No existe un tema de mayor controversia en el mundo de los toros que las rayas de picar. Lo expliqué en su momento pero, al parecer, no ha tenido calado, razón por la que insistiré una vez más sobre el asunto. Lo digo porque, como vemos una tarde sí y tres mil también, el hecho de que el picador aborde las rayas de picar tiene más delito que saltar el muro de Berlín en plena época del comunismo más exacerbado en Alemania.

Es más, respecto a las rayas de picar, hasta se podría comprender que, por ejemplo, en Hervás, por citar un pueblo, no supieran el hecho fundamental de las rayas citadas pero, que en Madrid, la capital del toreo, el lugar sacrosanto de la tauromaquia, que cada vez que el caballo del picador pisa una de las rayas citadas, en Las Ventas se forma la mundial, vamos que, como decía, lo del muro de Berlín asaltado era pura broma.

Como explico, quiero ser indulgente con los pueblos al respecto de este asunto que, en teoría, debería ser algo baladí y, como ocurre cada tarde, se forma la mundial cuando el caballo pisa la raya a la que aludo cuando, lo de pisarlas debería ser lo más normal del mundo porque, en muchos casos, cuando el toro se muestra reacio en acudir al caballo, lo normal es que el equino se acerque al caballo por aquello de aligerar la suerte; nada, ni por esas, no hay manera de que eso suceda y, como todo el mundo sabe, en demasiadas tardes se pierde un tiempo precioso en tal menester que, dejando que el jamelgo se acercara al toro antes de que ocurra lo contrario que, como es notorio, el toro en muchas ocasiones no quiere pelea, por eso no acude al picador.

Y aquí viene la madre del cordero. ¿Sabemos por qué se pintaron las rayas aludidas respecto al caballo de picar? Está clarísimo porque, entre otras muchas cosas, la historia nos lo ha contado mil millones de veces pero, al parecer, nadie se molesta lo más mínimo en analizar el motivo de las cosas y, en caso que citamos, dichas rayas se pintaron a instancias de un picador de Juan Belmonte que, el hombre, cansado de asumir tanto riesgo le pidió a su matador si se pudiera hacer “algo” para que el picador pudiera guarnecerse junto a las tablas. Y, cuidado, aquello tenía un fundamento importantísimo porque en aquellos años ocurría lo que yo antes citaba, que el caballo iba en la búsqueda del toro y se le picaba en el lugar que dicho bicorne demandaba. ¿Cuál era el problema? El riesgo importantísimo que asumía, tanto el caballo como el picador, a las pruebas me remito porque, entre otras muchas cosas, todavía no se había inventado el peto y, la única forma que entendía el picador que podía salvaguardarse un poco era no adentrarse en el centro del ruedo.

Todo el mundo lo entendió y se ideó el asunto de las rayas que, por supuesto, llegaron antes que el peto que ahora lucen los jamelgos que, dicho sea de paso, me parece uno de los grandes aciertos por parte de los hombres de la tauromaquia de aquellos años. Pero si de rayas hablamos, ahí muere todo. No existe una sola línea en el reglamento que diga que el caballo no puede pisar dichas rayas que, en realidad, deberían de hacerlo –con el tremendo riesgo que ello conlleva a los picadores- todas la veces que el toro fuera remiso al encuentro con al caballo. Pues no señor, como antes dije, si el toro pisa la raya se monta la de Troya cuando, la realidad y la lógica nos dicen todo lo contrario.

Es hora ya, más de un siglo más tarde desde que se idearon las célebres y controvertidas rayas, todavía, a estas alturas, siguen quedando inocentes que le dan más sentido delictivo que un caballo se adentre más allá de las rayas que el hecho de que el toro salga afeitado de los corrales. ¡Ver para creer!