Estamos aquí para hacer transcender el sentir de una parte de la sociedad. Un colectivo engrosado no solo por los profesionales de la tauromaquia, ganaderos, recortadores, y un largo etcétera; sino también por esa legión de aficionados que colma los cosos de nuestra provincia.

Estamos aquí para recordarle a este gobierno que no somos ciudadanos de tercera. No. Pues contribuimos, con nuestros impuestos, al bienestar social de este país; haciendo obvio que, toda obligación necesita la contraprestación de unos mínimos derechos. Y bien puede un sector de esta sociedad cuestionar la actividad taurina (cuestión que admitimos en virtud del ejercicio de tolerancia necesario para el buen discurrir)  pero en ningún caso, -la incitación, la marginación o el estigma- pueden venir guiados de la mano del estado.

Gobernar no es un ejercicio de coerción. No. Si lo es, en cambio, de equilibrio y, a esto venimos: a procurar que se ponga en la balanza las contrapesas que devuelvan el fiel a su centro. Supone esto, pese a sus aprensiones, la obligación de aceptar aquello que no les gusta. Y que, por ironías de la vida, un vicepresidente socialista (Rubalcaba)  oficializó como manifestación artística, tras su transvase ministerial. Así decía el Consejo de Ministros, una vez aprobado, mediante real decreto su traslado desde Interior: “que en lo sucesivo, el Ministerio de Cultura asuma todas las cuestiones relacionadas con la promoción y fomento de esa disciplina artística, los estudios, estadísticas y análisis sobre la materia y también el registro de profesionales del sector «. Definiéndolo como: “una disciplina artística y un producto cultural».

Eran tiempos de una ministra de Cultura -Ángeles González Sinde- con sensibilidad, abierta y siempre cercana a las tradiciones. No faltaban en sus condecorados por méritos a las Bellas Artes los toreros, y… era del PSOE…

Sin embargo la amenaza del actual ministro de Cultura y Deportes ya planea sobre nosotros, dejándolo bien claro con estas palabras: “mientras la tauromaquia esté en cultura habrá de respetarse la ley, mas cuando salga de ahí: no ha lugar a debate”.

¿En esto consiste el anunciado progresismo; en esta piromanía utilizando como combustible cuantas tradiciones, hábitos y usanzas se hallen a su paso? ¿Esta es la conclusión de quienes se niegan a compartir la solera de un pueblo: La hoguera? Por cierto, método empleado por todas las culturas totalitarias para la erradicación de todo aquello que su sectarismo les impedía entender o compartir.

A este gobierno tendencioso lo invitamos a asomarse a una plaza de toros, solo así podrá entender en qué consiste la concordia; eso mismo que no son capaces de sembrar ni en jardín de su casa. Pasen a los tendidos de cualquier coso de la provincia y contrasten; observen el milagro de la cohesión sin adoctrinamientos, ni coacciones. Un tendido congrega gente de toda calaña, cultura, estrato social e ideología. Y lo cierto es que, esa masa tan voluble como abigarrada de humanidad es capaz de coincidir y pronunciarse al unísono en momentos determinados; tal que la ópera, o el teatro. Pronunciarse como una sola voz; eso mismo que en la escueta dimensión del hemiciclo y con apenas 350 voluntades no son capaces de conseguir sus Señorías. Ahora bien, estos aficionados, no toleran la más mínima trapacería. La fidelidad a la norma no permite mentiras, intrigas, ni atajos. Cuando se falta a la verdad se enfadan y aniquilan artísticamente al torero. Mas no se precisa de fuerzas del orden (ni dentro ni fuera de los cosos taurinos) los enfados del respetable, pese a las decepciones, jamás los mueve al tumulto, al vandalismo, o al destrozo de mobiliario urbano. La conclusión es sencilla: donde se da el civismo, hay educación y ésta dimana del poso cultural que el ejercicio reiterado como espectadores les ha ido inculcando. Tal que la ópera o el teatro. Pues si una corrida de toros necesitase del despliegue policial exigido al fútbol, ha tiempo que los toros habrían dejado ya de existir.

Sabemos, de antemano, como este pronunciamiento, por incomodo,  será codificado y vinculado a determinado ideario. Se equivocan de nuevo. Nosotros pertenecemos al sentir del pueblo. Gracias a él subsiste todo este colectivo, y tan sólo a éste cabe la posibilidad de extinguir las corridas con su ausencia en los tendidos. Pero mientras  las plazas convoquen humanidad: ¡habrá fiesta! Porque los toros son, junto a la religión, el arte y el amor, la única herramienta de la que dispone el ser humano para contrarrestar la desoladora realidad de su destino. Prohibir cualesquiera de estos bálsamos, es privar de consuelo a quienes tienen su fe depositada en ellos. Y aunque, obviamente, ninguno de estos ungüentos no nos libran de la muerte, al menos, atenúan nuestras miserias, y dotan de sentido la existencia.

Por tanto Señores del gobierno: Dejen al pueblo con sus convicciones, sus diversiones, sus anhelos, sus ritos, sus devociones, sus fiestas, sus credos, sus supersticiones, sus arquetipos, sus héroes y… ¡sus toros! Dejen de hacer retales con el mapa de España y virutas el idioma. Dejen de envenenarnos con sus salmodias políticas. Dejen de inducirnos a inútiles confrontaciones. Dejen ya, de tenderle celadas a la libertad. Pero sobretodo: dejen al pueblo ser feliz a su modo y manera.

Luis Francisco Esplá Mateo