Pongamos mucha atención al factor suerte que suele ser fundamental en el devenir de muchas personas que, sin mayor explicación, unos la disfrutan, mientras que otras la sufren. ¿Tan determinante es la suerte en la cotidianeidad de la vida? ¡Sin lugar a dudas! Yo soy un claro ejemplo de lo que digo. Un día de la vida me estrellé frontalmente con mi automóvil contra un autobús y salí ileso del trance. ¿Se puede explicar? ¡Seguro que no! Y lo afirmo con esta rotundidad porque, la inmensa mayoría de dichos percances se salda con heridos muy graves o cadáveres en el instante. ¿Por qué muchas personas enfermas de cáncer unos se curan y otros van directamente al “rancho de los callaitos? Tampoco encontramos una explicación ni lógica y mucho menos científica.
Y si nos adentramos en el mundo de los toros ocurre exactamente lo mismo puesto que, pese a la valía de cada diestro, si no existe ese golpe de suerte en una tarde determinada pueden pasar años y, ese mismo artista que hoy adoramos, sin la referida suerte, puede estar llamando puertas hasta que envejezca o se aburra hasta marcharse a su casa hastiado por mil razones. Conozco casos, los conocemos todos a puñados. Entonces, pregunta el otro, ¿para ser torero de élite tiene que quedar todo en manos de la suerte? Por supuesto, pero que no lo dude nadie y voy a poner dos claros ejemplos para que todo el mundo pueda darme la razón y quede convencido de mis palabras.
Era el año 2019 y el domingo de Resurrección en que, en Las Ventas de Madrid se había confeccionado un cartel netamente de toreros llamados artistas puesto que, David Galván, Pablo Aguado y Juan Ortega eran los protagonistas en la tarde que aludo pero, en realidad, ¿quiénes eran aquellos chavales en aquella infernal tarde? –Y digo infernal porque hizo un frío de espanto, unido todo ello a un vendaval grotesco- En honor a la verdad eran tres “muertos de hambre” con la ilusión de llegar muy lejos en su profesión, hasta el punto de que por ejemplo Ortega, había cortado una oreja de peso el año anterior en la corrida del 15 de agosto. En definitiva, tres chavales llenos de delirio pero con un porvenir muy negro.
Pero como quiera que la suerte sea muy caprichosa, aquella tarde no pasó nada, salvo la voltereta macabra que se llevó Pablo Aguado de la que salió ileso, la vuelta al ruedo por parte de Juan Ortega y las ovaciones para David Galván. Nada para el recuerdo. Ese mismo año Juan Ortega toreó tres corridas más en Madrid sin resultado positivo; apuntaba, pero no había manera de que disparara, hasta el punto de que no le anunciaron ni en su Sevilla del alma, una plaza que, mira tú por donde, si contaron con la presencia de Pablo Aguado en una corrida de Jandilla que le dio por embestir y en la que Aguado cortó cuatro orejas en una corrida difundida al mundo por la televisión. O sea que, hasta ese momento no le conocía nadie, no reparaba en él ni Dios y, de repente, sin que nadie supiera los motivos, sale por la puerta del Príncipe y, desde aquel momento le pusieron el entorchado de figura del toreo, algo que no podía aspirar el referido Ortega porque ni siquiera estaba anunciado en la feria hispalense.
Si no recuerdo mal, hasta la corrida en la que se encumbró Juan Ortega en la feria de Linares de 2020 en plena pandemia, habían transcurrido creo que seis años desde que se doctorara y, si no llega a torear aquella corrida con aquel animalito santificado de Juan Pedro con el que, Ortega bordó el toreo, nadie sabe qué hubiera pasado con este diestro tan artista como justito de valor. Todo nació en aquella referida tarde puesto que, ese mismo año empezaron a contar con él y, en la temporada pasada ya era todo un referente en los carteles de lujo. ¿Y por qué en aquel momento y no antes? Porque sencillamente los hados de la fortuna –llamémosle empresarios caprichosos- no se habían juntado para que todo se tornara sumamente bello lo que hasta ese momento era una lucha sin cuartel. David Galván, el que fuera compañero de dichos diestros en la corrida aludida antes en Madrid, el pobre, sigue esperando ese golpe de suerte que todavía no le ha llegado.
Este año, como sabemos, el premio gordo le ha tocado de Tomás Rufo puesto que, siendo uno más del elenco de las figuras, ya está nominado para ser el triunfador de la temporada como sus logros nos vienen demostrando. ¿Estaba para él? Por supuesto. Y, en menor medida, pese a ser un gran torero, ahí está el triunfador de San Isidro, Ángel Téllez, al que le deseamos toda la suerte del mundo y que sus legítimos éxitos en Madrid fructiferen a modo de contratos que, como artista, se los merece.
Cierto es que, como dije, a Pablo Aguado y Juan Ortega les pusieron a circular dándoles la categoría de toreros de élite pero, como se está demostrando, entre los toritos de Juan Pedro y demás ganaderías de dicha sangre abochornada, no son capaces de levantar cabeza. Hombres de Dios, qué algo tenéis que poner vosotros.
Sí, amigos, todo está relacionado con la suerte o, en el peor de los casos, tener la paciencia infinita que siempre ha tenido Diego Urdiales, un torero que ha sabido esperar veinte años para que le llegara la suerte, la que se alió con él aquella memorable tarde otoñal del 2018 para salir por la puerta grande de Madrid tras una tarde irrepetible. Como vemos, también le llegó la suerte a Urdiales, aunque tuviera que esperar veinte años. La suerte, si está de uno llegará, aunque tarde. Cuestión de paciencia y de fe en uno mismo. Claro que, a tenor de los hechos, la fe en ocasiones se consume al igual que un cirio en una iglesia. Difícil y arriesgada profesión la de torero.
De igual modo extrapolamos el tema de la suerte si de cogidas de toreros hablamos porque, por ejemplo, el torero que más veces ha sido volteado por los toros no ha sido otro que Morante de la Puebla puesto que, ayer, sin ir más lejos, sufrió una dramática cogida de las muchas que ha sufrido este año pero, como Dios es “morantista”, el diestro ha salido ileso de dichos trances tan macabros. Suerte mía, dónde estás que no te encuentro, decía el poeta en su lecho de muerte.