José Enrique Fraile nos acaba de mostrar el primer nacimiento del nuevo año en su amada ganadería. El precioso becerro se llama Langosto, ensabanado y venido al mundo en una de esas noches que la Naturaleza sólo pone a disposición de los más fuertes para la selección natural, un proceso evolutivo que sigue vigente mal que les pese a los detestan al toro bravo. Después de amanecer marcaba cuatro grados bajo cero en el termómetro de las Casas de Valdefresno, donde un acontecimiento como el parto de Comisaria, que fue fecundada por Velocillo, es más que suficiente como para mantener intactas las ilusiones de luchar por la ganadería.

Langosto no es un simple animal y ya es un hecho significativo que también se nombre aquí a su padre, a su madre, y podríamos continuar citando igualmente a sus abuelos, paternos y maternos, bisabuelos y tatarabuelos, hasta llegar a la última página del libro genealógico del ganadero, como cuando buscamos nuestros ancestros y consultamos en el archivo de la parroquia o en el Registro Civil, porque el hombre del campo desde siempre ha dado al toro la misma consideración que se daba a sí mismo. O posiblemente más y mejor.

Recuerdo cada vez que cuando mi amigo Antonio Hernández Romero, Tono, me veía jugando en el Parterre con alguno de mis hijos pequeños, y me decía que era necesario que en cada casa y en todo momento hubiera gente menuda, porque así la vida de todos era mejor, los problemas eran menos y la alegría más. Siempre que nace alguien por aquí cerca me acuerdo de Tono porque tenía más razón que un santo, y comprendo que el mero alumbramiento de Langosto sea motivo de gozo para quienes tanto están sufriendo los rigores de la pandemia y las demás injusticias aparejadas.

Tras haber pasado estos últimos días navideños, también dejamos atrás ese simulacro de paz y amor al que se apunta cada año una sociedad tan hipócrita como la nuestra, que muestra sus rasgos de falsedad en cada una de sus facetas cotidianas. Siempre que hay varios días de vacaciones, mucha gente aprovecha para irse al campo buscando retirarse del mundanal ruido, calentarse al fuego del hogar y vivir su asueto lo más cerca posible de la Naturaleza, sintiendo su libertad donde se respira aire puro y donde el despertador lo ponen los pájaros cantando en la ventana de la habitación. Los urbanitas que se creen que quieren huir de la ciudad, buscan su querencia en el campo, pero en un plano que no dista tanto de lo que pretenden dejar atrás, por un lado advirtiendo las bondades de este hábitat y por el otro siendo incapaces de mimetizarse con el entorno, sin tiempo suficiente para conocer sus usos y costumbres, por ejemplo la naturalidad con que surge la vida y llega la muerte. Temerla es inevitable, pero a base de esconderla se obtiene el efecto contrario.

Cualquiera de estos individuos tenderá a sentir pena por Langosto, viéndolo acurrucado en un ribazo en medio de la helada, hecho un ovillito a la espera de los primeros rayos del Sol, estos incapaces de darse cuenta del suceso maravilloso que está teniendo lugar, recordando al pobre Bambi que se quedó sin su mamá o al pensar en su lindos gatitos castrados y mutilados, pero calentitos dentro del confort del hogar humano. Y como Langosto, miles a la vez en cada una de las parideras de nuestras ganaderías, auténticas y verdaderas reservas de la Naturaleza.

Con esta pandemia que nos han traído desde China y que los propios gobiernos europeos se han encargado de hacernos creer que somos culpables los de aquí, donde las cotas de hipocresía están alcanzando valores nunca logrados anteriormente y que sin duda se verán superados durante este 2021 que ya se abre paso en nuestras vidas, con la extendida muerte del toro de lidia en los mataderos y los tímidos movimientos de quienes mandan en el sector, incapaces de ver un palmo más allá de sus narices. Los que decían defender la vida del toro han quedado en evidencia, porque los toros mueren ahora por millares, pero al producirse lejos de los ruedos ya no les interesan, mientras que los que llevan las riendas del taurinismo nos están demostrando que muy poco, o nada, les interesa la Tauromaquia más allá de su propio plato de lentejas.

José Luis Barrachina Susarte