El Reglamento Taurino es una cuestión de pena absoluta porque, para colmo, en cada comunidad se aplica uno distinto y, siendo así, ya me dirán ustedes hasta donde podremos llegar; al ridículo más espantoso que es a lo que aspiramos en el mundo de los toros. Tenemos un tema dramático que, para colmo de nuestras desdichas se ha vuelto tabú y nadie repara en lo más mínimo en algo que, por encima de todo, debería tener un valor altísimo para que los aficionados supiéramos la verdad pero, el poder establecido ha logrado que de ello no se diga ni media palabra. Me refiero al afeitado de los toros, algo que ya todos damos por “bueno” que eso sea así y, los taurinos, sagaces como pocos, siguen frotándose las manos al respecto; es algo así como al delincuente que sabe que nunca le van a coger y delinque cuanto le da la gana. Pedro Sánchez podría ser el más puro ejemplo de lo que digo.
Todavía no hace muchos años, la autoridad en materia, cuando veían una corrida sospechosa de pitones tras el festejo se realizaba el análisis postmorten y se llegaba a la verdad; muchos ganaderos fueron multados en aquellos años porque habían afeitado los toros, algunos, hasta inhabilitados para lidiar en Francia; claro que, más que al ganadero, yo multaría con penas de inhabilitación profesional a los toreros que, lógicamente, son los que piden el trabajo sucio de la mutilación de las astas puesto que, lógicamente, como quiera que el instinto del toro no es otro que “medir” al torero, si está afeitado, cuando lanza el derrote se equivoca y no hay cogida.
¿Quiere esto decir que los toros afeitados no hieren a los diestros? Por supuesto que dan cornadas pero, aquello de sentir el alivio por parte de los diestros de que el toro está “despuntado” en su origen para que, en primera instancia marre cuando quiera pensar que tiene el torero a su alcance. Luego, una vez el espada está a merced del animal puede pasar cualquier cosa pero, en los primeros envites, si no ha derrumbado al torero, éste queda salvaguardado por el error del toro que no sabe que tiene los pitones mutilados.
Es cierto que, entre el público actual, ¿cuántos espectadores hay en un palenque taurino que puedan sospechar de que un toro está afeitado? Pongamos que media docena, no más. Eso viene a certificar un total desconocimiento de la lidia, de los pitones y de todo lo que pueda oler a sospecha. No pasa nada porque la inocencia del público actual así lo demanda. ¿Qué ocurre entonces? Pues que se afeita más que nunca, no hay análisis post mortem tras los festejos sobre los pitones y, todo camina manga por hombro. Pienso que, jamás en la vida los taurinos han disfrutado de tantas prebendas como gozan en la actualidad.
Cierto es que, mientras el delito quede impune, no hay cargo alguno sobre el delincuente. Es más, todos lo niegan y con dicha negativa lo tienen todo arreglado porque, vaya usted a saber, ¿quién es el valiente que, desde un tendido, puede certificar que un toro ha sido mutilado? Nadie. Aquí, como todo en la vida, fallan las leyes que no se aplican. La autoridad debería de velar en ese aspecto de una forma minuciosa y, de encontrar reses mutiladas, sancionar durísimamente al ganadero y a los toreros que lo han pedido. Está claro que vivimos la época del cachondeo general, donde no existe ley alguna al respecto del afeitado y, el taurinismo, en general, nada siempre a favor de corriente.
El tema de las astas de los toros es algo tan fundamental que, en ocasiones hasta ha gastado “bromas” macabras para algunos ganaderos. Recuerdo el caso de Alfonso Navalón, el mejor crítico taurino que ha existido y, por una de las bromas antes citadas, por culpa de las astas de sus toros, aquello le costó, la ganadería y, un poco más tarde, hasta la vida. Cada vez que pienso que Navalón murió degollado por su propia daga, me entra una pena inmensa. Lo digo porque el crítico salmantino alcanzó notoriedad por su valentía al denunciar el afeitado de los toros y, un día de la vida, por el amor que sentía por los toros, formó su propia ganadería, El Berrocal, por tierras de Fuentes de Oñoro en los campos de Salamanca. ¿Qué pasó? Quedó clarísimo. Una cosa es el amor que cualquiera pueda sentir hacia el toro bravo y, otra muy distinta es que esos animales hay que lidiarlos en una plaza de toros y, para su gran desdicha, todos los toreros le obligaron a que tuviera que afeitar sus toros.
Resultaba paradójico que, Navalón, el hombre que durante cuarenta años combatió contra el fraude que supone el afeitado de los toros y, cuando ya fue ganadero, los toreros le pagaron con la moneda que él decía que era falsa, tener que mutilar las astas de sus bicornes. Aquel drama fue la hecatombe de dicho crítico en sus funciones de ganadero puesto que, al final se perdió la ganadería y, cansado de disgustos, los mismos le llevaron hasta la muerte.
Mostramos dos imágenes elocuentes; una para definir al toro en su integridad y, la siguiente, mostrando el toro manipulado que es lo que ocurre tantísimas tardes.