La tarde de ayer en Madrid es de esas tardes en que las ilusiones rebosaban toda expectativa, siempre por parte de los toreros que, sabedores de que actuaban en Las Ventas sus corazones latían a mil por hora, no era para menos puesto que, como días antes confesaba Sebastián Ritter, Madrid es la única plaza del mundo que puede lanzar al estrellato a un torero y, no existe verdad más grande que la que certificó el diestro colombiano.

El triunvirato que formaba el cartel tenían motivos más que sobrados para ilusionarse. Robleño porque es muy querido en esta plaza, Juan Ortega porque ya Madrid conoce su arte y lo esperaban todo del chico como ocurriera el pasado año en idéntica fecha y, Sebastián Ritter, que no había toreado desde su cornada en San Isidro, volvía a Las Ventas con más ilusión que un niño con juguete nuevo. ¿Y? Todo se vino abajo por culpa de los toros.

Cualquiera tiene derecho a pensar y, lo que es peor, en acertar, que la empresa de Madrid lo que pretende es eliminar a los toreros del circuito y, lo hacen de forma soslayada, pero con un acierto mayúsculo. A medida que aparecían los toros en el ruedo, ¿habría algún espectador que pudiera pensar que aquellas moles podían embestir? Esa es la cuestión que, para colmo, dada su morfología, exceso de kilos y mala leche para parar mil trenes, lo único que pudimos ver eran trozos de carne viva con cuernos.

Claro que, conforme está montado el tinglado empresarial, no existe un torero en el mundo, de los humildes, que no sea capaz de aceptar la infamia en el grado que fuere. ¿Quién de los tres que hicieron el paseíllo podía elegir? Nadie, absolutamente nadie, de ahí que asumieron el riesgo apelando al sea lo que Dios quiera e iniciaron el paseíllo amparándose en la bendición de La Virgen de la Paloma que, por otra parte, nada pudo hacer, salvo que salieran ilesos de tan fatídica tarde.

Aquellas moles de carne con cuernos, como decía, todos sabían que no iban a embestir y que, para colmo, hasta tenían pocas fuerzas, es decir, todos los argumentos para que un festejo se condene al fracaso antes de empezar pero, como vimos, esa era la intención, que fracasaran los tres chavales para que de tal modo no tengan argumentos para “molestar de nuevo” a la empresa.

En realidad, a priori, era un cartel interesantísimo, hasta el punto de que uno de los toros, el que le regaló a Juan Ortega dos docenas de embestidas, de matar con prontitud hubiera cortado una oreja de ley que, sin duda, hubiera emulado su propio éxito del año anterior en la misma fecha. Recordemos que Fernando Robleño, además de ser un gran torero, es un hombre querido en esta plaza que, sin duda, ha sido siempre su único y gran asidero pero, aquellas moles echaron por tierra todas las ilusiones del madrileño. Y como antes decía, Sebastián Ritter era el más ilusionado de todos porque no había toreado desde su percance en Madrid en la feria pero, el hombre propone, Dios dispone, y la empresa de Madrid lo estropea todo con esos toros horribles que, ningún torero sin hambre aceptaría en lo más mínimo.

Los toreros no fracasaron ayer en Madrid, lo hizo Martín Lorca y, sin duda, Simón Casas al consentir que se lidiara una corrida como la que pudimos ver que, la única lectura que sacamos de los historia es que debió ser una corrida de saldo porque no se entiende de otro modo ¿verdad? Desde que se instauró en Madrid la dictadura de la imposición del toro grande para encandilar a muchos malos aficionados de Las Ventas, ¿cuántos triunfos se habrán perdido por culpa de esas moles de carne con cuernos que no servían ni para el matadero? Aquella puta moda la instauró Manolo Chopera en Madrid porque el hombre compraba saldos y le venían como anillo al dedo para ser lidiados en Las Ventas.

Por cierto, ¿qué tipo de toro se lidiada en Madrid antes de que se instaurara el toro grandote y fuera de tipo? Ahí están las filmotecas que lo atestiguan todo; ningún toro pasaba más de allá de los quinientos quilos y, eso sí, tenían trapío de toro, embestían, repartían cornadas y propiciaban triunfos por doquier.

Ahora como vemos, todo ha cambiado; hay que lidiar el toro fuera de tipo que, de salida, resulta espectacular por aquello de la foto al toro enorme pero, la gran realidad nos dice lo contrario de lo que siempre deseamos. Por cada toro de estas características que embista, el noventa por ciento son todos mulos de labranza con cuernos.

¿Qué lectura tiene la cuestión? Como quiera que Madrid es la plaza que quita y pone, por ello, la empresa, conocedora de dicha cuestión ya se encarga de que siempre quite, es decir, que embistan la menor cantidad de toros posible porque de tal modo, las figuras, si no triunfan no pueden exigir más dinero y, los demás, que se jodan todos que para eso los han puesto. Esta es la maldita realidad de lo que ocurre en el mundo de los toros, de forma muy concreta en Madrid en que todo lo que allí ocurra tienen una gran trascendencia; con tal de que no ocurra nada, todo arreglado. ¿Verdad?