incapaces de resaltar esa virtud ante dicha a la que conocemos como honestidad. ¿Somos todos verdaderamente honestos en nuestro trabajo? Lo dudo. Y si miramos por ejemplo el mundo de los funcionarios muy pronto comprenderemos las pillerías del ser humano cuando saben que no tienen un jefe cercano que les pueda reprender en sus escaqueos cotidianos.

Pues en esto de los toros, solamente por la dignidad que exponen los toreros ante el público que ha pagado por verles, sabedores de que tienen miles de “jefes” que les enjuiciarán en su labor, su honestidad no tiene límites, hasta el punto de que, como decía, incluso sufrir una terrible cornada y permanecer en el ruedo hasta haber finiquitado a su oponente. Y todos ellos sabedores de la dignidad con la que viven, no tienen recato alguno en exponer su vida un día sí y otro también, incluso teniendo la certeza de que hasta pueden encontrar la muerte.

Cierto es que, en ocasiones, los aficionados, sin ir más lejos, nos extralimitamos con nuestros juicios ante la labor de un diestro determinado porque, para ser un buen aficionado nos tienen que caber en nuestro corazón cualquier diestro que se juegue la vida que, por naturaleza son todos. Es verdad que no todos los hombres que se visten de torero están tocados por la varita mágica del arte, cosa muy comprensible por parte de todos y, además justa. Lo digo porque si el toreo fuera solo cuestión de artistas, el escalafón estaría casi vacío por completo.

Dentro de esa amalgama de hombres dispuestos a morir si en el empeño hiciera falta, los tenemos de todos y, como se demuestra, cada cual hace su papel y, lo que es mejor, todos tienen cabida -los que la tienen, claro está- porque lo demás sería una banalidad. Luego, para colmo, para que la grandeza sea mucho mayor de lo que en verdad pensamos, algunos hombres carentes de ese arte que todos anhelamos, para contrarrestar lo uno con lo otro, tienen un valor espartano que, para mayor dicha lo exponen frente a todos que, para muchos son ilidiables y, para estos hombres aludidos, una forma muy gallarda de entregar, mediante su honestidad lo mejor que ostentan en calidad de toreros.

Insisto, criticaremos todo lo que queramos que, en ocasiones hasta nos obligan a ello los que tienen el poder, pero nadie podrá dudar de la honestidad de todo aquel que se juega la vida por el placer de sentirse torero. Podría dar miles de ejemplos de todo tipo pero, en realidad, los conocemos todos, de ahí la admiración que podemos sentir hacia unos profesionales que, repito, a veces les negamos el pal y la sal pero que si de honradez profesional hablamos, la sociedad, en su conjunto, debería tomar nota de lo que supone que a un individuo le digan que camina por el sendero de la vida con toda la honestidad del mundo. Ellos son los toreros.

En la imagen, Octavio Chacón, un torero honesto a carta cabal sin el reconocimiento que en verdad merece.