Paco Corpas siempre vivió con pasión y orgullo ser torero. Lo llevaba a gala y era un verdadero deleite disfrutar de su conversación; o compartir con él una mesa para hablar del mundo que nos unía. Por eso siempre fue una persona tan respetada por sus compañeros y el resto del sector profesional. Porque vivió por y para la Tauromaquia, además de luchar durante tantos años para dignificar el gremio desde los destacados cargos que representó.
Ahora, a edad avanzada y después de llevar un tiempo enfermo, acaba de fallecer en su casa de Madrid. Y lo ha hecho en el escenario de los días de San Fermín, una plaza tan querida para él, en la que tomó la alternativa el de julio de 1956, gozando de cartel y poniendo tantas veces a los mozos de las peñas en pie cuando formaba aquellos alborotos con las banderillas y después, tras clavar el último par, haciendo gala de unas sobradas condiciones, saltaba la barrera apenas apoyándose con la mano mientras los tendidos rugían.
Antes, de novillero había formado apoteósica pareja con su hermano Carlos y fueron innumerables los éxitos, al igual que ocurría en los numerosos carteles compartidos con Joaquín Bernadó, José María Clavel o Fermín Murillo… muchos de ellos en plazas catalanas, en los años que esa tierra acogía cada semana decenas de festejos, porque además de Barcelona, la mayoría de los domingos había toros en Tarragona, además de Gerona, Figueras, Olot, Lloret de Mar, San Feliu de Guixols, Vic, Manresa…
Tuve el honor de ser amigo de Paco Corpas, a quien conocí hace muchos años, prácticamente desde niño, por estar casado con Josefina, la hermana de Emilio Ortuño Jumillano y pasar largas temporadas en Martín del Río, en el Campo Charro, a medio camino entre los ríos Yeltes y Huebra. En la casa solariega que construyó su suegro, el señor Isidro Ortuño Jumillano poco después de finalizar la Guerra Civil y guardaba tanto sabor taurino en sus estancias. Esa casa, con la elegancia de la sobriedad y el buen gusto de la sencillez, atesoraba infinidad de recuerdos. Desde las etapas que pasaba Manolete en ella –el señor Isidro le hizo varias exclusivas- hasta otros toreros –Parrita, Rafael Ortega, Pepín Martín Vázquez, Julio Aparicio, los Girón…, sin olvidar los componentes del espectáculo Galas de Arte, que tantos años representó-, siendo todo un museo con numerosas instantáneas colgadas de sus paredes que eran un tesoro y el significado de una grandiosa época del toreo. Paco, que era un hombre con gusto, supo salvaguardar aquella grandeza y, como era lógico, añadió varias fotos de los mejores momentos de su vida. De su esplendor, cuando surgió en aquella Barcelona, que era el lugar con mayor solera taurina del mundo y siempre presumía de haber nacido en una vivienda de la plaza Las Arenas, en la que su padre, don Ramón Corpas, un banderillero andaluz radicado en la Ciudad Condal ejercía de conserje. En aquella Barcelona, tan cosmopolita, siendo un niño disfruta plenamente del llamado año Manolete, en 1943, cuando tantos paseíllos sumó y quedó encantado de aquella leyenda a la que llamaba el Monstruo. O de Carlos Arruza que tanto lo cautivó y trató de seguir sus pasos para convertirse también en un colosal banderillero, junto a la técnica de la que hizo gala para poder a toros de ganadería duras que se acartelaba.
Paco Corpas fue un gran torero y autor de una larga carrera por los ruedos, siempre con el respeto unánime, aunque le faltó un contundente triunfo en Las Ventas –varias veces lo acarició, pero le falló la espada- y dejó su capacidad en todos los ruedos de España, Francia, América y Portugal –en este país era un ídolo, con presencia en sus colonas asiáticas-.
Retirado en 1971 casó con María Victoria Ortuño, conocida familiarmente por Josefina y hermana de Emilio Ortuño Jumillano. Desde entonces se dedicó a representar al gremio coletudo, aunque antes de colgar el vestido de luces ya había hecho sus pinitos y gracias a sus gestiones se aprobó el Régimen Especial de la Seguridad Social, con lo cual los toreros que habían cotizado pasaron a tener magníficas pensiones.
Hoy lo recuerdo con su bonhomía y capacidad de gestión, de hecho en los primeros años de la Democracia tuvo ofertas muy jugosas para dedicarse a la política, un mundo en el que hubiera triunfado. Porque tenía talante y mano izquierda para negociar y gozó de la amistad de Tierno Galván, de Gutiérrez Mellado, de Herrero de Miñón y hasta colaboró intensamente con José Luis Corcuera cuando era ministro de Interior para llevar a cabo el nuevo reglamento.
Queda también muchas vivencias a su lado, tardes en su casa de Martín del Río, cuando llamaba para invitarme a ver los toros y siempre hacía gala de la generosidad, en tardes que tanto se aprendía. O las muchas veces que lo saludaba en La Fuente de San Esteban, siempre con la seriedad que lo caracterizó como persona y la afabilidad que fue una de sus banderas.
Ahora que se ha ido este torero que tanto luchó por la dignidad de su sector, qué justo sería que se le guardase un minuto de silencio en todas las plazas y los miembros de las cuadrillas mirasen al cielo en señal de respeto por quien tanto veló por ellos. Porque gracias a él los hombres del toro alcanzaron una dignidad que, antes, ni echándose a soñar podían imaginar.
Ahora, con la gratitud de la amistad que me regaló durante tantos años escribo estas líneas con la tinta de respeto a un TORERO.
Paco Cañamero