Llevaba un tiempo con el deseo de llamar a Gabriel de la Casa para charlar. Los días se iban deshojando, al igual que las semanas y nunca llegaba ese momento, que realmente no era más que interesarse por el viejo amigo y hablar de la vida. Porque Gabriel de la Casa, más allá de haber sido un torero que protagonizó una brillante carrera, era un persona con exquisita conversación y una manera de ser abrazada al señorío.

Por eso esta mañana, cuando me enteré de su muerte, quedé embargado por la tristeza. Porque aunque no tratase mucho a Gabriel, en las ocasiones que lo hice quedó patente la categoría humana que atesoraba, su saber estar y la educación con una forma de hablar de toros, o de la vida, pausada y llena de sabiduría.

Su amistad definitiva llega gracias a Juan José, el maestro de La Fuente de San Esteban fallecido en julio de 2020 y que fue su pareja de baile en los ruedos. Testigo de su alternativa en la histórica plaza de Manzanares –el padrino fue Andrés Hernando- y compañero de cartel en infinidad de corridas en España y en América, siempre estuvieron cercanos, porque a ambos los apoderado Manolo Lozano, el sabio y verso suelto del clan de Alameda de la Sagra. Al gran Manolo Lozano siempre le encanta reunirse y departir con los toreros que apoderó; de hecho una mañana se puede ir a Sevilla para ir a Utrera y comer con Curro Durán y luego, por la tarde, marchar a Cantillana para estar con Manili; lo mismo hacía cuando vivía Dámaso González, que apoderó en su última temporada e iba a verlo a su finca de Albacete; o a Villalpando para abrazar a su querido Andrés Vázquez y echar juntos un cocido para recordar esas temporadas que lo apoderó. O a Valencia con El Soro. O pendiente de todos los detalles de Roberto Domínguez. También frecuentaba La Fuente de San Esteban para visitar a Juan José, a quien siempre obsequiaba con unas exquisitas tortas cocidas en una tahona de Alameda de La Sagra y Juanjo con unos panes de La Fuente – que le encantaban- antes de darse un paseo por las calles de La Fuente e irse a comer al restaurante Vegallana. Fui testigo de la mayoría de esos encuentros, en los que muchas veces Manolo venía acompañado de Gabriel de la Casa y era un primor escuchar tantas vivencias de la vida. Y surgía la conversación con Gabriel, que aparcaba su timidez para hablar de toros y de la vida con verdadero deleite, con gratitud por todos los momentos de los que fue protagonista.

De esa época queda también enmarcado en un gran recuerdo otro encuentro vivido en Madrid una mañana de San Isidro de 2015 cuando acompañé a Juan José a una comida a la que había sido convocado por su viejo apoderado en una terraza de la madrileña calle de Pintor Rosales. Manolo Lozano llegó acompañado de Gabriel de la Casa, quien abrazó con verdadero afecto a su viejo amigo, nada más verse. Era el día siguiente de las elecciones municipales que habían alzado a Manuela Carmena al poder y Manolo contó la vinculación que tenía con la familia de la magistrada metida a política, al tener sus raíces en Añover de Tajo, muy cerca de Alameda de la Sagra; mientras que Gabriel, siempre con la prudencia de la que hacía gala, le decía que le preocupaba ver al mando de Madrid a una declarada antitaurina.

Hoy la proliferación de óbitos -recomiendo el escrito por Juan Miguel Núñez- cuentan quién fue Gabriel de la Casa y la importante trayectoria que protagonizó en los ruedos este torero, el hijo de Morenito de Talavera, importante diestro de la postguerra que alternó con Manolete –quien incluso le dio la alternativa en Barcelona-. Y cuentan retazos de su vida y de su larga carrera profesional. Yo me limitaré a contar estar líneas donde tampoco puedo obviar que solamente lo vi torear en una ocasión; fue en Ávila en una de las últimas veces que vistió de luces –verde botella y oro, en concreto-, con Espartaco y José Luis Ramos, frente a toros de Sepúlveda. Entonces, Gabriel, ya en decadencia, no estuvo bien y apenas volvió a torear.

Ahora se ha ido cuando quedaba una llamada pendiente para hablar de las cosas buenas que vienen al toreo y quedar un día en Madrid, donde siempre es inevitable de recordar a los amigos que ya han hecho el viaje a la eternidad. Porque esta llamada que el destino impidió iba a ser muy distinta la de aquella mañana de julio de hace casi dos años cuando contacté con él para darle la triste noticia de la muerte de Juan José y, nada más escuchar, se derrumbó de dolor. Porque Gabriel era una gran persona, agradecido a sus amigos, y un señor con la exquisitez en la bandera de su vida.

Paco Cañamero

En la imagen, Gabriel de la Casa, Juan José y Andrés Hernando.