No me gustaría, para nada, estar en la piel de ese gran cómico llamado César Cadaval que, para su desdicha, tiene un hijo torero, algo que quizás él nunca hubiera querido pero, como vemos, el destino es cruel y caprichoso. César Cadaval que lleva cuarenta años sobres los escenarios lleno de éxito y, lo que es mejor, haciendo reír a las gentes por el mundo, pensar que su hijo no puede alcanzar el éxito en la profesión que ha elegido imagino que la desdicha no podrá ser mayor para este hombre.

Tras ver al muchacho, Alfonso Cadaval, en sus funciones como torero, resulta difícil comprender cómo y por qué ha elegido esa profesión cuando, como sabemos, es un chico universitario y una gran persona, algo muy lógico siendo hijo de su padre. Cadaval, como torero, lleva escrito en su semblante como si le presionaran para ejercer una profesión a la que no ama puesto que, más que torero, en su rostro, adivinamos un juez en plena tarea juzgando al peor de los delincuentes. Un caso muy raro cuando como se sabe, su señor padre, César Cadaval, es un genio en el humor; es decir, no sé si se reirá mucho o poco, pero que hace reír a todo el mundo es algo archisabido.

Lo que está clarísimo es que Dios no ha elegido a Alfonso Cadaval por el camino de la tauromaquia, algo que salta a la vista; tampoco hace falta ser un genio para adivinar lo que digo que, para desdicha del chico, es una verdad incuestionable. Siendo el muchacho como es, todavía me pregunto quién le incitó para intentar ser torero; no me lo explico, ni creo que se lo explique nadie. Su padre, lógicamente es su padre y por un respeto desmesurado hacia su vástago, ha dejado que el chico eligiera y con toda seguridad, la carrera del hijo le habrá costado mucho dinero y, lo que es peor, sin recompensa alguna.

Digámoslo claro, Alfonso Cadaval todavía está a tiempo de rectificar para, por supuesto, abandonar esa carrera que no le proporcionará éxito alguno y en la que puede llevarse alguna que otra cornada; no, no merece la pena esfuerzo alguno al respecto cuando no existen posibilidades de éxito, todo lo contrario. El muchacho debería de recapacitar y, ante todo, tomar nota del que hasta ayer era su banderillero, Santi Acevedo que se cortó la coleta nada más terminar el festejo. Pienso que Cadaval no debe de tenerle miedo a nadie ni a nadie y, mucho menos, siendo hijo del gran César Cadaval. Es cierto que el chico no triunfará tampoco como cómico pero, ¿quién nos dice que no será un gran letrado, por citar una profesión brillante?

Es más, pesa sobre sus hombros su apellido y, por nada del mundo debe de empañarla y, de seguir como torero, sus fracasos, como el de ayer, solo servirán para desilusionar a su padre y crearle unos quebraderos de cabeza sin sentido alguno. Todo esfuerzo merece la pena si al final del túnel uno atisba una luz, aunque sea pequeña, pero una luz. Lo triste es no ver luz alguna cuando el túnel se ha tornado infinito.

Alfonso Cadaval debería de pensar que, por ejemplo, un torero importantísimo de Sevilla que toreaba como los propios ángeles y, al final, tuvo que hacerse banderillero. Me refiero a Antonio Manuel Punta que, repito, ¡qué gran torero era! Y tuvo que abandonar. Con este ejemplo creo que le sobran argumentos a Cadaval para recapacitar sobre su futuro. Si Punta que era un grandísimo torero tuvo que abandonar, ¿qué debe hacer Alfonso Cadaval?

Y, cuidado, escribo todo esto bajo el más grande de los respetos puesto que yo no soy nadie para decirle a un semejante aquello que debe o no debe hacer, pero la realidad es la que es y, cambiarla es un imposible.

Pla Ventura