Cuando todo el mundo se marchó para Sevilla para ver a las figuras y sus toritos, en mis locuras decidí marcharme a Madrid para ver a Juan Ortega que, como me sucediera el año pasado, tanto me ilusionó, razón de ese viaje de locura para ver a dicho diestro. Pero lo que nadie sospechábamos era que, los toros de El Torero, destruirían la tarde por completo que, si no teníamos bastante con el frío y el viento, los mastodontes inválidos de dicha ganadería echaron todo al traste. Una pena porque la presentación era fantástica pero, lo que llevaban dentro apenas era pura basura, flojedad, mansedumbre y malas ideas, lo que comprobó Pablo Aguado que cuando se dio cuenta estaba volando por los aires, con la bendita suerte de salir ileso del trance.

Corrida para ser llevada directamente al matadero; no hacía falta pasar por Madrid para indignación del tendido siete que, como siempre, tenían toda la razón del mundo. Ilusión la traían toda los tres chavales, pero ahí quedó todo. Es más, no se quiso cambiar el toro segundo, toro de David Galván y allí se armó la de Dios es Cristo; una bronca de categoría con la pena de que, el chico quería esforzarse pero, ante un toro moribundo nadie le perdonó que lidiara el toro; una lidia que transcurrió entre gritos y protestas con el disgusto horrible para Galván que, como se presagiaba no concretó nada. Una tarde para olvidar la suya.

Pablo Aguado puso todo de su parte; es más, es un torero muy sevillano entiéndaseme la acepción; y lo es en grado sumo, pero con aquello animalotes moribundos, sin fuerzas, con Eolo como gran protagonista de la tarde, bastante hizo el hombre con salir ileso tras la fea voltereta que el toro le propinó. Aguado llevaba escrita la tristeza en su rostro puesto que, como días antes había declarado, acudía lleno de ilusiones a Madrid. Y, su gozo en un pozo, como nos sucedió a todos los que le esperábamos.

Tres verónicas de ensueño y siete muletazos de enmarcar tenemos que rescatar de la tarde por parte de Juan Ortega que, en realidad, lo que más me emocionó es que pude palpar que Madrid está con este diestro y, ya sabemos, algo tendrá el agua cuando la bendicen. Tanto con el capote como con la muleta, Juan Ortega arrancó varios oles rotundos, de esos que solamente suenan en Madrid; el siete estaba emocionado. El toro tenía bravura, embestía con nobleza, pero la falta de fuerzas evitó que aquello tomara altos vuelos que, de aguantar un poquito más el animal, Ortega hubiera cortado las dos orejas; se le pidió una con mucha fuerza que el presidente no atendió, llevándose como era notorio, una bronca descomunal por no conceder el trofeo. Si se me apura, pese a la enorme torería de Juan Ortega, entiendo que la faena, por culpa del toro, no era de oreja que, de habérsela dado nadie la hubiera discutido; pero le faltó al toro todo lo que le sobró a Ortega.  Cuidado con este hombre que, si le ayuda un toro en Madrid, es decir, como el de ayer, pero con más fuerza y brío, este torero puede formar un lío de época.

Lo que vimos fue muy poco por culpa de unos toros asquerosos y repugnantes; pero pese a todo, ver a Juan Ortega resultó una bocanada de aire fresco para el alma porque para el cuerpo, como dije, ya estaba Eolo para jodernos la tarde. Ortega tiene lo que tienen los elegidos; una gracia natural, un empaque irrepetible y una torería tan inmaculada que, repito, vibró Madrid con apenas unos muletazos. ¿Nos imaginamos a este torero en Madrid y con un toro que quisiera colaborarle con su causa? Como eso ocurra, Juan Ortega derribará todas las barreras que enfrente tiene porque el empaque, el gusto natural, la torería, esa gracia que Dios le ha dado, son argumentos más que sobrados para que reine en la torería; los hay a patadas peores que él y les llaman figuras. Atentos a Juan Ortega, para que luego digan que no lo dije.

Pla Ventura.