Juan Ortega con su acción ha querido trascender mucho más allá del mundo de los toros y, con toda seguridad ha cometido un error mayúsculo que, por supuesto, asumirá las consecuencias pero, su actitud es propia de Rafael El Gallo, allá por los primeros años del siglo pasado que, el citado diestro era experto en “espantás” entre ellas, la que tuvo con Pastora Imperio, al margen de todas las que protagonizaba en los ruedos. Cierto es que los tiempos han cambiado y, mientas lo del Gallo quedaba para un reducto de aficionados que solían leer el ABC, el resto de la sociedad no se enteraba para nada.

Por lo contado, la noticia de que Juan Ortega dejara sentada en la banca como dirían en Colombia, a su novia, ello ha corrido como un reguero de pólvora que, consecuencias monetarias al margen de todo el desaguisado que el diestro ha formado, luego tiene que atenerse a las consecuencias que todo lo ocurrido le reportará y, lo que es peor, no será nada bueno. Su imagen ha quedado lacerada para siempre y, los invitados a la ceremonia, todos pensarán que se trata de un mindundi; claro que, la novia y su familia pensarán cosas peores y, repito, todo eso no es bueno para un chaval que desde hace un par de años está saboreando las mieles del éxito en el oficio que tan bien desarrolla.

Desde luego que, si pretendía que todo el mundo le conociera lo ha logrado por completo pero, ¿a qué precio? Ser famoso al estilo de Jesulín de Ubrique es un dislate en toda regla. Ortega tiene que ser famoso por sus lances a la verónica, por su toreo cadencioso y singular, nunca como un descerebrado que toma decisiones a la “torera” valga la expresión tratándose de un torero. Seguro que, a partir de ahora, los medios de comunicación llamados basura tienen con el diestro un filón importantísimo para vender “carnaza” pero, que no se equivoque Ortega que, más allá de la basura informativa a la que cito, su actitud al margen de los ruedos, eso no le reportará contrato alguno, más bien se los quitará. Por supuesto que nadie estamos dentro del cuerpo ni del cerebro de Juan Ortega pero, hay decisiones en la vida que hay que pensarlas con tiempo, analizarlas, estudiarlas y, llegado el momento, hasta abandonar.

Insisto que, todos los que creían que Juan Ortega era un señor, especialmente los quinientos invitados a lo que pensaban que iba a ser su boda, todos ellos, enojadísimos, no saben qué decir ni mucho menos cómo reaccionar. Me imagino, entre otros, al maestro Curro Romero que, con sus noventa años a cuestas, aquello de hacer el viaje, vestirse de “dulce” para la ceremonia y posterior banquete y ver que tras tan grande esfuerzo, todo ha quedado en una broma de mal gusto, no creo que el maestro guarde un buen recuerdo de tan nefasta burla.

Dice el refrán que, de artistas y de locos todos tenemos un poco y, en honor a la verdad, dicho refrán parece que se escribió para el diestro de Sevilla que, si dentro de los ruedos es un artista, en la calle y con los suyos se ha portado como un esquizofrénico. No le queda más remedio que asumir las consecuencias del desacato que ha formado. Él sabrá. Doctores tiene la iglesia.

En la foto vemos a Juan Ortega izado en hombros por Juan del Val, el periodista y escritor que era una de los invitados al banquete.