Por duro que parezca, en el caso de los toreros, como digo, el problema es ser uno más en el escalafón. Veamos, buenos toreros hay muchos; entendamos por buenos toreros aquellos que saben hacer bien el toreo pero, como te falte ese puntito, ese paso que necesitan muchos para adelantar a los demás, la cosa se pone jodida. Es cierto que, pese a todo, antes que nada el problema pasa por la gran cantidad de toreros que tenemos que, como quiera que las vacantes sean muy reducidas, el problema se acentúa mucho más.

Casi doscientos matadores en activo se dice muy pronto pero, es el mismo número el que asusta, todo ello sin añadirle los novilleros que son otros tantos. Dentro de ese maremágnum citado, la mayoría de los diestros deberían de comprender que están cometiendo una locura; si, ya sé que todo el mundo espera ese golpe de suerte para poder ser alguien en la profesión y, me alegro mucho por la actitud de todos los chavales pero, una cosa es la ilusión y la fe que, en definitiva suelen mover montañas y otra cosa muy distinta es tener oportunidades para demostrar la valía de cada cual.

Al final, si se me apura, todo el mundo confía en la suerte pero, ésta, en muchas ocasiones suele ser traicionera y se alía siempre con el campeón, en el ramo que fuere pero, de ahí nace la célebre frase de que la suerte siempre se alía con el campeón. O sea que, otra traba más que sortear. Es difícil decirle a un muchacho: “Tú, vete que no sirves para esto” Si acaso, algún familiar muy cercano es el que debería de desengañar a los chavales para que no quemaran su juventud en la búsqueda de una parcela de gloria que muy rara vez sucede.

Resistir es muy difícil y, toreros de una grandeza admirable como pudieran ser Curro Díaz y Diego Urdiales, por citar a dos toreros veteranos que han tenido que pasar muchos años de incertidumbre y, al final, tras cinco lustros como toreros no se han hecho ricos en la profesión y, ¿será por falta de condiciones? Todo lo contrario porque aptitudes artísticas las tienen como pocos y, la suerte no ha querido aliarse con ellos hasta el punto de ser figuras del toreo. Siendo así, imaginemos el gran colectivo del que antes hablaba, hambre y miseria por doquier.

La profesión de torero es la más difícil del mundo, eso lo sabe hasta los niños de pañales y, para colmo, como no tengas nada que ofrecer que no tengan los demás, aviados andas. He nombrado a dos artistas consumados para que veamos la cruel realidad del mundo del toro, siendo así, decenas de toreros vulgares que esperan su oportunidad, eso es un milagro que, por supuesto, nunca ocurrirá. ¿Todo el mundo tiene derecho a estrellarse él solo? Por supuesto. Esa gallardía no se le negará a nadie pero, el camino suele ser muy espinoso para demasiados que, sabedores de sus limitaciones siguen quemando años de juventud sin la esperanza de nada.

Digamos que, he hablado de las condiciones artísticas o valerosas que un torero debe de tener pero, ahora entramos en el terreno de las empresas y se nos cae el alma a los pies. ¿Cuántos toreros han triunfado en una determinada feria y en la del año siguiente no se les ha llamado? Eso ha ocurrido miles de veces, otro problema que no tienen la culpa los toreros pero que les cae de lleno sobre sus cabezas. Cierto es que, si el torero no triunfa, es lógico que cunda el desánimo pero, una vez has salido por la puerta grande de determinada plaza y nadie te escucha, la desolación no puede ser mayor.

Mérito, mucho mérito tienen todos los chavales que a diario son protagonistas de esa aventura insólita llamada torero. Para todos ellos mi respeto y admiración pero debemos de convenir que, es más difícil ser Papa que torero, sencillamente porque el cónclave cardenalicio es mucho más corto que el número de toreros que aspiran a la gloria.

En la imagen López Simón, un torero con cinco puertas grandes en Madrid y, al final, hastiado tuvo que abandonar.