La sociedad actual ha dado un giro de trescientos sesenta grados al respecto de los animales, algo que se ha convertido en viral en cualquier parte del globo terráqueo pero que ha logrado confundir a los seres humanos de tal modo que, vamos directamente al precipicio. Si cuento la anécdota que me sucedió hace unos días paseando por la calle, cualquier persona con toda su lucidez mental vigente puede morir de infarto sobre el tema que voy a relatar. Como digo, me encuentro con una dama que paseaba a su perro por la acera y, tratando de esquivarlo casi que lo piso, a lo que la señora me dijo: “Cuidado, caballero, casi que pisa usted a mi bebé”. Se me cayó el alma a los pies. O sea que, le damos el mismo tratamiento a un animal que a un ser humano y, por si fuera poco, al perro chico le llamamos bebé. No pude soportar dicha afrenta y le dije a la señora: “Mire usted, con todos mis respetos, eso no es un bebé, es un perro, pero parece que usted no sabe distinguirlos” La señora, muy ofendida, me llenó de improperios.
Esa corriente animalista que existe por el mundo es la que ha lacerado por completo a la sociedad en que vivimos en que, como se demuestra, la vida de un perro vale más que la de un ser humano; pero no un perro propiamente dicho; vamos que, matas una rata, se enteran y te buscas la ruina. Así va el mundo, a la deriva más insospechada que, para mayor desdicha, cuando queramos darnos cuenta será muy tarde. Recordemos que, los animales, por su condición, jamás ostentaron el rango que merecemos los seres humanos –aunque sean de Podemos- y, los mismos, puesto que no trabajan siempre se buscaron la vida como Dios les daba a entender y ningún animal moría de hambre. Me parece muy bien que se tengan mascotas pero, que de ello se haga el punto referencial de las personas, el hecho me parece deleznable. Antaño, por ejemplo los perros, los dueños los tenían en casas de campo, corrales y en lugares adecuados para ello pero, han cambiado los tiempos y se les cuida más que las personas. Si, amigos, conozco mucha gente que ha llevado a sus padres a residencias de ancianos, pero siguen cuidando a los perros como si fueran los abuelos.
Esa maldita causa animalista ha logrado que se eliminen de los circos los animales, caso de los tigres, leones, elefantes o cualquier otro animal que quisieran que, por cierto, hacían las delicias de niños y mayores. Todo cambió y esa protección de la que habla, falsa protección, ha servido para que desaparezcan esos animales a los que dicen proteger. Eso de que los animales se estresan me parece una excusa tercermundista; vamos, una bestialidad en toda regla, propia de los animales, pero nunca de las personas que, con su defensa los van exterminando. Yo, si vuelvo a nacer, quiero venir al mundo como perro, nunca como persona. Lo digo porque, los perros no trabajan y les cuidan hasta el extremo de llamarles bebé, mientras que, los seres humanos tenemos que trabajar si queremos vivir, salvo que te metas en política y haces lo mismo que los animales pero, cobrando una fortuna cada mes.
Imagino que, por lo que deduzco, los defensores de los animales odian a los toros, en este caso a su sacrificio dentro de una plaza de toros porque, claro, tenerlos como mascota sería peligroso, de ahí el odio que les profesan; pero no solo a los toros, a todos los que defendemos al animal más hermoso del mundo, el que vive como el rey para morir como un héroe. Quiero suponer que, por principios, todos los que defienden a los animales comerán acelgas todos los días porque si se comieran un chuletón de Ávila seria para “matarles” a todos. Dicho lo cual pronto entenderemos que vivimos a caballo de una mentira permanente que no se la creen ni los mismos políticos que promulgan y dictan dichas leyes. Pero había que confundir a la sociedad en que vivimos y, la causa animalista les ha venido como anillo al dedo, de ahí que en la actualidad hay más perros, de cuatro patas, que personas.
Ahora, en el colmo del salvajismo quieren eliminar la caza que, eso es tanto como decir que se borra del mapa el ecosistema tan importante para el devenir de la humanidad, con el agravante de que, la caza es imprescindible para el ser humano. ¿Qué sería de nosotros, de nuestras cosechas si se prohibiera la caza? Una hecatombe en toda regla puesto que, los animales deambularían por cientos, por miles, por todas las calles de cualquier ciudad o pueblo de España. Y eso que lo entiende hasta los niños de pañales, los descerebrados de tales causas, en su osadía abogan por prohibir lo imposible; es como si alguien le quisiera poner puertas al campo. Analicemos la cuestión y comprenderemos todo lo que digo.
Es lamentable, lo diga quién lo diga, que equiparen la vida de un animal como la de un ser humano, la aberración no puede alcanzar esos grados de boludez como dirían los argentinos. Como antes dije, los animales han vivido siempre a su libre albedrío mientras que, los seres humanos, como modelo de vida tenemos el trabajo. ¿Existen o no existen diferencias?
La imagen que mostramos le da sentido una vez más al célebre refranero español cuando nos recuerdo aquello de que, cuando no hay pan buenas son tortas.