INDULTO. He aquí una palabra que lleva sonando de manera habitual en los tres o cuatro últimos años en cualquier ambiente de la España de nuestros pecados. Estamos tan familiarizados con ella… Una palabra que tiene variación dependiendo a qué se quiere referir. Una palabra que sin ser polisémica tiene algún rasgo distinto.
En la vida cívica el indulto significa el perdón total o parcial de una pena. Es una medida de gracia. Medida excepcional que beneficia a los malhechores que están cumpliendo una condena. El Estado al aplicar el indulto perdona al reo y le abre las puertas hacia la libertad.
Si aplicamos la palabra al mundo de los toros, el indulto es, o debe ser una medida de gracia al toro que ha mostrado una bravura extraordinaria, fuerza, nobleza y haber dado a su lidiador motivos de lucimiento para una faena larga, variada y no carente de emoción. Pero si el indulto tal y como lo estima el artículo 62 de nuestra Carta Magna se concede a quienes han perpetrado una mala acción, es decir, y repito, a los malhechores, en los toros el punto de vista es totalmente contrario. Se concede el indulto al toro que ha sido bueno en todos los aspectos y por tanto se le perdona la vida para que contribuya a perpetuar la especie y dar lugar a otros toros bravos y nobles como él. En ambos casos se trata de un premio, solo que en el primero se premia a un delincuente “arrepentido”, circunstancia ésta que muchas veces hemos visto cómo se obvia, y en el segundo se premia a quien por su buen comportamiento merece seguir viviendo. Pero en ambos casos se trata de una medida excepcional, adjetivo que asimismo deja de serlo por la frecuencia con que se conceden los indultos.
El indulto taurino viene del siglo XIX sin que se hubiera reglamentado su concesión. Se optó de manera extraordinaria al darse el caso de toros cuyo comportamiento con los caballos denotaban una fuerza, una bravura y una casta fuera de lo común. Así, se cuenta el caso del toro Chocolatero, de la ganadería de Zalduendo que el día de San Fermín en Pamplona, el año 1858, toro tostado, oscuro de capa, sexto de la tarde, lidiado por Julián Casas “El Salamanquino, mató diez caballos, hirió a otro, aceptó 22 varas, y le fue perdonada la vida. Hoy es imposible que se diera tal caso por mor de los petos que protegen a las cabalgaduras y porque es difícil que un toro de la actualidad soporte más de dos puyazos tal y como se ejecuta la suerte en nuestros días y teniendo en cuenta que desde el siglo XIX las puyas han ido cambiando en cuanto a la pirámide de acero y la cruceta. Sí es definitivo el comportamiento que el toro muestra en la suerte de varas y debería dársele al animal al menos tres oportunidades de que se arrancara al caballo.
Con todo, como digo, son muchas las veces que la Autoridad saca el pañuelo naranja y para mí, no tantas que cumplan la condición de excepcionalidad del astado, como debe ser. Y esto ¿por qué?
Pienso primero porque el público de hoy, desdichadamente no está lo suficientemente preparado para juzgar los merecimientos del toro, siendo como es, quien solicita el indulto. Segundo, porque al torero le viene muy bien secundarlo, ya que se asegura las dos orejas y el rabo, salida a hombros y un timbre de gloria. El torero tiene que estar conforme con la concesión que, como es natural, acepta de buen grado. Pero el Presidente tiene que solicitar, antes de concederlo, el acuerdo con el ganadero. A veces a éste no le interesa por circunstancias diversas y entonces no hay indulto y en otras le aporta un mayor prestigio a su ganadería y acepta la petición.
Finalmente, añadir que al empresario ni le va, ni le viene, aunque siempre está bien que se hable que en la corrida que él ha organizado la ganadería ha tenido un premio por su comportamiento. Por lo demás él nunca pierde en esta circunstancia. Las fuentes de financiación de un festejo taurino son casi siempre tres. Una, la subvención que el Ayuntamiento u otra entidad otorga al empresario. Dos, la recaudación de la taquilla, sin duda la más importante y tres, el rendimiento de los cornúpetas en canal, que viene a ser un 60% del peso en vivo. Hay que acentuar, no obstante que la carne del toro de lidia aunque tiene ricos valores nutricionales no es muy demandada en el mercado español, si exceptuamos el rabo de toro, por lo que su precio es bajo. De todas formas, si por parte del ganadero se acepta el indulto, éste deberá compensar económicamente al empresario en el modo que ambos convengan.
Al margen de los mencionados trámites para la concesión de un indulto en las plazas de toros, estimo que esta lluvia de condonaciones es excesiva pero sólo compete a la autoridad el moderar la generosidad para que este gesto no pierda su valor. Piensen, amigos, que a lo largo del siglo XIX hay contabilizados 11 indultos. En el siglo XX entre novilladas y corridas se indultaron 42 astados y si pasamos al siglo actual, el número se desborda porque en apenas un cuarto de este, ya hay indultados, entre novillos y toros 350 ejemplares.
¿No es cierto que se ha sobrepasado lo que parece razonable? Me niego a creer que hayan salido de chiqueros tantísimos toros con las condiciones en grado superlativo que se exigen para ser premiados con la gracia y el destino de un futuro de semental. Toros, en fin, que se avengan al requerimiento preciso.
El ganadero Victorino Martín piensa lo siguiente, y echamos en nuestro coleto este pensamiento acerca de las condiciones de los toros para que sean orgullo de su criador:
«Que el toro tenga casta, que sea bravo en el caballo, que embista por derecho sin derrotar y metiendo los riñones, que tenga fiereza y nobleza. Pero que no embista en tonto, sino en bravo».
Francisca García
En las imágenes vemos distintos momentos de la vida de Cobradiezmos, el mítico toro de Victorino Martín indultado con todos los honres por el diestro Manolo Escribano en Sevilla.