Como cada primero de año la Orquesta Filarmónica de Viena  se asoma al mundo con su Concierto de Año Nuevo, milimétricamente preparado en todos los órdenes y con un asombro de centros florales que adornan aún más la ya de por sí bella sala dorada del Musikwerein de la capital austriaca. Siempre he tenido en la mente que un espectáculo de esas características era algo que nuestro país podría acometer al aire español porque, realmente cuenta con los mimbres que se precisan para armar un precioso cesto. Y quiero hoy, al hilo del reciente concierto retransmitido a 54 países  que son  los que se suman cada año, dedicar mi comentario a lo que estoy segura sería un fantástico escaparate para la “marca España”.

Lamentablemente no invita al optimismo el hecho de que nuestras Instituciones hayan sido casi siempre cicateras con respecto a la música clásica. Nunca ha estado entre sus prioridades el atender las demandas, a veces perentorias, que con insistencia se han hecho a la Administración para solventar los muy serios problemas de los músicos. Cabe pensar que al proyecto  difícilmente se embarcarían con la debida atención, interés y entusiasmo. Pero, veamos: el concierto de Año Nuevo es para Austria un inmejorable escaparate turístico de su cultura, su paisaje, arte y tradición en un acontecimiento del que sus habitantes se sienten orgullosos. Como primera providencia reconozco que el pueblo austriaco es un pueblo de arraigado espíritu patriótico. Ama y defiende a su país inmensamente, algo que resulta difícil de atribuir en estos tiempos al pueblo español. Los austriacos además son grandes amantes de la música y Viena es, por excelencia, la capital de la música clásica en el mundo. En tanto los españoles estamos lejos de poseer una elevada cultura musical. Sin embargo, como comento, no se trataría de importar la idea de un concierto sólo para expertos y melómanos recalcitrantes, sino de una gala similar a la de Año Nuevo, que pudiera exponer nuestra más contrastada música autóctona, de una manera que resulte amena y accesible a todos los públicos.

España puede presumir de tener intérpretes muy competentes y compositores de enorme prestigio que llenan de gloria nuestro palmarés artístico. En cuanto a  orquestas sinfónicas, cuenta con varias de gran altura para desempeñar con solvencia un evento como este. Directores los hay y un abanico amplio entre los mejores. Tenemos un Ballet Nacional  admirable que pone en alto nivel  la danza  genuinamente española,  nuestra Escuela Bolera, única en el mundo y, en fin  coreógrafos capaces y prestos a estilizar danzas tan variadas como las procedentes de las diferentes regiones españolas.

Si hablamos de compositores, no hay región española que no haya surtido a la nación de nombres  gloriosos como Albéniz, Falla, Turina, Granados, Soler, Guridi, Chapí, Veiga, Rodrigo, Esplá… y no digamos ya si acudimos a un Guastavino, Ginastera o Revueltas por poner tres ejemplos hispanoamericanos, si le damos al evento una dimensión hispánica. No sería capítulo menor hacer cada año un reportaje, magníficamente estudiado en el intermedio del concierto para mostrar al mundo la belleza de alguno de nuestros parajes tan diversos como afortunadamente tenemos en nuestra España. Reportajes que Viena prepara con gran meticulosidad, pero si Austria es privilegiada y realmente hermosa, España puede también presumir de sus encantos y variados paisajes y también de profesionales expertos y competentes para realizarlos.

El Concierto de Año Nuevo, sin duda económicamente es costosísimo pero piensen no solo en la difusión de un evento como ese que, además, reporta millonarios beneficios, yo diría que incalculables por su venta y difusión pues son  mil millones de espectadores los que se prevén por los cinco continentes. Naturalmente tal esfuerzo no se consigue en uno o dos años, pero si las cosas se hacen con auténtica categoría y convencimiento, institucionalizándose  para que no fuese flor de un día, terminaría  reportando  cantidades muy respetables a las arcas del Estado. En Viena son 84 años de historia los que tiene el festival, que ha mantenido siempre la enorme categoría con que se inició, aumentada por los medios audiovisuales que naturalmente son cada vez más sofisticados. La transparencia, el vídeo, los diaporamas, y los nuevos sistemas de la informática  han ido, naturalmente incorporándose. Las localidades para presenciarlo in situ, pueden llegar a costar hasta 1.200 € aunque las hay bastante mas baratas, pero  no es fácil hacerse con ellas si no es con mucha anticipación. Mas eso no es lo importante, sino la difusión del evento a todo el mundo que la televisión austriaca pone a disposición de todos los países que lo soliciten.

Y hay otros aspectos, no desdeñables. Nada une entre los pueblos más que la música. España y América entrecruzarían lazos de amistad, de entendimiento, de valores y la alianza entre dos continentes se reafirmaría, aparte de la fuerte difusión que el concierto tendría en nuestros países hermanos: ocasión para hacer patria, para unir lazos, para reivindicarnos como pueblo, para dar a conocer nuestra mejor música ¿No son razones más que suficientes, yo diría que necesarias para embarcarnos en tan bella aventura? Sí, es cierto, sería una copia del famoso Concierto de Año Nuevo, pero con características propias por la idiosincrasia de nuestra nación. Un verdadero espectáculo, en todos los órdenes y siempre pensando en alcanzar la categoría artística que atrae a millones de personas. Espectáculo para el que se trabajaría durante todo el año a fin de alcanzar las altas cotas de excelencia deseadas. Si no, no vale la pena.

No niego que se realizan en nuestra nación a lo largo del año conciertos extraordinarios con motivo de algunos acontecimientos destacados, pero no abarcan ni llegan a constituir la magnitud ni el interés semejante a lo que se vive en Viena desde hace ochenta y cuatro años y que es, su mejor tarjeta de presentación al mundo y turísticamente la mejor propaganda para vender las excelencias de Austria.

Lo que digo son elucubraciones, sueños, anhelos, pensamientos que vienen a la mente al ver espectáculos que ensalzan los grandes valores que guardan algunos pueblos  que no quieren perder su identidad y lo que les une. En el nuestro parece que poco importa perder cuanto de bueno se guarda en el alma  y si a duras penas se mantiene, es por el esfuerzo de algunos, pero no tanto por quienes nos gobiernan, que al parecer están en otras cosas y me temo que  carecen del conocimiento, la sensibilidad y la altura de miras necesaria.

Francisca García