Ayer todo era mentira en Sevilla puesto que, como siempre ocurre, cuando llegan las figuras el toro se queda en las dehesas. Se lidiaron seis animalitos sin alma, sin trasmisión y sin fuerzas que, los mismos, hicieron las delicias de sus lidiadores, en el caso de El Juli que, gracias a la dádiva generosa de un presidente pueblerino salió por la puerta del Príncipe. Lo dije millones de veces y lo vuelvo a repetir, ¡qué fácil es triunfar en Sevilla! Claro que, como de igual modo dije, nadie valora los triunfos de dicha plaza porque son de pura broma.

Alguien dijo por allí que los toros tenían casta. ¿Casta? Me preguntaba para mis adentros. O sea que, ahora, a la dulzura, bobaliconería, tontuna y sin fuerzas en sus toros, a éstos les endilgan el epíteto de casta. Échale hilo a la cometa que le hace mucha falta. De todo aquel desfile borreguil salvamos las siete verónicas de Morante que, superarlas es un imposible. El animalito quiso colaborar con el de La Puebla para que éste llevara a cabo un quite memorable; lo mejor de la tarde y, barrunto que de la feria, algo que el tiempo nos dará la razón.

La catarsis se desató con El Juli pero, la pregunta es obligada, ¿se acordará alguien de dicha tarde en el día de hoy? Todos, sin distinción, comentaremos las verónicas de Morante pero, nadie recordará a Julián que hizo el destoreo como nadie en el mundo. Su segundo toro era para verlo en las manos de Pepe Moral pero, ya se sabe, Moral es un gran torero, pero no es figura del toreo, razón por la que tiene que matar el Toro de verdad mientras que, las figuras matan los animalitos aborregados y descastados.

¿Dónde estaba ayer el peligro en Sevilla? En los toros seguro que no. El peligro era, como así ocurrió, que se desatara la catarsis tontuna de unos espectadores ignorantes que provocaron el triunfo de El Juli al que, dicho sea de paso, me gustaría mucho ver con un toro encastado, por ejemplo, alguno de Torrestrella.

Tras aquel bellísimo ramillete de verónicas de Morante, José Antonio puso voluntad ante aquellos moribundos animalitos que poco tenían que ofrecer, como lo hizo el comparsa de dicha tare Miguel Ángel Perera que, dada su tremenda altura, todavía ridiculiza más a sus enemigos que, parecen cabras a su lado.

¿Quién lloró ayer de emoción en dicha plaza? ¿A quién se le puso el vello de punta? ¿Dónde estaba ayer la emoción? ¿Tenía aquello tintes de misterio? Todo estaba programado para que triunfaran los mismos. Ocurrió de todo, menos que saliera un toro con casta para crear emoción en el ruedo. Conclusión; todo olía a la más burda mentira porque en una corrida de toros si el protagonista, en este caso el toro, es un burro sin alma, lo demás nos sobra todo. Por cierto, ¿palpó alguien el peligro de que los toreros pudieran caer heridos? Nadie se percató de ello porque los animalitos solo querían morirse debido a las poquitas fuerzas que tenían. Una vez más, la parodia apareció en escena. Y luego nos quejamos de los de Pacma. Al final para desdicha nuestra, todos tendremos que hacernos de dicho partido.

Pla Ventura