Si de toros hablamos, los hechos trascendentales que ocurran en el mundo del toro, me importa poco que sucedan aquende o allende, nada me importa porque lo significativo es la épica como tal y, si de ello mentamos, Arturo Macías es un torero que entiende su profesión como un ejercicio de la más absoluta verdad cuando se enfrenta a sus enemigos; sin duda, el torero más castigado por los toros en los últimos veinte años, un valor que debemos de reconocerle puesto que, como alguien dijo días pasados, Macías es cogido porque se pone muy cerca, es decir, el sitio donde los toros cogen y, lo que es peor, dan cornadas.

Su último derramamiento de sangre ha tenido lugar en su feria hidrocálida de Aguascalientes puesto que, su cornada, gravísima cómo tantas, ha podido tener consecuencias dramáticas. Sé de sus logros puesto que Macías vive y triunfa en su México querido pero, como aficionado, en la temporada del 2010, creo recordar, hizo campaña en España de la mano de Antonio Corbacho y, con su actitud nos dio una soberana lección de pundonor, heroicidad, valor a raudales y toda su ciencia torera al servicio del aficionado porque, Arturo Macías es de los pocos diestros que, cuando actúa, todo el mundo percibe que un hombre se está jugando la vida; en teoría lo que hacen todos pero, en muchísimas ocasiones, tal disposición no cala en los graderíos respecto a otros muchos toreros.

Treinta y seis cornadas son muchas para un diestro de la actualidad; es, sin duda alguna, la epopeya más grande que pudiéramos imaginar y, no será por falta de talento ni de oficio porque el hidrocálido lleva veinte años en la profesión. Todavía me pregunto cómo ese cuerpo lacerado a cornadas tiene ganas de seguir jugándose la vida; si se me apura, un caso único en la historia del toreo que, al final, creo que todo es producto de la mala suerte ya que, en aquel año referido en que vino a España, Corbacho le tenía firmadas treinta corridas de toros puesto que, Macías llegaba junto a nosotros con el aval de triunfos inmensos en su país, de ahí que Corbacho pudiera firmarle los contratos citados pero, el destino, cruel y traicionero, quiso que Macías se llevara además de los triunfos logrados, cuatro cornadas gravísimas que le impidieron cumplir más de la mitad de los compromisos que tenía firmados.

Desde España hablamos muchas veces del toro pastueño de México, de sus cálidas embestidas pero, algún peligro debe haber para que este hombre haya estado más tiempo en los hospitales que en los ruedos, dicho a modo de metáfora pero con una gran parte de realidad. Es cierto que, desde aquel año que he comentado regó con su sangre muchos ruedos españoles, Macías no ha vuelto a pisar ruedo alguno en nuestro país porque, para su fortuna, en México, es ídolo admirado y, con toda seguridad lo es por su carisma y verdad cuando se enfrenta al toro.

Mi admiración para este hombre singular que, dotado de una sonrisa franca, espectacular, sincera y apasionada, además de ello, es capaz de jugarse la vida y que se perciba desde lejos. Cuidado que, lo que he dicho parece una paradoja pero es muy cierto. Si, aparentemente cualquier torero se juega la vida pero, los éxitos no llegan porque su labor no tiene calado entre las gentes y ayer tuvimos un claro ejemplo de lo que digo en Madrid; digamos que, al respecto de Macías, éste ha logrado que los corazones de los aficionados palpiten en grado sumo, sencillamente por admirar su labor, llena de disposición y de la más apasionada verdad, cala por completo entre las gentes.