Lo que ocurre dentro del mundo de los toros es inadmisible y, lo que es peor, las gentes del toro, organizadores y protagonistas, entre todos, en el pecado llevan la penitencia. La poca asistencia de gentes a la feria de Bilbao, por citar un lugar emblemático, debería de hacer reflexionar a los protagonistas taurinos; y no digamos lo ocurrido hace pocas fechas en Antequera puesto que, en su día grande feriado, en corrida goyesca con Morante Manzanares en el cartel, apenas acudieron dos mil personas de pago.

Algo se está haciendo mal para que la gente no vaya a los toros y, alerta que, cuando una empresa, -en este caso ya son muchas-van perdiendo clientes, les aseguro que la culpa no es de los clientes; es la empresa la que tiene que buscar remedios o, como ha ocurrido muchas veces, al final, cerrar por quiebra. Es muy triste que, algo que ha sido, de repente, ya no lo sea. Me sobran años para certificar muchas  cosas, entre ellas cuando la gente iba a los toros en masa, algo que se ha perdido y que no volverá jamás.

Es cierto que, en devenir de mi vida he visto muchos deterioros taurinos que, sin duda, propiciados por los taurinos son el detonante de la quiebra en la que estamos viviendo; la fiesta, amigos, se sostiene con agujas muy finas. Son muchos los errores los que, desdichadamente no han pasado desapercibidos para la afición puesto que, los organizadores creían que su cliente era subnormal; es decir, que no se percataba de nada y se le podía engañar una y mil veces; es decir, nos han tratado como si fuéramos todos retrasados mentales y, ahí tienen ahora los resultados.

Los taurinos lo arreglan todo con palabras huecas y sin argumento alguno puesto que, a la hora de las vergüenzas, parece que el tema no va con ellos. Hablando de cobardías rastreras y casposas, ¿puede entender alguien que el rotundo triunfador de la pasada feria de Otoño en Madrid, Diego Urdiales, se haya quedado en la calle, vamos que no ha sido ni convocado? Esta es una verdad que aplasta y, aunque la empresa lo quiera arreglar, el daño ya está hecho. ¿Quién ha pedido, por ejemplo, que Antonio Ferrera mate seis toros? Nadie. Para saber quién es Ferrera, es decir, para saber su poder de convocatoria deberían de haberle puesto esa encerrona el pasado quince de agosto. Así, de tal modo, todos hubiéramos sabido del poder de concurrencia de este hombre. Esas gestas, se hacen de verdad, al más puro estilo Fandiño que, un domingo de Ramos se encerró con seis toros en Madrid y puso el no hay billetes. El que quiera que lo repita.

¿Qué estoy queriendo decir? Que ha quitado dos puestos a dos toreros importantes, entre ellos, al gran Diego Urdiales que, repito, su inolvidable tarde del pasado año nadie la podrá igualar. ¿Y qué me dicen de los tres años que lleva Frascuelo añorando un festejo en su plaza? Nada de nada y, lo que es peor, al diestro de Madrid lo han sustentado con mentiras durante todo este tiempo; tres años son muy largos y mucho más si los tienes que vivir propugnado bajo la falsedad mientras tú albergas esperanzas.

La gente ya no pica el anzuelo como años atrás; al parecer, la gente, amén del aficionado, ha aprendido un poquito y esa es la razón de la desertización de las plazas de toros. Mala cosa es que acudamos a un festejo taurino y, antes de empezar la corrida ya podemos publicar la crónica sin temor a equivocarnos. Y eso ocurre cada día. Se acabó para siempre el misterio en los toros, algo que le daba credibilidad al espectáculo porque, esa era la cuestión, la incógnita, el no poder predecir todo lo que pudiera ocurrir.

Cambió por completo la decoración y, ahora todo es previsible; es decir, que algo nos sorprenda en el mundo de los toros es un pequeño milagro. Son muchos los errores cometidos, pero siempre, en detrimento del aficionado, del cliente que es el que paga.

Se siguen celebrando corridas de toros con mil personas en los tendidos, es decir, seguimos vendiendo miserias por doquier cuando el toreo siempre ha sido grandeza, algo que ya es simplemente historia porque ni en las grandes citas taurinas se llena un recinto de toros. Convengamos que si todos los miserables que deambulan por el mundo de los toros tuvieran en valor de contar su realidad, más de un aficionado se cortaría las venas; es decir, es todo tan surrealista que, la gente de la calle no podría creer todo lo que sucede de puertas para dentro.

Fijémonos como es el taurinismo que, como miles de veces dije, los triunfos son un mala broma, caso de Curro Díaz en Linares que, pese a ser el triunfador absoluto de los últimos años, en esta ocasión, en vez de ponerle en la corrida de las figuras, montan un segundo festejo para estrellarlo en un cartel incoherente para que fracase con estrépito y no diga nunca nada más. O sea que, como siempre, los señoritos en un anuncio cómodo, agradable, sin riesgo alguno y, el triunfador de los años anteriores que reviente con un festejo anodino en que todo lo tiene que sustentar el diestro de Linares.

Recordemos, como dije miles de veces, que el cliente siempre tiene el título de su majestad el cliente, menos en los toros que, como clientes, los que pagamos, somos diariamente vilipendiados, por tanto, apestosos. Mientras todo eso ocurre, los taurinos se siguen quejando. ¿No sería mejor que analizaran sus hechos y pusieran soluciones a los problemas? Eso sería lo lógico, lo que haría cualquier empresario decente con tal de salvaguardar a su clientela. Claro que, como en los toros el cliente no tiene nombre ni apellidos puesto que, es una masa la que acude a las plazas de toros, a partir de estos momentos, será tan poca gente la que acudirá a los recintos taurinos que se les podrá preguntar a todos por su nombre y apellidos y, de tal modo, identificarlos. No sería mala cosa y, además, productiva.