Enrique Ponce, el maestro de Chiva, el que lleva veintiocho temporadas en esto, supuestamente procesando un amor incondicional, soltó ayer, en la Universidad Católica de Valencia, una nueva perla. Todos recordamos la ocasión en que, en el Club Cocherito de Bilbao, pretendió justificar, mentir, en uno de los más aspectos más característicos y burdos de su tauromaquia: citar con el pico. Esta vez, repitió la estrategia con otro de sus rasgos habituales: torear al hilo del pitón. Concretamente, calificó torear “cruzándose a pitón contrario” como un recurso, no como un axioma. Algo parecido defendió siempre el alicantino Dolls Abellán, definiendo ese elemento esencial de la tauromaquia clásica como ventaja. Fue aún más contundente y vulgar.

Es muy difícil, cuanto menos imposible, desasociar el concepto de cruzarse con el de cargar la suerte. En definitiva, ambos son elementos determinantes y contribuyentes a la dominación del toro y a la hondura del muletazo. Por tanto, no puede entenderse el uno sin el otro. Quizás, el maestro valenciano tenga razón, pues su toreo, desde unos años a esta parte, reside en el toro colaborador, bobo, nacido dominado, artista, y más descalificativos que con frecuencia se le atribuyen, impropios de un animal fiero y poderoso. En este pretexto, en el que Ponce despliega su tauromaquia, sin el más mínimo respeto a los aficionados, a sus predecesores y  al toro bravo, el hecho de cruzarse, y por ende cargar la suerte, ni siquiera constituye un recurso, sino una mera opción artística.

El toreo moderno o clásico (entendido este como el resultante de la época de oro), del que yo me considero adepto, consiste en lidiar y torear, a diferencia de su precedente, el del siglo XIX. Por tanto, no es suficiente con poder al animal para estoquearlo, sino que, además, deben reunirse todos los elementos necesarios para la creación de una obra artística. Son varios los cambios revolucionarios que suponen la inflexión de un punto a otro, los más destacados: la modificación de los parámetros de selección ganadera y del tercio de varas. Sin embargo, sigue siendo un elemento intrínseco en sí mismo la necesaria dominación, poder al toro, que, al fin y al cabo, continúa siendo, o debería, una fiera.

Ante un toro bravo, encastado y poderoso, con la nobleza astuta del que se siente valiente, es necesario poderlo. Una vez realizado esto, y en consecuencia se haya entregado, será cuando el torero puede relajarse, abandonarse y demás cursiladas. Por todo esto, es indispensable cruzarse y cargar la suerte, cuyos conceptos han evolucionado en la misma tónica que el toro: no pueden compararse el de Pepe-Hillo con el de Rafael Ortega, por la básica razón de que el toro era radicalmente distinto. Sin embargo, la esencia se mantiene: poderlo. En definitiva, suponen cambiar su trayectoria: hacerlo pasar por donde la mente humana quiere, y no por donde su fuerza bruta lo guíe. Quebrantarlo. A diferencia de lo que conlleva quedarse al hilo del pitón, tal como Cossío intuyó: “el toro va por su camino mientras el diestro presencia su paso”. En este punto, sí aceptaría que cruzarse es un recurso, pues es necesario para sobreponerse a una fiera.

No quería acabar sin recordarle a Enrique Ponce que, según Pepe-Hillo: “la muleta hay que presentarla cuadrada y no sesgada”.

 

Por Francisco Diaz