“Los aficionados y algunos sectores de la prensa tienen una comunicación bastante negativa; si buscamos la parte negativa de las cosas del mundo del toro desde dentro, no nos extrañemos de que nos ataquen desde fuera”. Estas palabras las pronunció hace unos días el empresario Simón Casas en los micrófonos del programa “Aquí, el toreo”, de la 99.9 Valencia Radio. En su análisis de la próxima Feria de Fallas y del momento que atraviesa la fiesta de los toros, pidió ayuda para que la tauromaquia emprenda un camino nuevo, y se mostró “radicalmente partidario de que cambie el mundo del toro para ser capaz de tener transparencia, para comunicar sus valores, para adaptarse a nuestra época”.

Hace bien el empresario en pedir ayuda, pero olvida o no sabe -no tiene por qué saberlo- que el trabajo del periodista tiene unas connotaciones muy particulares.

(‘La prensa está para servir al aficionado contando lo que de verdad ha ocurrido en la plaza, nunca como publicista del sistema’. Alfonso Navalón.)

(‘No visites nunca una ganadería ni trabes amistad con los personajes del toro, desde ganaderos y matadores hasta subalternos, apoderados, veedores y demás figurantes. No vayas a fiestas, invitaciones y saraos que te puedan empañar la visión de lo que después ocurra en el ruedo’. Joaquín Vidal.)

Los sabios consejos de estos dos maestros de la crítica taurina podrían ser la antesala de una reflexión sobre la responsabilidad de los periodistas que dedican su tiempo y su trabajo a la fiesta de los toros.

¿Y cuál es esta? Pues una tan simple y complicada a la vez como contar la verdad de lo que sucede en el ruedo; y si la verdad molesta a los protagonistas -toreros, ganaderos, empresarios… -, mala suerte para ellos.

Quien haya elegido la profesión periodística no debe olvidar que debe ser, ante todo, un impertinente, que debe informar con rigor, sin favor y sin temor; que su integridad reside en no deber grandes favores, y debe tener presente, en palabras de Georges Orwell, que ‘en una época de engaño universal, la verdad es un acto revolucionario’.

Yerran quienes están convencidos de que el papel del periodista es cuidar, proteger y preservar la fiesta de los toros, y, en consecuencia, ocultar sus pecados, porque ello lo convierte en cómplice de la decadencia del espectáculo. El periodista, ya lo dijo Navalón, no debe erigirse en publicista del sistema, ni en agradador de toreros, empresarios y ganaderos, ni en besamanos de todos ellos. El periodista debe buscar la verdad y contarla. Sin más.

El periodista debe elogiar a los taurinos cuando acierten, criticarlos cuando se equivoquen y denunciarlos cuando abusen. Solo así servirá a la pervivencia del espectáculo.

¿La fiesta de los toros sería la misma si el periodista antepusiera su sentido crítico y la búsqueda de la verdad por encima de cualquier otro interés?

¿Sufriríamos los anodinos carteles, los toros tullidos, las acomodadas e insulsas figuras y los dislates y profundas injusticias del mundo del toro si existiera una clase periodística comprometida y exigente con la fiesta?

La verdad es que la fiesta ha perdido una parte sustancial de su emoción y a ello ha contribuido la clase periodística con su tibieza, conformismo, su afán de amiguismo y su convencimiento errado de que su objetivo es salvar el espectáculo de sus enemigos.

Ya lo dijo el famoso reportero americano Walter Cronkite: ‘El trabajo de un periodista no es ser un patriota’. Es decir, que el trabajo de un periodista taurino no es ser un taurino.

Y si todavía alguien tiene alguna duda, que lea varias veces las breves reflexiones de Alfonso Navalón y Joaquín Vidal. Palabras de maestros. Ellos y no otros deben ser la referencia para el periodismo taurino actual.

Y, de paso, que lo sepa el señor Simón Casas.