Desde el mundo de los toros en nuestra calidad como periodistas al respecto, queremos rendirle un homenaje de gratitud a todas las víctimas que se ha llevado por delante la pandemia y, en la parte alícuota, el nefasto gobierno que padecemos que, hasta alguno de sus miembros se atrevió a decir la barbaridad más grande del mundo: “Eran personas mayores” Es decir, se ha ensayado con ellos la eutanasia de Sánchez y sus adláteres y todos hemos quedado contentos.

Han sido miles de personas las que han abandonado este mundo pero que, en su día, en su momento, como generación, debemos de darles el calificativo de reproducción heroica por miles de razones; primero porque supieron firmar la paz entre la derecha y la izquierda tras aquella macabra contienda, se aferraron al trabajo, convivieron en concordia unos con otros y, al final, acabaron siendo todos amigos.

De cuantos han muerto, todos hemos tenido alguna persona conocida que nos ha hecho llorar su pérdida. Yo tuve, como amigo, a Anselmo García, un señor de ochenta y cinco años que, para mi fortuna, como aficionado a los toros que era, cada vez que nos encontrábamos en la residencia en la que le visitaba, como quiera que tuviera una lucidez espléndida, siempre hablábamos de toros que, como era notorio, le fascinaba. Es más, don Anselmo, como yo le llamaba, sentía admiración por mis ensayos, entiendo que para mitigar su soledad, pero que le distraían tanto como un juguete nuevo a un niño, razón por la que de forma periódica le imprimía mis relatos para que este hombre fuera feliz dado que, su cerebro le funcionaba de maravilla.

Conversar de toros con aquel hombre era un auténtico placer; él me hablaba de los diestros de su generación, es decir, aquellos de los que tuvo la fortuna de conocer y admirar y, como siempre ocurre, don Anselmo tenía mucho arraigo por aquellos toreros y poca credibilidad con los actuales; y no porque no les conociera puesto que este gran señor estuvo yendo a los toros hasta hace muy poquitos años; es decir, hasta que su salud se lo impidió. Como explico, conversar con el que sabe y ha vivido, es uno de los grandes placeres que la vida me ha dado. Tomar nota de aquellas lecciones me ha servido, en el devenir de mi vida, como una cura de humildad para que, mientras viva, no quede el menor atisbo de ego dentro de mi ser.

Siempre es placentero escuchar la voz de un aficionado que, para mayor mérito, como antes dije, en su momento, entre españoles firmaron la paz y, todos, sin distinción admiraban a todos los toreros asumiendo la idea política que cada cual pudiera tener pero siempre, por encima de todo, les unía la pasión por el arte y la concordia entre aquellos seres humanos admirables nacidos en los años treinta y cuarenta que, como digo, además de firmar la paz, acabaron con toda guerra, por liviana que pudiera ser tras acabarse la contienda entre españoles.

Digamos que, en estos meses criminales que hemos vivido, se han marchado decenas de miles de aficionados que, como en el caso de don Anselmo García, construyeron una España grande y, sin duda, una fiesta de los toros modélica, ejemplar, auténtica que, para mayor fortuna, en aquellos años, hasta reinaba la rivalidad que hacía grandes a los toreros de la época.

Anselmo García me contaba de su juventud en la que, como testigo presencial, acompañado por su padre, admiraba la rivalidad entre Manolete y Arruza, el complemento indiscutible del arte de Pepe Luís, la esencia de Parrita, la técnica de Domingo Ortega, la sabiduría de El Estudiante entre otros muchos para, más tarde, ya de adulto, ser partícipe de las confrontaciones entre El Cordobés, Paco Camino, Diego Puerta, Antonio Bienvenida, El Viti, Antoñete, Andrés Vázquez, Juan García Mondeño y, tantos y tantos diestros que, de forma natural, sin aspavientos de ningún tipo, cautivaron el corazón de don Anselmo que, natural de Madrid, recaló en los últimos años de su vida en una residencia de Ancianos de Alicante.

Lo dicho, sirvan estas humilde líneas como homenaje hacia todos aquellos hombres y mujeres que ahora nos han dejado que, en su momento, como decía, fueron aquella generación heroica a la que jamás les terminaremos de agradecer todo el bien que le hicieron a España y, dentro de la misma, la grandeza que imprimieron a la fiesta de los toros con sus actitudes ejemplares.

Valga la imagen del maestro Andrés Vázquez como ilustración al ensayo.