Este capítulo de hoy, y como no podría ser de otra forma por el calendario, va dedicado a don Diodoro Canorea. Empresario de Sevilla durante poco más de cuarenta años. En tiempos en los que la falta de personalidad y de vergüenza torera campan a sus anchas, tampoco está de más recordar a semejantes personajes. Su carácter amable y generoso, junto con el caramelo que ha sido siempre Sevilla, permitió dejar la Feria de Abril donde está ahora, pues cuando se hizo cargo de la gestión del coso no eran más de cinco tardes.

 

Aunque a muchos pueda extrañar, Canorea no era sevillano de cuna, pero sí de adopción. Nació en un pueblo de la provincia de Toledo, Cabezamesada. Tras contraer matrimonio con su esposa, de la familia Pagés, se encargó de llevar las riendas de la Real Maestranza de Sevilla. Sin embargo, su responsabilidad no se limitó al coso sevillano, sino que se hizo cargo de la gestión de más de veinte plazas por toda la geografía, de lugares como Madrid o el Puerto de Santamaría. España se le quedó chica en su empeñó empresarial, por eso, cruzó los Pirineos y el charco en busca de una nueva aventura. Como hicieron tantas casas empresariales de la época.

 

Tampoco puede reseñarse la trayectoria de don Diodoro sin hacer mención de las dos alianzas que trazaron su recorrido profesional: don Pedro Balañá y Curro Romero. Con el primero fue socio, durante muchos años. Actualmente se unen en sus proyectos empresarios taurinos y otros de sectores de servicios o financieros. ¿Se imaginan volver a aquel tiempo en que dos genios se unían para remar en una misma dirección? ¡Qué tiempos! Como toda en la vida, la relación entre el catalán y el toledano no estuvo exenta de polémicas y recelos. En más de una ocasión Canorea recordaba a prensa y afición que quien mandaba en Sevilla era él.

 

Sin embargo, la alianza más profunda, más metafísica, la estableció con el ídolo de Sevilla por antonomasia. Por avatares de la vida, casualidad o fortuna, empezaron juntos sus respectivas andaduras y las acabaron a la vez. Curro tomó la alternativa en 1959 en Valencia para anunciarse un mes más tarde en su Sevilla. Casualmente, don Diodoro se hizo cargo de la gestión de la empresa familiar en ese mismo año. El toledano afincado en Sevilla murió en enero del 2000, mientras que el camero hizo su último paseíllo en octubre de la misma temporada. Casualidad o no, fuerza del destino u otra cosa, la verdad es que Curro y don Diodoro se retroalimentaron, se sirvieron mutuamente. Ambos acrecentaron su leyenda en el mismo sitios Sevilla. La Sevilla de los dos.

 

Hace cerca de veinte años que don Diodoro se fue para no volver a organizar ninguna corrida más. Y no sigue habiendo un solo año en el que no se hable de él, en el que no se le recuerde. Con luces y sombras dejó un legado que ha estado muy cerca de desaparecer. Pese a los posibles desencuentros que tuvo en su momento con las figuras y demás toreros y ganaderos, jamás sufrió lo que sus descendientes en fechas no tan lejanas.

 

Con don Diodoro quiero reivindicar no solo su figura, sino la de tantos otros empresarios cargados de personalidad. Un carácter arrollador, llegando incluso a la impertinencia, pero con un único objetivo: contentar a la afición. Cada uno aportaba su visión en el mundo de los toros. Confeccionaba las Ferias según sus gustos y buscando la fórmula que más gente atrajera. No un simple: sota, caballo y rey.

 

Por Francisco Díaz.