De todos es sabido que, pretender ser torero es poco más que un milagro puesto que las condiciones que se presentan son todas tan ingratas, a veces tan injustas y tan demoledoras que, en el camino nos encontramos con decenas de “cadáveres” de chicos que han pretendido ser toreros. Yo diría, si se me apura que, ser torero es la profesión más difícil del mundo porque, para desdicha de los profesionales de dicho ramo, no es suficiente de que un torero tenga aptitudes y actitudes; tienen que confluir demasiados elementos para que un torero llegue a la meta o, en su defecto, que se haga escuchar de cara a los empresarios. Ya lo dijo en su día Juan Belmonte, es más difícil ser figura del toreo que Papa.

Repito lo del milagro porque para mayor desdicha es cierto. Son muchos los llamados y pocos los elegidos y, cuidado con los elegidos que como se les vaya un pie, es decir, un toro, lo dejan sentado en la cuneta para siempre. Dificilísima la profesión de torero puesto que, como decía, no depende todo de ti, del profesional, depende en demasiadas ocasiones de las circunstancias que puedan rodear al hombre ilusionado que se viste de torero. Escapan de todo maleficio las figuras consagradas, los demás, todos tienen un pie en el estribo. Y las pruebas que tenemos son contundentes porque muchos chavales con sobradas condiciones para ser toreros les dejaron en el camino.

Y digo que los chavales que quieran ser toreros deben de estar atentos a la “jugada” porque toda hazaña que puedan protagonizar siempre será apenas nada para lo que en realidad se les exige, a los de abajo, claro. Pero para todos esos clamo, por supuesto. Lo digo porque esa máxima exigible para todos los que pretenden ser y entrar en el circuito taurino, injusticias al margen, todos deben de saber que el esfuerzo siempre será poco. De nada sirve esgrimir que se han cortado cuatro orejas en un pueblo determinado; eso no vale. El esfuerzo tiene que ser sobrehumano y, una prueba de ello la tenemos ahora con Octavio Chacón, todo un referente que ha venido a mi memoria en estos instantes que, la pasada temporada, cuando entró en Madrid en la feria de San Isidro con la corrida de Saltillo, el hombre sabía a lo que se enfrentaba, como a su vez sabía que era aquella tarde o nada. Octavio Chacón venía de Perú, de los circuitos de los pueblos sin dinero, sin gloria, sin reconocimiento alguno y era consciente de que todo podía acabar en aquella tarde; o renacer, como así le sucedió.

¿Qué hizo Octavio Chacón en aquella épica tarde? Lo que correspondía. Jugarse la vida sin trampa ni cartón, algo que percibió el público de Madrid y que entendieron los empresarios puesto que, si no recuerdo mal hizo tres o cuatro paseíllos en Madrid, hasta el punto de repetir la épica en la feria de Otoño. Claro que, eso de jugarse uno la vida, eufemísticamente suena muy bello, pero hacerlo de verdad es una gesta que no está al alcance de todos. No recuerdo bien si en la citada tarde madrileña en la que Octavio se enfrentó a los Saltillos, si cortó o no cortó orejas; ni me importa. Pero sí nos importó a todos la gallarda forma de despreciar su  propia vida frente a una auténtica corrida de toros, justamente la que le ha llevado a estar en las grandes ferias de España y Francia.

Claro que, pese a todo, méritos inenarrables del diestro citado, no es menos cierto que ha tenido que desbancar a otros diestros que ocupaban ese escalafón en el que se lidian auténticas corridas de toros que las figuras no quieren; no se trata de llegar y besar el santo, aunque haya que besarlo, y creo que todo el mundo me ha entendido. Es verdad que Octavio Chacón ocupa el puesto que han dejado otros chavales que no han podido soportar la tremenda presión que ejerce sobre el corazón ese tipo de corridas durísimas, por ello tiene mucho mérito lo de este hombre que, sabedor de todo lo que se jugaba no dudó un solo instante en poner su vida al servicio de la emoción para que esta calara en el ánimo de los aficionados y, lo que es mejor, de los empresarios que le están contratando.

Como diría Valle Inclán, Octavio Chacón hizo de su carrera, de su profesión, un cántico a la tragedia para que la misma, traducida en emoción, calara en el sentir de los aficionados. No cabía otra opción. Y, lo que es mejor, o peor, según se mire, Chacón tiene que repetir la hazaña en todas y cada una de sus actuaciones; muy malo tiene que ser el enemigo para que este diestro no deje su sello gallardo dentro de una plaza de toros, algo que él tiene clarísimo porque de otro modo, si su carrera fuera un castillo de naipes ya se hubiera derrumbado. Pero como quiera que se trate de una verdad incuestionable, esa es la razón por la que este hombre admirable está en todas las grandes ferias, con el toro de verdad, y con su bendita presencia.

Así, despreciando su vida se ha hecho un hueco entre la torería Octavio Chacón, un valor que adorna su ser y una realidad incuestionable. El que quiera que le siga. De nada valen los lamentos si, llegado el caso te enfrentas al toro y caes en el precipicio de la derrota. Si triunfado ya es todo complicadísimo, no hablemos del fracaso que será entonces cuando estaremos opositando a la retirada.

Pla Ventura.