La actuación en el palco de Madrid en el día de ayer dejó mucho que desear porque, como se demostró, el usía vino a demostrar que no tiene alma que, es mal aficionado e insensible ante las causas justas de un torero que no tiene nada y, para colmo, se jugó la vida en Madrid que, con el lote menos criminal que sus compañeros, hablamos de Juan de Castilla tuvo una actuación digamos que memorable. Por encima de todo, el presidente, la afición, la prensa y todo bicho viviente, tiene que calibrar el toro que tiene el torero enfrente. Dicho lo cual, tras el mencionado análisis ya podemos empezar a discernir.
¿Qué le pasó a Juan de Castilla ayer en Las Ventas? Lo dicho puesto que, por la insensibilidad de hombre sin alma, De Castilla se quedó sin sangre en las venas al ver cómo el público pedía la oreja en su inmensa mayoría mientras el presidente hacía oídos sordos ante dicho clamor. ¿No habíamos quedado que la primera oreja es potestad del aficionado? Pues no; ayer en Madrid la opinión y deseo del aficionado, el presidente se lo pasó por el forro de su entrepierna mientras que dañaba con saña la carrera de un torero humilde que, para su fortuna, resultó ser el triunfador de la tarde.
De Castilla estuvo muy bien ante el primer enemigo de “Pablo Romero” que embestía con nobleza, con la pena de que el toro perdiera las manos en varias ocasiones y, el diestro, ante dicha carencia tuvo que bregar como un león en una faena a media altura pero no exenta de conocimientos lidiadores. Al final de la misma, hasta acalló las protestas porque había corregido el defecto del animal. Su segundo, de Sobral, un toro donde los hubiere, Juan de Castilla estuvo pletórico porque, para su fortuna, fue el toro que mejor embistió durante toda la tarde. Labor muy bien estructurada y, de repente, para empezar, se puso muy lejos, a más de treinta metros y, emulando al maestro César Rincón allí se puso para, sea lo que Dios quiera. El toro, para su fortuna, le repitió varias veces para que el diestro mostrara que no es un gracioso que quiere ser torero; es un torero que pide oportunidades. Ya rayó muy alto en la Copa Chenel, lo que evidenciaba que llegaba a Madrid pletórico, radiante, sabedor de la torería que atesora; su faena, repito, tuvo el don de la emoción cosa que, con los toros amaestrados no sucede nunca. El muchacho estuvo a una altura bárbara, sabedor de que se estaba jugando la vida, pero ahí, justamente ahí es donde rayó todo su mérito, el que nadie le quitará.
La tarde no había sido muy rotunda con la espada para los diestros, digamos que todo lo contrario y, De Castilla, se perfiló de cerca y cobró un estoconazo de auténtico libro en el que el toro tarde tres segundos en doblar, pero con una estocada en el hoyo de las agujas y, como decía, el presidente se hizo el loco mientras que, el torero, con el alma rota, recorría el ruedo entre ovaciones. Vamos a ver, ¿cuántas orejas se han dado en Madrid con menos méritos? Seguramente, muchas. Por el contrario, ayer, el que se la ganó con creces exponiendo su vida y toreando al más puro estilo César Rincón, un torero humilde por lo poco que torea, pero muy grande por los valores que ayer lució en Madrid.
La imagen, para nuestra fortuna, es del maestro Andrew Moore.