La corrida que lidió Victoriano del Rio el pasado viernes en Madrid nos dejó a todos estupefactos como ya contamos en nuestra crónica pero, quiero entresacar los matices más importantes de la misma porque, paradojas del destino, todas las crónicas que se escribieron de dicho festejo, en ninguna apareció la palabra arte cuando, en el toreo, se supone que ello debe ser lo fundamental para engrandecer el espectáculo. En realidad lo es, pero cuando está sustentado por la emoción del toro, de lo contrario es pura parodia que nadie tiene en cuenta.

¿Qué pasó en Madrid para que nadie pronunciara la palabra arte? Estaba clarísimo; no tenía cabida dicha acepción porque, al margen de que la corrida fue un fiasco tremendo, dos toros salvaron el honor del ganadero por la vía de la emoción, en consecuencia, para que viéramos a dos toreros jugarse la vida de verdad. Madrid se emocionó y nosotros también. Tras dicho espectáculo quedó claro que, si al arte tiene mucho fundamento, éste se agiganta más cuando por encima de todo está la verdad sin trampa ni cartón cuando unos hombres se juegan la vida de forma literal, como suena, jugarse la vida y que todo el mundo lo perciba.

En dicho festejo, en la lidia de los toros cuarto y quinto por parte de Sebastián Castella y Paco Ureña, los aficionados de Madrid tenían el sentimiento de que allí estaba pasando algo grande, muy grande. Y era cierto. Se palpaba el riesgo que estos hombres asumían desde cualquier parte del planeta gracias a la difusión del festejo por la televisión; no solo los presentes, de igual modo, los ausentes de Las Ventas, todos, sin distinción, pudimos emocionarnos hasta la locura.

Así de hermosa es nuestra fiesta que, en ocasiones, sin que el arte aparezca por ningún lado, la verdad desnuda y desgarrada tiene mucha más fuerza que el más bello arte. Esta corrida ha sido la prueba de todo lo contado puesto que sin el menor atisbo de arte, el festejo será recordado durante mucho tiempo. Y tiene mucho mérito porque, como dije, la corrida caminaba hacia el precipicio porque, en líneas generales, aquello era un tostón horrible, hasta el punto de que los aficionados pedían el cambio de algunos toros que, carentes de fuerzas exasperaban a la clientela tan asidua en Madrid en todas las ferias.

Dos toros a priori horribles por su comportamiento en varas, todavía desesperaban más a los aficionados, incluso a los espectadores desde casa nos íbamos derrumbando en nuestras ilusiones; aquello no tenía buena pinta pero, lo cierto y verdad es que, los toros mansos en ocasiones suelen engañarnos a todos y, así ocurrió. Cuentan que, allá por los años setenta, un toro del Jaral de la Mira, manso hasta la extenuación, Paco Camino, muleta en mano, le hizo la faena de su vida en Madrid. Cuidado que, hay mansos y mansos, en Madrid ocurrió la cosa. Lo digo porque, por ejemplo, Ginés Marín pechó con dos mansos totalmente imposibles para hacer el menor atisbo de toreo y, sus compañeros, como queda dicho, ante dos mansos firmaron su tarde más emotiva y épica respecto a cada cual.

Por supuesto, el manso que le correspondió a Castella, con la muleta tuvo una encastada entrega que, sin regalar nada, todo lo contrario, permitió que la poderosa muleta de Castella hiciera el milagro para deleite de presentes y ausentes. Un toro emocionante del que, como dije, recordaremos durante mucho tiempo. Paco Ureña anduvo a la zaga de su compañero pero, con un manso muy agresivo; un toro que se quería comer a Ureña cuando le veía la muleta pero que, el lorquino hizo el esfuerzo de su vida –y ha hecho muchos en su carrera- para que Madrid vibrara de aquella forma apasionada. Lo dicho, tras finalizar la corrida todo el mundo salió de la plaza exultante de felicidad al comprobar que, una vez más, en el ruedo venteño hizo acto de presencia la Verdad con mayúsculas y, repito, sin que nadie pronunciara la palabra arte, la corrida mencionada ha quedado para el recuerdo de las grandes tardes en Madrid. Y, cuidado, en dicho festejo no se cortó ni una sola oreja por culpa de yerro con la espada por parte de los diestros pero, ambos, dieron una vuelta al ruedo que, sin lugar a dudas, tuvo mucho más clamor que decenas de orejitas que se han cortado por aquello de haber matado con prontitud pero, lo que se dice recuerdo de la faena no ha quedado ninguno.

Y para remachar el clavo ayer en Madrid, una encastadísima corrida de Victorino Martin y un bravo torero llamado Borja Jiménez, dieron la medida de que, la verdad está muy por encima del arte, salvo que el mismo se interprete frente a un toro auténtico, cosa muy rara de suceder. Aboguemos por la verdad, es el único camino que nos salvará del precipicio.