Todas las ferias que se han celebrado hasta el día de hoy, el denominador común no ha sido otro que, la masiva asistencia de público a los festejos lo que, de alguna manera certifica que la Fiesta goza de buena salud que no es asunto baladí.  Claro que, a su vez, dicho espectáculo ha quedado descafeinado porque todo no se puede tener en la vida. Es lo que conocemos como la tauromaquia moderna, aquella que ya en su momento criticaba el maestro Joaquín Vidal y, pasados los años, todos los males se acentuaron, hasta el punto de haber perdido todo grado de exigencia que se les pedía a los lidiadores.

Pese a que el toro siempre tendrá dos pitones y un rabo, lo que se ha perdido en el camino no es otra cosa que la bravura, la casta, el empuje del animal frente a su oponente el torero. Y sin el elemento toro hemos logrado lo que conocemos como la Fiesta descafeinada. ¿Sigue teniendo peligro el toro? Por supuesto, eso no lo duda nadie porque un toro puede herirte hasta con el rabo. Siendo así, ¿dónde está el problema? Sencillamente en la forma descastada con el que los animales salen al ruedo que, más que toros parecen seres moribundos sin ánimo de pelea contra nada ni contra nadie.

Un ejemplo clarísimo no es otro que la suerte de varas. ¿Dónde ha quedado dicha suerte que antaño emocionaba a los aficionados? Murió para siempre. Los picadores ahora son figuras decorativas que salen el ruedo para fingir un rasguño en el lomo del animal que, en muchas ocasiones ni sangran por la herida. Lo que no entiendo es cómo los toreros, pese a o que estoy contado, es posible que lleven a esos hombres, antaño héroes y ahora figuras decorativas que, para mayor inri, hasta cobran un sueldo.

Como digo, ha muerto la fiesta de antaño, la que enardecía a los aficionados, pero, como ahora, expertos en la materia quedan pocos es por ello por lo que, los organizadores, sabedores de las carencias del personal que acude a los recintos taurinos a la hora de juzgar, es por ello que nos ofrecen ese festejo adulterado con toreros postureros, todos ellos a la espera de que salga el animalito que entre al trapo sin el menor atisbo de peligro y, de tal modo hacemos la faena bonita. Las grandes ferias celebradas en lo que llevamos de año certifica todo lo que digo.

¿Oiga, -pregunta el otro- y no quedan toros? Si, por supuesto que sí. Pero si queremos emocionarnos con la grandeza del toro tenemos que bajar al segundo escalafón de los matadores de toros, toreros de un altísimo nivel que nos hacen vibrar como nadie, pero, las masas no optan por la verdad, más bien por el engaño al que son sometidos una tarde sí y mil más. Siendo así, mal camino llevamos. Seguirá el espectáculo donde acuden propios y extraños por aquello de celebrar la gran fiesta entre todos ellos, pero, su “majestad” el toro no aparecerá por lado alguno.

Como hemos dicho hasta la saciedad, la reciente feria de Sevilla ha dado el ejemplo exacto de todo lo que certifico. Corrida expectación, festejo de decepción. Así ha ocurrido e la capital hispalense y, sin duda, en todas las ferias donde cohabitan las figuras que no son capaces de asumir el mínimo riesgo y, cuidado, que yo no quiero que Roca Rey mate los Victorinos que, con su acción, lo único que logró es quitarle el puesto de trabajo a un hombre que le hace mucha falta. Lo que sería importante es que los que mandan en el toreo, en un ataque de pundonor, se apuntaran a corridas encastadas que no tienen por qué ser las de Albaserrada, hay otras muchas de menor riesgo si se me apura, pero ¿quién degustando a diario el jamón de Jabugo se decanta por la mortadela? Es muy difícil de llevar a la práctica.

Es cierto que, las figuras le están haciendo un favor inmenso, entre otros, a Victorino Martín puesto que, si queremos ver al toro en su integridad en todos los sentidos, tenemos que decantarnos hacia los toros de este ganadero y algunos más que, como norma, suelen lidiar el toro encastado y fiero. O sea que, mientras los diestros de relumbrón se matan por torear las corridas moribundas y mortecinas, cuando los aficionados queremos ver al toro en su pujanza tenemos que decantarnos a favor de las ganaderías que sabemos que el toro, mejor o peor, pero siempre saldrá encastado, por tanto, con peligro latente para los toreros.

En la imagen, Juan Ortega, el que bordara el toreo en Sevilla pero, ¿dónde estaba estaba el toro? Esa será la eterna pregunta de los aficionados ante cualquier torero de arte.