Por Alexa Castillo. Fotografia Mundo Toca. Federico Pizarro, Adolfo Guzmán y la cuadrilla en el anuncio de retiro

Hay que saber despedirse a tiempo! Se acumulan los recuerdos en la mente y explotan, empiezan a dejar un vacío, como la última gota de agua, o como sentarse a mirar el ocaso de la tarde y observar como se desvanece en segundos. Voltear atrás y darte cuenta que algo se acabó, que ese libro tan interesante, apasionante y desgarrador llegó a su última página y hay que cerrarlo y seguir adelante, a veces, sin respuestas, a veces con cientos de preguntas que nadie nos sabe resolver. Decir adiós es ver caer las hojas de un árbol, es quemarse por dentro porque es lo último que quieres que suceda, pero sabes que no hay otro camino.
Es escuchar el silencio de la montaña sin saber qué es lo que hay del otro lado, es ese momento en que el rumbo parece perdido, es la soledad en sí misma porque la incertidumbre nos invade.
Y en el Toreo no hay excepción, sin embargo hay algo más.
«Cuando eras niño y jugabas al toro, con la ilusión de algún día verte anunciado en una plaza Monumental, cuando abrazabas la esperanza de escuchar los gritos de Torero! Torero!, con tus pequeños avíos en el patio de la casa de los abuelos, y no había mejor juguete que un capote o una muleta. Cuando te liabas una toalla como si fuera capote de paseo y partías plaza siendo admirado por tus compañeras de escuela que te exaltaban porque eras alguien distinto, superior. Cuando todo eso pasaba por tu mente, y fuiste creciendo y alcanzando metas hasta llegar un día al campo y enamorarte perdidamente del toro y de su entorno. Cuando sentiste pasar cerca de tus piernas esa primera becerra, quizá toreada y que te achuchó, cuando entrenabas incansable por horas aún sin saber si algún día llegarías a matar por lo menos un novillo. Todo era un sueño!
Y llegaron esas primeras tardes, unas de miedo, otras de convicción, otras de triunfo, otras de fracaso, pero siempre de emoción. Y después tu primera oreja, que te hizo seguramente sentirte el Rey del mundo, no caber en ese terno que con tanto esfuerzo te compraste. Y comenzar a cosechar triunfos, apéndices, vueltas al ruedo hasta llegar una tarde a verte anunciado en esa, sí, la más grande, la Monumental, la Plaza México, en la que tantos toreros habían partido plaza, habían logrado ser figuras, una plaza que en este país es la Catedral, el bastión, el más alto escalón de la Fiesta y por la que han desfilado los más grandes, los que han sido pilar y fruto de la Tauromaquia Internacional.
Ahí, donde tuviste la entrega de un público que pudo disfrutar tarde a tarde esos duelos novilleriles, en los que las pasiones se desbordaban y se empezaban a tejer historias, cuando los tendidos rebozaban por la apasionada entrega de una serie de chiquillos que habían tomado la decisión más importante y grande de su vida… Ser toreros.»
Y así empiezan las historias, unas se escriben en oro y otras se las lleva el viento, se olvidan con el tiempo, pero las que perduran pasan por difíciles pruebas y crean genios, artistas y locos que exponen su vida cada tarde por llegar a la cima de esa montaña tan alta y que pareciera no tener un final.
Porque los finales cada conciencia los dicta y son tan personales que acabarían con los versos de un poeta.
Cuando el amor se acaba, duele el alma, tal y como debe dolerle a un torero el arrancarse la esencia misma de su ser, pero a todos les llega su hora y hay que saber cuál es el mejor momento.
Dejar de torear es como dejar de respirar, porque en un ruedo, así esté llena la plaza, sólo hay dos, es un idilio ardiente que tiene que terminar con una vida, una de las dos que ahí se encuentran presentes, en un duelo, pero también en una seducción, en un romance, en un juego de poder y sin embargo en un verso.
Pero se tiene que aprender de nuevo a respirar, a volver a caminar, a volver a sentir y a buscar una nueva ilusión, ya que no todo puede ser eterno.
Hoy, en el Restaurante Taurino más antiguo de la Ciudad de México, «El Taquito» en una sentida conferencia, aquel chiquillo que un día soñó con ser torero, anunció su despedida, el adiós y el final de una carrera llena de matices, de triunfos, de lucha y de clamor. Un final que llega quizá por la falta de oportunidades que en este país hay para la mayoría, ya que tenemos una fiesta de exlcusividades y preferencias. Se va con el corazón en la mano y habiendo dejado su alma en tantas plazas de toros, de tener el cuerpo cosido a cornadas, pero que valieron cada gota de sangre a cambio de la entrega del público que  la fecha lo sigue fervientemente. Se va buscando un nuevo camino en plenitud de facultades físicas y con la certeza de haber dado todo!
Federico Pizarro realizará una intensa campaña de despedida durante el resto del 2018 y los primeros meses del año entrante, buscando cortarse la coleta en la Plaza México, aquella que le vio salir en hombros tantas tardes y que lo acogió con tanta vehemencia. Un torero que sí pudo escribir su nombre con letras de oro, que es parte ya de la historia del Toreo y que seguramente va a hacer mucha falta tras su partida.
Así, el diestro en cuestión, como su cuadrilla y su apoderado, el matador en el retiro Adolfo Guzmán dieron a conocer sus planes.
Hasta luego y Suerte Federico Pizarro!!!!