Aguantaron estoicamente los interrogatorios policiales como si toreasen un marrajo en el valle del terror abulense, siendo algunos de ellos menores de edad. Luego saborearon no los aplausos de una tarde triunfal, sino la indiferencia y el silencio espeso de aquellos que dirigían la escuela; estos se taparon detrás del burladero ignominioso del desprecio. Porque desprecio es no afrontar la realidad, decirles, explicarles que ya no contaban con ellos. Que aquello se cerraba por derribo
Ahora podemos entender la marcha de algunos alumnos que dejaron la institución murciana antes que la nave se fuera a pique. José Ángel Noguera «Angelín», Víctor Acebo o Jorge Martínez son los más conocidos de entre el grupo desertor. Y sabemos que ellos crecieron de manera fulminante en otras escuelas como Almería o Alicante. Pero otros no tuvieron la suerte y posibilidades de ellos, quedando en tierra de nadie, sin poder continuar en su férrea vocación para ser toreros. Porque ser torero no es ser funcionario, ni bancario, ni fontanero. Ser torero es como pertenecer a otra galaxia, estar revestido de una vocación sin límites, sentirse arrastrado por una tremenda energía interior que te conduce a la singular espiritualidad que surge en una lucha ante el animal más bello y seductor: el toro de lidia.
El pasado domingo pudimos compartir unas horas con ellos, o al menos una representación de lo que quedó y también de algunos que se fueron a otras escuelas. También estuvo el novillero con caballos José María Trigueros. El Foro taurino de Abarán junto a la concejalía de Turismo y Tradiciones dirigida por Jaime Tornero, habían programado una exhibición de toreo de salón junto a la plaza de toros. A falta de los tradicionales festejos taurinos que se suelen celebrar en esta villa, los aspirantes a toreros dieron una muestra de sus conocimientos con capotes y muletas, aromando el espacio con un delicioso perfume taurino.
Alejandro Fernández viene a ser el alma del grupo. Su físico espigado y rostro cetrino recuerdan a un jovencísimo Manolete. Entrena cuando puede y es uno de los que quedaron sin posibilidades después del cierre de la escuela murciana. Leo España es el benjamín con sólo once años; su desparpajo torero y sus ganas de ser alguien en esto han quedado aparcadas de momento. Lo mismo le sucede a David Avellaneda. Un caso distinto a estos fue el protagonizado por Iker Ruiz, que apenas saber del naufragio de la escuela, cogió un tren junto a Rafael «Relente» y marcharon hasta Alicante. Allí se presentaron cuales náufragos ante el director y profesor, el torero Francisco José Palazón que les dio cobijo.
No quieren hablar del pasado, tampoco tienen el menor rencor hacia la institución, ni quieren alzar sus voces; su única respuesta está en ser conscientes que todavía están ahí, con sus ilusiones intactas, con una vocación irrefrenable por querer ser toreros. No sabemos qué futuro tendrán en ese complejo universo de la tauromaquia, pero lo que sí tenemos constancia es que ya son figuras como personas, por su inmensa honestidad y su grandeza moral.
Giovanni Tortosa