Tras ver los sucedáneos de toros que se han lidiado por esos pueblos de Dios –y algunas capitales- en que, el toro ha brillado por su ausencia, una vez más, taurinos y toreros se lo ponen en bandeja de plata a Victorino Martín para que, sin él pretenderlo, destaque por encima de todos los ganaderos, especialmente de todos lo que han lidiado en esta cruel temporada.

Entre todo lo que hemos visto y lo que nos han contado plumas de relevancia como Antonio Lorca y Carlos Crivell, que no son sospechosos de ser del coro de aplaudidores de Enrique Ponce, con ello nos basta y nos sobra para certificar que, en lo que llevamos de “temporada” sí de este modo se le puede calificar al año horrible que estamos sufriendo, la única corrida de toros que ha salido por chiqueros ha sido la de Victorino Martín, días pasados en Herrera del Duque.

La pena es que dicha corrida se lidiara en un pueblo porque dichos toros, caen en Madrid, y a estas horas todo el mundo estaría hablando del juego de los toros de Galapagar. Victorino trajo al pueblo citado una corrida de Madrid, íntegra, con casta, con bravura, con todos los argumentos que debe de tener un toro bravo. Vamos que, tras ver la lidia de dichos toros, pienso en los burros fofos de Juan Pedro y me entran ganas de vomitar y, para colmo, el ganadero por antonomasia de las figuras, se jacta de la bravura de sus toros. Por Dios, comparar un toro de Victorino con uno de Juan Pedro sería tanto como comparar a un león con una hormiga.

Me fascinó la corrida de Victorino Martín que, para mayor dicha, tuvo la variedad idónea para el disfrute del aficionado; la pena, como digo, es que tanta grandeza cayera en un pueblo humilde que, apenas disfrutaron; peor para ellos. Pero entre el empresario, los toreros y el ganadero, como triunvirato, llevaron a cabo lo que debe ser una auténtica corrida de toros. Bravura, emoción, casta, movilidad, peligro, incluso nobleza para que, junto a tan bellos epítetos, los toreros, cada cual a su manera, hicieron el esfuerzo para demostrarnos que, el toro de lidia en su autenticidad puede seguir siendo posible.

En dicho festejo no se aburrió nadie y, como dije, de haberse lidiado en Madrid, algún toro hubiera sido de vuelta al ruedo. Como fuere, loas de alabanza para el ganadero que, una vez más ha demostrado que es capaz de criar lo mejor que podamos soñar en la cabaña brava que, unas veces saldrán mejores que otras, pero como quiera que toda su camada está rociada y entendida para el resplandor de la fiesta, un diez para Victorino Martín que no dudó en acudir a un pueblo como si lidiara en la mismísima plaza de Las Ventas.

Allí pudimos ver el esfuerzo de los toreros, nada que ver con el bobo de Paco Ureña que nadie sabe cómo acudió a El Espinar para matar dos toros que ya salieron muertos antes de ser lidiados; duele lo que digo porque, precisamente Paco Ureña es un hombre que se ha forjado con el toro auténtico pero si ahora quiere ejercer de enfermero al estilo de Enrique Ponce, será su problema.

Emociona la sinceridad emotiva de Manolo Escribano que, sin regatear el más mínimo esfuerzo, en su primer enemigo pasó lo que se dice un trago pero, su poderosa muleta pudo con su enemigo; vamos que, si lo que hizo Escribano a dicho toro lo hubiera hecho Joselito en su época, le hubieran dado el toro para que se lo llevara a su casa y, muchos ignorantes piensan que el diestro de Gerena estuvo allí para pasar el rato con ese su primer enemigo; pero esa es la deformación de la fiesta que, como digo, son muchos los revisteros que ponderan el toro sin casta, sin alma, sin apariencia de nada para disfrute de las llamadas  figuras del toreo; no quiero figura alguna, quiero el toro auténtico y la grandeza de Escribano que, por cierto, en su segundo enemigo que le metió muy bien la cabeza dio unos naturales bellísimos de los que nos acordaremos durante  mucho tiempo.

Daba escalofríos ver como Garrido y Juanito sacaron lo que tenían y lo que no tenían porque no comprendían que el toro de verdad suele plantear problemas, nada que ver con lo que matan Ponce y sus huestes que, estarán en activo tres mil años más.

Me quedo, repito, con una corrida brillantísima como la que lidió Victorino Martín en Herrera del Duque puesto que, en dicha tarde, Victorino no es que fuera duque por su grandeza, yo mejor le definiría como su excelencia por ser capaz de criar ese toro tan auténtico que, al paso delos años retiró a muchos toreros pero que, por ejemplo, Ruíz Miguel y Luís Francisco Esplá, como grandes que eran en la tauromaquia alcanzaran la gloria justamente con los toros de Galapagar. No es menos cierto que, tras la retirada de los diestros citados, muchos han sido los que han sido capaces de triunfar con dichos enemigos. Lo que se evidencia con Victorino Martín no es otra cosa que tenemos dos clases de fiestas, la que él y los toreros que le secundan, y la de los amanerados que se ponen bonitos con los de Juan Pedro.

Claro que, la autenticidad que don Victorino Martín Andrés imprimió a su ganadería, la que sigue ahora su admirado hijo, dicha verdad ha sido la tónica dominante de los Albaserradas de don Victorino que, como se ha demostrado a la largo de su historia taurina, las llamadas figuras del toreo en todas las épocas que ha lidiado Victorino Martín, no le han hecho falta para nada porque, sus toros, con su propia personalidad le han bastado y sobrado para ser, como digo, el ganadero por excelencia de España, con todos los respetos y admiración hacia los que, como él, siguen la misma estela de su verdad.

En la imagen, un toro de Victorino Martín que, por su pinta ya se sabe que es un Albaserrada.