Muchas veces cuando la angustia se acumula en tu alma y se tambalea mi afición, me reconcilio con historias de toreros soñadores, bohemios y sentimentales. Vidas ajenas, que hacen que la tuya pase a un segundo plano, al comprobar como un romántico lucho por un sueño,  y pago con sangre, sudor y lágrimas hasta conseguir ser efímero por un día. Porque el camino es largo, difícil y abrupto para talentos especiales, que destacan por encima, pero la suerte no los coloco en un lugar que correspondía.

Ayer cumplía un año del adiós a los ruedos  Julián Maestro. Un torero, subalterno y persona que lo ha dado todo por la tauromaquia, por dar la importancia a un arte que a día de hoy ha tenido mejores época. Probablemente este hombre sea más conocido por los aficionados que por el espectador en general,  aunque es parte de la leyenda de Madrid, de su escuela, de sus calles y de sus gentes.

Desde sus inicios en esta profesión con tan solo 9 añitos en la casa de campo, donde hacían de  toro  sus hermanas, hasta la actualidad, tiene baúl guardado en el alma de anécdotas, recuerdos, vivencias y experiencias que le han convertido en el hombre que es hoy.  En 1976 la Escuela Nacional de Tauromaquia le abrió sus puertas, para convertirlo en uno de los novilleros más conocido de la época, formando un trio de ases, o mejor dicho de príncipes, con  José Cubero Sánchez “El Yiyo”, Lucio Sandin y el propio Julián Maestro, formaron un lio en decenas de plazas, y crearon a cientos de nuevos aficionados. Un logro que hoy en día no se podría lograr, ni mucho menos imaginar. Plazas llenas, giras europeas, la gente hablo mucho de estos tres fenómenos madrileños.

Épocas todas en la que luchó por convertirse en torero, mejorar su arte, afinar su corazón y desprender su alma. Una infatigable carreras llena de sonrisas y lágrimas, de momentos trágicos, y otros dulces, hasta que en 2002 dejó la plata y se volvió a enfundar el oro para tomar la alternativa de manos de Luis Miguel Encabo en la madrileña plaza de Móstoles, fugaz fue su carrera en el circuito, igual que un buen perfume se sirve en tarro pequeño, sus momentos fueron intensos, perfumados con verdad y pureza. Ya de subalterno estuvo a las órdenes de los más grandes, desde Jose Tomas hasta Luis Francisco Espla, impartiendo sabiduría y coleccionando momentos.

Un año ya de su adiós de los ruedos, aunque su afición crece cada día, incluso escribe de vez en cuando, de toros, verdades y torería. Siempre recordando a ese niño, que robo con sinceridad corazones de aficionados. Ese banderillero que pareo sin vacilar asomándose al balcón. Igual que toreo, vive ahora su vida, en corto y por derecho, la cabeza alta y la humildad por bandera.

Por Juanje Herrero