El mundo de los toros puede ser tan amplio y bello a su vez que, como se comprueba, tiene cabida cualquier ser humano que se precie. Unos toreros nos subyugan mucho más que otros pero, cada cual, a su manera, tiene su espacio o, en el peor de los casos así lo han intentado. Es cierto que, dada la precariedad de los puestos que se precisan mara montar las ferias, es ahí donde nace la dificultad más exacerbada. Por dicha razón, siempre se ha criticado a todos aquellos que se saltan las normas establecidas que, en definitiva, se les tilda de heterodoxos.

Y, sin lugar a dudas, soy capaz de reconocer que por el camino de la heterodoxia es todavía mucho más complicado llegar a ser alguien entre la torería andante. Un torero puede ser heterodoxo, pero siempre tiene que tener un mensaje que ofrecer a falta de otros valores y, la tarea no es nada sencilla. Hemos conocido a muchos toreros que, saltándose las normas básicas de la torería, sus reglas de juego, al final no han llegado a nada. A su vez, otros, por el contrario, han logrado el respeto y la admiración de los aficionados.

Hablando del tema me viene a la mente el gran heterodoxo por excelencia que cohabitó en el toreo; no era otro que El Pana que, en realidad, era la heterodoxia personificada en su propio ser. Por supuesto que no llegó a la cima de la torería cuál era su ilusión puesto que, como el mundo sabe, muchos factores jugaron en su contra para que el bueno de Rodolfo Rodríguez, al final, hasta se marchara junto a Dios sin poder cumplir su anhelo más inusitado, confirmar su alternativa en Madrid.

Nadie podrá negar que El Pana se dirimía entre la tragicomedia y la genialidad, dos conceptos dispares pero que, junto a su persona alcanzaron una enorme relevancia. No era un tipo al uso, de ahí su encuadramiento entre los heterodoxos más recalcitrantes del toreo. Pero posiblemente es fue su grandeza, marcar esa diferencia en la que, cuando muchos creían ver la absurdez más insospechada en su toreo, de repente, surgía la llama de la que era portador en su corazón y, en menos de un segundo cautivaba a propios y extraños.

Ahí está los videos para el que los quiera ver de su “despedida” en La México, un festejo que brilló con más intensidad que Astro Rey y que disipó todas las dudas habidas y por haber, siempre, eso sí, manejando la heterodoxia que le ha hecho inolvidable en el mundo. En la tarde que citamos, en uno de sus enemigos, no recuerdo si fue con Rey Mago o con Conquistador, los nombres de sus toros; pero jamás olvidaré ni yo, ni creo que nadie pueda hacerlo, aquel trincherazo tan sublime que, ni los más grandes artistas contemporáneos nuestros han logrado llevar a cabo. Aquellos dos toquecitos suaves en la cara del toro y, un segundo más tarde le enjaretó el trincherazo aludido y, para que todo fuera irrepetible le dejó caer la muleta en el hocico del toro para, como digo, firmar un pasaje inolvidable que no he visto jamás.

Sinceramente, pasan los años y no me canso de ver dicha imagen que, en mis años de aficionado no había visto jamás un pasaje tan lindo. Si soy sincero, hace un par de años hizo lo propio Curro Díaz en Azpeitia pero, sin llegar a la medida en que se pueda comparar con El Pana. Son momentos, flases, instantes de una belleza irrepetible que, gracias a la técnica, muchos años después y con El Pana junto a Dios, todavía nos embelesamos con aquel muletazo lleno de una genialidad inmensa que, en las manos de un heterodoxo, su labor alcanzó todavía mucho mayor rango.

Y que conste que, hablando de El Pana, en aquella inolvidable tarde en la que se despedía, todavía pudo estar en el torero una década más porque, lo logrado en aquel evento alcanzó los honores de lo eterno e inviolable. Insisto, ahí quedan las pruebas de un hombre genial, iconoclasta, heterodoxo como vengo diciendo, pero con una verdad tan aplastante que, algunos años después de su muerte, muchos seguimos añorando su persona y, lo que es mejor su figura torera.

Como antes dije, no fue figura de la torería pero, a su modo y manera, con su heterodoxia a cuestas, con su genialidad que nunca le abandonó, El Pana ha hecho correr más tinta que la mayoría de los toreros de su país, que se lo pregunten a Ramón García Mateos que, cautivado como pocos escribió un libro sobre Rodolfo Rodríguez El Pana, con el que conquistó a propios y extraños. ¿Quién ha dicho que los genios mueren? Esa es una falacia porque años después de su óbito, El Pana sigue tan vivo como el primer día junto a nosotros. Podemos verle en los videos, escucharle en los audios, leerle en los libros que se han escrito sobre él y, por encima de todo, en esas narraciones que a diario forman parte de la leyenda que nos legó El Pana.

Rodolfo Rodríguez El Pana será siempre inmortal, sencillamente porque cerramos los ojos y vemos al diestro en su paseíllo con el habano en su boca, su sarape al hombro y, una vez en el ruedo, aquellas sus genialidades, las que nadie ha logrado emular.