Como se demostró el pasado año fuimos capaces de superar la pandemia en todos los órdenes pero, la misma sigue vigente dentro del mundo de los toros. Si nos retrotraemos al pasado 2019 comprobamos que no hemos avanzado nada; es más, yo diría que el retroceso ha sido alarmante. Todos los aficionados creíamos que la pandemia serviría como lección para que los taurinos tomaran nota de la gravedad que ello supuso para, de tal modo, enmendar errores. Pero no, la endogamia sigue vigente en el mundillo, no se toman lecciones, nadie se percata de los errores y todo camina manga por hombro.

La situación del pasado año cuando todo rezumaba normalidad por todos los costados nos ha dado mucho que pensar. Algo se está haciendo mal para que los aficionados hayan desertizado de las plazas de toros. Salvo las excepciones de algunas tardes en Sevilla y Madrid, el resto de las ferias ha sido calamitoso. A tal efecto, me hubiera gustado mucho ver las nóminas de algunos toreros, por no decir todos, y nos hubiera dado un síncope. ¿Qué ha pasado nos preguntamos todos para que la gente no vaya a los toros? Yo diría que está clarísimo. El aficionado no está por la labor por aquello de sentirse estafado, apenas hay caras nuevas que tengan tirón de cara al gentío y, salvo Roca Rey, apenas nadie es capaz de congregar media plaza en la feria que fuere.

El drama está servido en todos los órdenes pero, los que deben –por su bien diría yo- son incapaces de reaccionar y siguen los mismos parámetros de siempre que, como es natural y lógico no sirven para el momento actual. A los organizadores taurinos, salvo excepciones que todos conocemos, les importa muy poco que haya cambio alguno, al parecer se conforman con poco y, lo poco que existe se lo quedan ellos, claro está. El toro, como tal, es uno de los grandes culpables de que la gente esté hastiada de este espectáculo mortecino que vemos a diario en las ferias.

Como millones de veces conté, nadie puede prever el juego de un toro, pero si somos todos capaces de comprobar el trapío del mismo cuando aparece en el ruedo, un hecho lamentable que nadie hace nada por repararlo y, si no existe el toro, como quiera que el aficionado no es tonto se queda en casa y aquí paz y allá gloria, el ejemplo más horrible lo tenemos en la feria de Bilbao que, cuando hace pocos años era un primor, un hervidero de aficionados pegándose por comprar una entrada, en los últimos años ha sido un fracaso con estrépito, con el permiso de Roca Rey que estuvo hecho un tío en dicha feria, pero él solo no puede arreglar tantos males como azotan a la fiesta.

Nosotros, los aficionados, criticando a lo que nos atacan desde fuera y, como se comprueba, la peor lacra la tenemos dentro de nuestra propia casa. Es cierto que tenemos que defendernos de enemigos externos, dudarlo sería una falacia. Pero la salud de la Fiesta tiene que empezar por dentro, digamos por la decisiones de los organizadores, toreros, ganaderos y todos los implicados en dicho negocio que, como se comprueba, lo han descuidado tanto que, si se me apura, podríamos aplicar el símil contable de que la Fiesta se encuentra en concurso de acreedores, sin lugar a dudas, el peor mal que pueda soportar una empresa o, dicho en cristiano, estamos al borde la quiebra.

Ante tal panorama, está clarísimo, no necesitamos enemigos externos para ir a la quiebra; lo hemos logrado nosotros sin la ayuda de nadie, eso sí, luego vemos a ganaderos, toreros y empresarios quejándose del momento actual en que los aficionados no acuden a los recintos taurinos. ¿Acudiría usted a un mercado sabiendo que el pescado que allí se vende está podrido? Seguro que no. Pues esa es la situación actual de la fiesta en que, el toro sale podrido de toriles y como dicen los revisteros actuales, el torero tiene que ejercer de enfermero. ¿Cabe dislate mayor?

Desde que tengo uso de razón me contaron que el torero salía a la plaza a jugarse la vida pero que tenía que ejercer como enfermero, por Dios, eso no es aceptable de ninguna manera, por mucho que lo quieran adornar. Pues esa situación, repetida una y mil veces es la que ha propiciado el que aficionado no vaya a ese mercado en el que, como digo, el pescado, huele que apesta.

En la imagen, la plaza de toros de Bilbao, el referente de todo lo aquí expuesto.