Es muy frecuente en los toreros su afición a la música. Los que son nacidos en el Sur suelen decantarse por gustar del Flamenco, y eso desde tiempos remotos, habiéndose dado una simbiosis entre el cante y los toros que ha proporcionado no pocas páginas literarias. Más no sólo el arte flamenco, pues también hay otros géneros que despiertan el interés de los profesionales del toro.

Conocida es la amistad y la admiración que se profesaban a finales del siglo XIX Salvador Sánchez “Frascuelo” y el tenor Julián Gayarre. Aquel seguía cuanto podía al gran cantante navarro y el prestigioso artista, número uno en los escenarios operísticos de todo el mundo, disfrutaba y alababa la famosa frascuelina del matador granadino. Estocada en corto y por derecho que solo conocemos por algún coetáneo como F. Bleu, boticario de la Puerta del Sol que escribió un libro en 1914 titulado ANTES Y DESPUES DEL GUERRA en el que refiriéndose a las estocadas de Frascuelo escribe: “Las estocadas altas, hondas y derechas de aquel legítimo fenómeno, avaloradas por unos preparativos y un estilo de entrar a matar que no pueden llamarse más que frascuelinos, se citarán siempre como lo más grandioso y sensacional de un espectáculo que, despojado de lo sensacional y lo grandioso, no tiene más remedio que quedar reducido a piruetas de music-hall”.

Pues bien, presumiendo que el matador ama la música, sea del estilo que sea, me pregunto cómo recibe el diestro las notas que arranca la Banda de Música cuando él encarrila  por  buen camino una faena que promete. ¿Por qué me hago esta pregunta? Pues verán: El espada ha cogido estoque y muleta y comienza la lidia de acuerdo a lo que haya observado en el comportamiento del toro, intentar pasarlo con la diestra o la siniestra  si lo ve claro, o en un trasteo si lo cree necesario, doblándose con él, tratando de domeñar la embestida. Cuando se siente seguro da principio a su faena. Si en la plaza reina el silencio, siempre hay alguien que levanta la voz pidiendo ¡Música maestro!  Según el criterio del director o tal vez a una señal del Presidente- esto, sinceramente no lo sé- suena o no suena la música pero…¿el torero agradece el acompañamiento musical o le distrae de su propósito? Esa es mi pregunta, porque he visto reacciones muy distintas. He visto hace poco a un diestro pedir la música y no diré quien, cuando no creo que sea el protagonista, la persona más apropiada para la petición y he visto asimismo recientemente a un espada que ha rechazado con un gesto los primeros compases del pasodoble que intentaba acometer la Banda y adivino por qué. Uno puede ser muy aficionado a la música pero si la Banda no suena todo lo bien que fuera de desear es mejor que se abstenga porque en vez de alegrar el espectáculo, lo denigra. Y a eso interpreto la negación del diestro a ser acompañado musicalmente. Es cierto que la música es como un premio, como un incentivo, un estímulo, una palmadita que quiere decir: ¡vas por buen camino! Lo que no quita que haya toreros que quieren que su lidia esté ausente de música y era el caso de José Tomás en lo que sé.

Un brioso pasodoble que encuentra una agrupación bien afinada que sabe llevar  la vena melódica  y los contrapuntos con gusto, entiendo que pueda motivar al torero y de hecho todos hemos visto una gran faena a la que una música que parecía estar escrita para ese preciso instante, encumbra aún más la belleza del momento y contribuye a que fluya la emoción. Sin embargo un conjunto instrumental con ejecutantes mediocres que nos obsequia con música, cargada de bombo y sin gracia, por más que la partitura tenga verdaderos y reconocidos valores artísticos, desarma al más pintado y ensucia hasta lo que puede ser una faena aceptable, y ese pretendido premio para el torero no ayuda a lucir su trabajo. Por eso digo ¡Que suene la música!, sí pero…según.

Hay quien piensa que no hay música mejor que el “olé”. No diré yo que no, sobre todo si se escucha unánimemente en la Plaza de las Ventas, porque los “olés” graves y rotundos que allí suenan cuando acompañan  los lances de capa o la trayectoria larga y pausada de la muleta son impresionantes y sin duda, la mejor música para el torero.

La inclusión de la música de viento en los espectáculos taurinos viene de muy antiguo y su presencia es esencial para el espectáculo, aparte de los toques que forman parte del transcurso de la lidia, pero por ser esencial debe cuidarse en lo posible el nivel artístico de la misma. Se escuchan Bandas magníficas en pueblos pequeños y por el contrario, Bandas poco cuidadas en capitales importantes. El número de integrantes no siempre es fundamental. Es la afinación, el buen gusto, y, claro, el alto nivel profesional del músico. Entonces da gloria oír el pasodoble. Hay tantos y tan buenos en el apretado repertorio taurino…

En conclusión, el pasodoble infunde el garbo y la gracia que se pide a aquel que expone su vida para hacer arte. Los temas musicales, están en consonancia con lo que esperamos de los hombres vestidos de luces. Desde los primeros compases propagan la belleza y el colorido de cuanto rodea a está artística y singular práctica llamada tauromaquia. Si a los protagonistas de la Fiesta les pedimos el máximo, nos gustaría que la música estuviera a la altura para subrayar enfatizando la faena del diestro. Es uno de los muchísimos elementos que tiene que sincronizar el empresario para que la oferta que hace al público sea exitosa, cuidando todos los detalles, que no es fácil ser empresario taurino y salir victorioso de la apuesta.

Hoy se abren las puertas de la Plaza de Toros de las Ventas. Comienza la Feria de San Isidro. Que Dios reparta suerte.

Francisca García