Ayer nos desayunamos con la triste noticia –porque la misma es muy pésima- de la ruptura entre Juan Ortega, el artista sevillano con su apoderado Simón Casas. Otra víctima más de Simón Casas y, como sabemos la lista de rupturas entre su persona y los toreros es interminable. ¿Por qué le duran tan poco los toreros cuando los apodera? Juan Ortega es el último ejemplo de un desvarío sin límites por parte del llamado productor que, él sabrá de sus bagatelas. Es curioso, -yo diría que dramático-, que todos los toreros quieran que les apodere Simón Casas y, en la mayoría de los casos, al finalizar la temporada se rompe la unión pero con un estrépito de aúpa. O sea que, como dirían en mi pueblo a Simón Casas le duran los toreros lo que un caramelo a la puerta de una escuela. Claro que, en su caso, en ocasiones, esos caramelos están envenenados.
Pobre Juan Ortega, ya lo anuncié yo en estas mismas páginas que la catarsis estaba por venir y llegó. Adivinar lo que sucede entre bambalinas en el toreo es algo muy sencillo porque no hay que saber álgebra ni nada que se le parezca; se aplica la lógica y se llega a la conclusión que corresponde. Sin duda alguna, si los toreros tuvieran cojones y narraran los motivos por los cuales han abandonado al productor nos moriríamos de la pena; mejor dejémoslo así y que cada cual llore su pena en el rincón que mejor le plazca.
Pero así es el mundo del toreo, un cosmos de mutismo al más alto nivel porque la gente tiene miedo a la represalia. La grandeza que en su día mostró don Antonio Bienvenida al denunciar el fraude del afeitado a sabiendas que le costaría la cabeza, eso ya pasó a mejor vida porque no quedan toreros de aquella estirpe. Ahora, los que asumen la derrota y el fracaso junto a Simón Casas, callan y en silencio lloran sus penas; el silencio sería lo de menos, lo triste es cuando comprueban que tienen la cartera vacía. Como digo, todos callan a la espera de un mañana mejor, de ello podría hablarnos mucho Antonio Ferrera, Paco Ureña, Finito de Córdoba, el citado Ortega de ahora mismo y tres mil más. Eso sí, Simón Casas dice que les da la libertad a los toreros para marcharse. Vamos, ¡cómo para quedarse! ¿Verdad?
Digo que la inmensa mayoría de los diestros aspiran a ser apoderados por el empresario más poderoso del mundo pero, se les olvida un detalle, preguntar a los damnificados anteriores para no meter la pata como ellos; es decir, para curarse en salud, cosa que no hace nadie por dos razones, o porque esperan el milagro o por miedo a las represalias que, como se sabe, suelen ser muy duras.
Con la mano en el corazón, los toreros lo tienen muy difícil, yo diría que casi imposible puesto que, hasta cuando llega el hada madrina que todos esperan como remedio para todos sus males, de pronto, se deshace el hechizo y todo se derrumba como un castillo de naipes. Yo no quisiera estar ahora en la piel de Juan Ortega, un chaval educadísimo, un torero con un gusto particular de los que no vemos por las esquinas y, sin embargo, su alma estará derrotada porque se le ha caído el soporte que él pensaba que era el idóneo para aguantar las vilezas y miserias del toreo.
Otra vez a empezar de nuevo y, lo que es peor, el apoderado que Juan Ortega –lo tiene a su lado, Pepe Luis Vargas- elija debe de saber que, tarde o pronto tiene que tratar con Simón Casas para sus plazas, de forma muy concreta en Madrid y, según cuentan, Simón Casas tiene mal perder. Es decir, en un momento determinado puede pasarte una factura que no esperas. Confiemos que no sea el caso de Juan Ortega que, el chaval, como torero y como persona merece un respeto que no le han dado.
En la imagen, Juan Ortega, el último damnificado del productor galo