Cuando todavía España era un país libre donde había circo, los toros no eran cuestionados por nadie, había caza que es tan fundamental para el medio ambiente y los seres humanos éramos respetados desde las más altas instancias del poder, tenía que llegar un presidente asqueroso, repugnante y con ideas malvadas para, con sus decisiones, prohibir el circo, cuestionar los toros y poner mil trabas para que no se cazara ni una mosca. Lógicamente, el indeseable se llama Zapatero que, más que socialista tira más al comunismo, de ahí su amistad con Nicolás Maduro, uno de los grandes dictadores de Hispanoamérica.
Como decía, antes de la llegada al poder de este reptil apestoso había circos en España por doquier; grandes, medianos, pequeños y de todas las entidades porque, esas personas, para su fortuna se ganaban la vida de forma honrada y, como veremos más adelante, algunos de sus artistas jugándose la vida. Digo todo esto para que veamos el paralelismo que existe entre el circo y los toros, algo que ya no podemos mostrar puesto que, los circos han desaparecido por obra y gracia de aquel asqueroso que, protegiendo a los animales por aquello de que se estresaban, se dejó sin pan a todos los que vivían del circo. Vamos, como para ponerle un monumento al mal nacido en cuestión.
En aquellos circos antes mentados había muchos números por parte de los artistas que, sin duda, hacían las delicias de los espectadores, entre ellos, yo diría que el primero, el llamado triple salto mortal por parte de los artistas que formaban parte del elenco de aquellas personas honradas. Aquellos trapecistas se jugaban la vida pero, a su vez, sabían que debajo tenían una red que, en caso de accidente salvaban su vida. En su momento, había una trapecista canaria que se llamaba Pinito del Oro y hacía el triple salto mortal, pero sin red. Aquello tenía bemoles sí señor. Cierto es que, con red o sin la misma, el espectáculo era fascinante pero, donde el asombro llegaba a su más bella expresión es cuando el público veía al artista de turno sin red; insisto que, aquellos momentos eran de un dramatismo sin límites porque se sabía que, de fallar, estabas condenado a muerte puesto que, a lo largo de la historia, muchos han sido los trapecistas que le han entregado su alma a Dios en el ejercicio de su profesión.
Y aquí entra en escena el paralelismo del que antes hablaba entre los trapecistas y los toreros; digamos que, su manera de actuar. Unos y otros, como dije, se jugaban la vida pero, en los toros, las figuras del toreo todas actúan con red; es decir, lidiando animalitos domesticados que, cierto es, en un momento te pueden hacer daño por su fuerza, pero nunca por sus intenciones. ¿Qué ocurre entonces? Está clarísimo, no es lo mismo lidiar Cuvillitos, Jandillitas, Victorianitos, Juan Pedritos que, el resto de las ganaderías encastadas puesto que, la mayoría de ellas sus toros buscan con saña a los toreros para herirlos o, si se puede, hasta matarlos.
La prueba de lo que digo es que, para los afortunados lidiadores de las corridas amorfas y aborregadas que como sabemos solo tienen bondad en sus embestidas, los toreros que a dichos toros se enfrentan tienen un noventa por ciento de posibilidades del éxito, el que logran a diario, por supuesto. Muy tontos serían si no triunfaran con semejantes animalitos santificados. ¿Qué porcentaje de éxito podemos atribuirle a Octavio Chacón, a Gómez del Pilar y otros muchos lidiando esos toros casi siempre imposibles para el triunfo? Está clarísimo que, la diferencia es abismal entre unos y otros y, lo cierto y verdad es que todos son toreros pero, unos lo hacen con el alivio de la “red” y, el noventa y cinco por cierto, a pecho descubierto.
Sigo sufriendo al ver que se nos pierden toreros de un altísimo nivel porque, claro está, no pueden entrar a formar parte del circuito de las figuras puesto que, de hacerlo, ahí está el caso de Fernando Adrián que no pasa de ser un torero con oficio, si se me apura, mediocre y certero con la espada, pero le han dejado entrar en el festín de los que torean con “red”, es decir, con los toros de las figuras y, ha salido en hombros las últimas quince corridas de toros que ha toreado.
Al final, no queda otra, hay que aplicar uno de nuestros más válido refranes que, por cierto, todos son verdad, suerte que tengas que el saber poco te vale. Y lo digo con conocimiento de causa porque, hace pocas fechas pude ver en Écija la actuación de tres hombres apasionados, Manuel Escribano, Borja Jiménez y entre ellos, Ángel Jiménez que ahora se denomina como El Astigitano, por aquello de haber nacido en “la sartén de Andalucía”. El chaval se jugó al vida -al igual que sus compañeros que rayaron a una gran altura con una corrida encastadísima- de una forma apasionada, sufrió una cogida dramática pero, por encima de todo pude atisbar la tremenda calidad que ostenta el muchacho citado; vamos que, Tomás Rufo, Ginés Marín, el propio Fernando Adrián, son unos graciosos a su lado pero, siguen sin darle cancha a un artista sensacional. En este mundo o te visita la suerte o puedes darte por muerto.