Los toreros humildes, con sus cornadas, no son conscientes del gran bien que le están haciendo a la fiesta a la que aman; bien, a cambio del mal, es decir, de tener que soportar un dolor inmenso ante la desdicha de la cornada puesto que, realidad, nadie quiere ser herido y ellos mucho menos pero, el riesgo que se asume es el que les lleva por semejantes derroteros ante las heridas sufridas y la sangre derramada. Tremendo todo lo que digo, pero cierto como el sol que nos ilumina.
Claro que, la triste paradoja viene dada por aquello de que, como es notorio y de puro manifiesto, siempre caen heridos los mismos. ¿Por su torpeza? De ninguna manera. El toreo es un oficio dificilísimo que, ayudado por una técnica se desarrolla con total normalidad en el noventa por ciento de las ocasiones. Siendo así, insisto, ¿Por qué caen heridos los más humildes del escalafón? Está clarísimo. Las máximas figuras del toreo lidian un toro “domesticado” que, rara vez intenta coger al torero; puede encontrárselo en su camino y derribarle pero, jamás hacen saña con su presa.
Pero amigo, existen una clase de toros que no conocen el “reglamento” y van a lo que deben de ir, a coger al torero a poco que se dé cuenta. Cuidado, lo he dicho mil veces, no quiero que nadie caiga herido, me horroriza la sangre, pero el toro de verdad es el que produce la emoción en el ruedo y, en ocasiones, como ha pasado en Céret, hasta infieren cornadas a los diestros. Ante esta cuestión podríamos plantearnos una disyuntiva: ¿Qué queremos el toro auténtico con toda su pujanza y gozar viendo como un hombre se juega la vida o, por el contrario, admirar a ese animalito amorfo y sin fuerzas para que el lidiador se ponga bonito? Es nuestra elección y, como ya se ha estereotipado lo segundo, lo primero apenas nadie lo tiene en cuenta; es decir, eso del toro de verdad han conseguido que le interese a muy poca gente. Fijémonos que, por ejemplo en Pamplona, en la que tanto se habla del esplendor del animal en dicha feria, cuando aparecen las figuras, el toro es igual de grande pero, acorde a las exigencias de los que ostentan el poder que, eso de las cornadas les suena a chino, por tanto, las quieren evitar a toda costa.
En Francia, como se sabe, en muchísimas plazas son devotos del toro auténtico; no ya en Céret, son muchas las plazas en las que, gracias a ese tipo de toros los toreros humildes del escalafón tienen un hueco. De igual modo, en España, para nuestra suerte, todavía quedan plazas en las que se le rinden honores a su “majestad” el toro de lidia, es el caso de la incipiente feria de Azpeitia en la que, durante toda la vida ha sido el estandarte por excelencia del toro bravo en el norte de España.
Decía aquello del respeto por los heridos porque, para su desdicha, además de la sangre derramada, tienen que conformarse con encontrar un contrato hoy y otro al cabo de un año en muchos casos y, eso sí, teniendo en cuenta que se acuerden de ti por aquello del triunfo del pasado año que, para mayor escarnio, no siempre sucede así. ¿Qué más tengo que hacer –sentenciaba Gómez del Pilar- tras lo que hice en Madrid y ahora en Céret? Es la pregunta que no tiene respuesta posible porque nadie podrá entender las tremendas injusticias y, para colmo, las cornadas. Lo de Madrid lo vimos, hablando de Gómez del Pilar pero, según nos han contado, en Céret rayó a una altura impresionante y, decimos como afirma él, todo ello ¿para qué?
En la foto de Andrew Moore podemos ver el drama del que hablamos.