Cuando mañana celebremos su cumpleaños pediremos el deseo de su resurrección, porque se necesita y es urgente. Lo es porque en su figura se encarnan los síntomas, el diagnóstico y la cura para los males que están azotando a la Tauromaquia en el contexto actual. No sólo referido al momento presente y concreto de la pandemia, sino también a los condicionantes que nos vienen sacudiendo desde hace algunos años.

También hay que meter en el saco este pedazo de sapo que nos estamos tragando con la moto de la reconstrucción, que no es otra cosa que la aplicación forzada de un tipo de festejo muy concreto que los taurinos estaban deseando imponer. Aunque la ocasión la haya pintado calva, puede que no tengan tiempo suficiente para lograr sus pretensiones. Las proporciones dañinas aplicadas por unos y por otros son desiguales en cuanto a su efecto, pero va pareciendo que la suma de todos terminará siendo letal. En breve lo veremos.

Miguel Hernández fue un poeta genial, buen aficionado y profundo conocedor de cuanto rodeaba a los toros, su militancia política cuajó profundamente en el Partido Comunista -como comisario, nada más y nada menos- y por desgracia la guerra se lo llevó por delante con las peores consecuencias.

Además de sabio, aficionado y comunista, el alicantino de Orihuela fue un hombre honesto, que fiel a sus convicciones nunca se separó de los suyos, yendo al frente para animar a las tropas y sufriendo con ellos los rigores de la maldita Guerra Civil, jugándose la vida en el frente y terminando por correr su misma suerte mientras que otros se daban la gran vida en el agua dulce bolchevique.

En los primeros meses de la guerra acudió Hernández como invitado al madrileño palacio de Heredia Spínola, en el que tuvo lugar una Alianza de Intelectuales Antifascistas, presidida por Rafael Alberti en medio de un ambiente de monos azules bien planchados y de buenos manjares que se disfrutaban en las mesas, lo cual contrastaba duramente con lo que el vate venía de ver en el campo de batalla, ante lo cual exclamó:

– ¡Aquí hay mucho hijo de puta y mucha puta!

Como la esposa de Alberti era la única mujer a la vista, se indignó propinándole un puñetazo, mientras que Alberti le exigió que se disculpara. Lejos de esto, Miguel repitió esas mismas palabras, pero esta vez autografiándolas en una pizarra, a la vista de todos. El del Puerto de Santa María le guardó rencor para siempre, hasta llegando a olvidarse de él al pie del avión que salvó la vida del cobarde y condenó al valiente.

José María de Cossío le había encargado la redacción del quinto tomo de su conocida enciclopedia, eso para que nos podamos hacer una idea de la magnitud de Miguel Hernández como escritor, como aficionado y como entendido. Lamentablemente la guerra dio al traste con este proyecto y tras su condena a muerte, uno de los que intercedieron por él fue el propio Cossío, lo mismo que Sánchez Mazas y Dionisio Ridruejo, siéndole conmutada la pena capital por una tuberculosis que tuvo el mismo efecto.

Muchos comunistas de ahora se ofenden cuando se asimila con los toros la personalidad de Miguel Hernández, lo que pone de manifiesto la indigencia cultural de estos. Hasta hubo que darles esta lección de historia cuando, para homenajearlo en propia efemérides, exigieron de modo intolerante la retirada de su retrato en el cartel de toros conmemorativo.

También ahora estamos en guerra cuando ya pensábamos que nuestra generación iba a ser la primera en librarse de este mal, y sin embargo aquí la tenemos, con las trincheras abiertas a cada metro, gobernados por sinvergüenzas que nos azuzan el miedo cada día con el parte oficial de muertos, mientras se lo pasan en grande en ágapes como aquel que indignó a Miguel Hernández. ¡Putas e hijos de puta!

Por eso es precisa su resurrección, porque resulta imprescindible que también los comunistas sean aficionados a los toros, porque los toros, como el viento del poeta oriolano, son del pueblo.

José Luis Barrachina Susarte