Mientras todavía dura el luto y el llanto por el trágico adiós de Iván Fandiño, el calendario gregoriano sigue avanzando, y de forma irreversible e inevitable alcanza el día 9 de julio. Día que con sangre se escribió una página más, esta vez amarga, de la historia del toreo. Fue en Teruel, en su Feria del Ángel, ante un formato apetecible de corrida de toros, desafío ganadero en el seno de Santa Coloma, cuando “Lorenzo”, número 26, de la vacada maña de Los Maños, valga la redundancia, sesgó la vida del hombre, y con ella, la del torero. Supuso la frustración de un cúmulo de sueños, de proyectos vitales; sin embargo, permitió la entrada en la gloria de la historia del toreo a Víctor Barrio, que estará compartiendo whiskies, puros y capeas con los toreros eternos, que su misma suerte tuvieron. “Lorenzo”, toro de cornicorta encornadura, suficiente para que cupiera la guadaña de la muerte, arrebató la vida al joven torero, de espigada figura, clásico y puro, y largos pases de pecho.

Fue un Víctor Barrio un ejemplo de amor y defensa de aquello a lo que más amamos: la tauromaquia. De él se ha hecho famosa la expresión de que más que defenderla, hay que enseñarla. Gracias al coraje de una joven mujer, cuyos sueños desaparecieron también aquella tarde turolense, de la que hoy se cumple un año, el proyecto del torero se ha puesto en marcha…

Gracias, maestro, por honrar, lo que podríamos llamar, su profesión, aunque es mucho más que una mera profesión, tarde tras tarde. Como le cantó el gran José León, a los antitaurinos perdónelos, porque no saben lo que hacen. Cuánto les queda saber… Nosotros, día a día ,recordamos y pretendemos honrar su memoria. Lo mantenemos en el recuerdo cómo lo que fue: un matador de toros.