Posiblemente, si de toros hablamos, puede que la afición de Pamplona no sea la más ejemplar de España porque, toros al margen, las peñas se lo pasan en grande y en muchas ocasiones sin percatarse de lo que sucede en la arena que, muchas veces, resulta lamentable dicho comportamiento porque hiere la sensibilidad de todos aquellos que se han jugado la vida.

Pero, por el contrario, si miramos la otra cara de la moneda lo que sucede en Pamplona no pasa en ninguna parte del mundo porque, es la única plaza del globo terráqueo en que los toreros cobran lo que antes se llamaba un “dineral”; y no me refiero a las figuras que son correspondidas como tales a nivel crematístico. Pensar que cualquier torero humilde se lleve de Pamplona unos honorarios para poder pasar el año sin estrecheces, eso dice todo de la gran Casa de la Misericordia de la que es dueña y señora del inmueble con ese mismo nombre, plaza de toros de La Misericordia.

Esa justicia que en Pamplona se imparte ya la quisieran los toreros en plazas como por ejemplo Madrid; nada que ver una plaza con la otra siendo ambas de casi el mismo aforo. Mientras en Madrid se pagan sueldos ridículos, es decir, el llamado sueldo base, en la capital navarra, como antes dije, cualquier torero arregla el año con una sola actuación, por tanto, no cabe justicia mayor. Por otra parte, es lógico que todo esto suceda cuando la institución benéfica lleva más de trescientos años de dádiva generosa para con los ancianos más humilde de toda Navarra.

Convencido estoy que, La Casa de Misericordia de Pamplona, en sus más de trescientos años de vida ha ayudado a cientos de miles de persona desvalidas, sin duda, la acción generosa más bella que conocemos en toda España; y todo ello bajo una gestión privada que, en su inmensa mayoría en lo que a sus gastos se refiere son subvencionados por las corrida de toros y domativos de toda índole como no podía ser de otro modo. Al respecto de los toros, dicha institución tiene unos gestores que, gratis et amore, son capaces de organizar dicha feria, repetir al triunfador, permitir que se presenten nuevos valores y, por encima de todo, darle categoría a su plaza, por algo se le denomina la Feria del Toro.

Decíamos antes que, sus aficionados, en ocasiones no están todo lo acertados que debieran pero, se les exime de todo porque gracias a ellos vive la Casa de la Misericordia. Al parecer, todos los navarros son conscientes de la gran responsabilidad que acometen al comprar su abono porque, ante todo, son sabedores de que ese dinero que se gastan en el abono va directamente a las arcas de dicha institución que, con lógica, coherencia, saber hacer y mejor comportarse, tras la feria reparten ese dinero de forma equitativo entre toros y toreros, todo un lujo del que se sienten ufanos unos y otros.

Actuar en Pamplona no es cualquier cosa, todo lo contrario. Imagino que, los toreros, figuras incluidas, ver ese recinto a rebosar cada tarde les llenará de alegría porque entenderán que se les puede pagar el “sueldo” con toda la honradez del mundo; y no digamos los humildes que, la mayoría de los que han actuado en Pamplona, en repetidas ocasiones lo han hecho en plazas en las que apenas se han congregado mil personas. Siendo así, ¿quién puede salir insatisfecho de dicha plaza? Nadie en el mundo; todo lo contrario, todos se marchan de Pamplona con la satisfacción del deber cumplido, de haber actuado ante veinte mil almas y, como decía, de llevarse un dinero que no podían soñar jamás en ninguna plaza del mundo.

Para que nos hagamos una idea, recuerdo la presentación de Juan José Padilla en Pamplona, toda una eclosión al más alto nivel pero, al margen de la hecatombe que allí produjo su toreo, lo más relevante de la cuestión es que Padilla llegaba a Pamplona con unos honorarios de trescientas mil pesetas en cualquier plaza y, en la capital navarra le dieron cinco millones de pesetas. El dato creo que es revelador y, lo que es mejor, lo dicho sigue siendo la norma. Morante, por ejemplo, era remiso en actuar en Pamplona, razón por la que en toda su trayectoria había actuado creo que eran tres tardes y, este año ha actuado, nadie la ha increpado, ha cortado una oreja y ha salido sonriente y feliz de dicho recinto centenario y, además con un fajo de billetes.