Pese a que la noticia se avanzó el pasado 29 de diciembre (un día después de los Santos Inocentes, pero no, no fue una inocentada), el contenido de esta tiene influencia directa e inmediata sobre el año que acabamos de recibir. La Casa Pagés, enquistada en la Real Maestranza de Sevilla como gestora, anunció el elenco ganadero para la futura temporada. En esta vez no las repetiré, por dos razones: una, este mismo medio ya lo hizo público; y dos, son las mismas de cada año. Nuevamente, una casa empresarial del mundo del toro (de aquellas que forman parte de la parte más estructural, de la infraestructura más básica del sistema) repite lo que no funciona. Una vez más, se anuncia lo que todos conocemos de memoria. Sin presentar ningún atractivo para el aficionado. Es más, echándolo de la plaza, haciendo invitado de honor (con abono incluido) a la piedra.

Son catorce los hierros anunciados para completar el abono sevillano. Catorce hierros a repartir entre tres encastes distintos: Murube (de Fermín Bohórquez. Con su inclusión, presumiblemente se descarta la comparecencia de Diego Ventura), Miura (siempre lo reseño como encaste Cabrera, pero es tal su amalgama de sangres y su larga y prolongada historia, que se considera como propio), Marqués de Albaserrada (con el anuncio de la vacada de los Herederos de Don Victorino Martín Andrés) y Domecq (todo lo demás, y con la certeza de que varias ganaderías se lidiaran en más de una ocasión). El año pasado: lo mismo.

Con este escrito no quiero criticar única y exclusivamente a la empresa gestora de la Maestranza de Sevilla. Es una crítica que, no por repetida, debe sostenerse en las exigencias del aficionado. Todas las Ferias de España, con las excepciones de Madrid y de algunos pueblos, presentan una configuración muy parecida. Todas se sustentan no solo en el encaste Domecq, sino en un número limitado de ganaderías. Como puede resultar evidente, estas vacadas anunciadas son del gusto de los espadas que se anuncian. Debido al encarecimiento de los costes de producción, los empresarios no tienen más remedio que intentar llenar al máximo la plaza. Debido a la falta de pedagogía que en el mundo de los toros ha habido en los últimos años, la sociedad es cada vez más desconocedora de la litúrgica tauromaquia. Sin embargo, puede serse ignorante pero no idiota. La poca originalidad de las combinaciones lleva al aburrimiento máximo del aficionado. Cada vez menos existen incentivos para hacer quilómetros en busca de un determinado cartel, pues se repiten en cada capital de provincia.

A todo esto, debe sumarse el genocidio genético al que se está sometiendo al campo bravo. Es inconcebible, y aquí tenemos la obligación de evitarlo, que, por la marginación del sector, los encastes bravos desfilen conjuntamente hacia al matadero, debido a la dificultad para no arruinarse en su cometido. Con la desaparición de ellos, se conduce a la muerte anunciada (aún más) de este maravilloso arte: se extinguiría, de raíz, la magnífica diversidad de caracteres físicos y de comportamientos. Me atrevería a decir, incluso, que desaparecería el toro bravo, para convertirse en algo del toro bravo.

 

Malos pronósticos tengo para la diversidad en la Fiesta para esta nueva temporada. Los quistes, los tumores, o se extirpan o te matan…

 

Por Francisco Diaz