Antes, sin salir de Salamanca tenías un filón variopinto, como el zorro de Antonio Pérez, que decía de sí mismo: “Como ganadero soy uno más pero como tratante soy el mejor de España”. Antonio Pérez representaba con la misma naturalidad su papel de gran señor con habitación fija en el hotel Palace de Madrid que gitaneaba engañando a sus propios compañeros. En el Palace tenía desde un smoking hasta las clásicas polainas repujadas del traje corto. Desde ternos de alpaca veraniegos hasta los más costosos gabanes de piel de camello, zapatos italianos y sombreros de fieltro inglés.

Y a la hora de ronear eran famosas sus noches madrileñas con hembras de fuste y renombre. Pero en el gitaneo no tenía rival. Una vez convocó en Madrid una junta extraordinaria de ganaderos para jurar solemnemente que nadie vendería una corrida por menos de cien mil pesetas. Y todos se hicieron los fuertes. Nada más salir de la reunión Antonio Pérez tenía vendidas todas sus corridas a dos mil duros más baratas de lo convenido. Otra vez venían unos empresarios de un pueblo murciano para comprarle una corrida que tenían comprometida con los Hermanos Rodríguez Pacheco. Y los esperaban a mesa puesta en su casa de Gallegos de Argañán.

Como era de rigor entraron por San Fernando a saludar a don Antonio. Al poco rato ya les había vendido la corrida y los hombres estaban avergonzados por su falta de palabra con los Pacheco. Don Antonio que se dio cuenta de la situación llamó inmediatamente a los dos hermanos: “Le he vendido la corrida a estos amigos vuestros. Como sólo tenéis una os será fácil darle salida. Pero poneos en mi caso, que tengo que vender más de cien toros cada temporada”. Y a los Pacheco no les pareció mal. ¡Cosas de don Antonio! La tremenda rivalidad entre ganaderos andaluces y salmantinos la resolvió haciéndose íntimo amigo de Eduardo Miura y empadronándose como criador ¡en la zona de Sevilla! No se perdía una feria de Abril y además chanelaba de flamenco. Para acabarlo de arreglar decía: “Yo he nacido en Salamanca ¡pero mi novia es Sevilla!”, y no le parecía mal ni a los de allí ni a los de aquí.

Cuando al final de su vida, sus hijos empezaron a jugar a hacerle la contra los reprendió seriamente: “No os vayáis a equivocar que tiene más fuerza de la que pensáis”. El difunto Juan Mari no se podía imaginar que después de tantos años sin faltar su ganadería a San Isidro, una tarde el público de Madrid gritara a coro: “¡Juan Mari que no vuelva!” y estuvo cinco años sin poder lidiar en aquella plaza a pesar de exigirlo las figuras.

En la última feria de Salamanca que vivió don Antonio se encontró un día en el Gran Hotel a Camará y Atanasio que estaban estudiando la estrategia para quitarme de en medio. “Como sigáis atacándolo os va a dar muchos disgustos”. Y como estaban poniéndome a parir don Antonio sentenció: “Navalón no es malo porque sabe lo que dice. ¡Lo peor va a ser la escuela que va a dejar!”. Se refería a mis imitadores. Y como siempre, acertó.

Ya digo que aquellos personajes eran muy lucidos para bien o para mal. Todavía me asombro del partido que les saqué a las crónicas de Atanasio cuando presumía de amigo pero creía que tenía mucho poder y en su condición de diputado de las Cortes franquistas fue a ver al director de ‘El Ruedo’ para que me expulsara inmediatamente “porque el hijo de un rojo no podía escribir en la Prensa del Movimiento”.

El director lo echó del despacho y Atanasio se vino a Salamanca con el rabo entre las patas. Yo, que ignoraba el incidente, seguía poniéndole las corridas bastante bien, hasta que pasado un año el director me contó “la clase de paisano que tiene usted”. Por aquel entonces “El Ferroviario” Atanasio presumía de gran señor y rico de toda la vida, pero yo sabía su verdadera historia como humilde ayudante de factor en la estación de Espino de la Orbada. Luego pegó el braguetazo con doña Nati Cobaleda que por su carácter difícil no encontraba pretendientes para arriesgarse al matrimonio. Y Atanasio mejoró de fortuna.

Cuando más confiado estaba un año después de su ‘hazaña’, conté la historia del ferroviario. Y sus toros se conocían desde entonces como ‘los del ferroviario’. A Atanasio se le revolvían las tripas cada vez que alguien le recordaba su pasado en el ferrocarril y cuando echó una corrida bastante buena en Madrid todo el mundo esperaba que se la pusiera mal. Se llevaron un chasco porque resalté las cosas buenas de los toros. Pero al ganadero lo dejé escurriendo.

Decía más o menos: “Esta vez no se ha cumplido el viejo refrán ganadero de que los toros se parecen al amo. ¡Esta vez los toros salieron buenos!”… Y a continuación contaba cuando unos contrabandistas portugueses vinieron a matarlo a Ciudad Rodrigo porque los había engañado. Atanasio tuvo que esconderse debajo de las faldillas de una camilla que tenía Pepe el de ‘El Porvenir’ en la cocina y de allí lo sacó protegido la Guardia Civil mientras los Monteiros esperaban en la calle enarbolando las garrotas. Estuvo cuatro meses sin poder aparecer los martes en Ciudad Rodrigo como tenía por costumbre. También conté su tertulia con Jesús Arjona y Rafael ‘El rico de Espeja’ porque siendo los tres millonarios, cuando se juntaban en ‘El Lampi’ cada uno pagaba su café y no se tiene noticia que ninguno invitara a los otros ni una sola vez. Total, que habiéndole jaleado la corrida como se merecía, se le atragantó el triunfo porque con estas historias el personal supo que “los toros no salieron al amo”… Y seguro que Atanasio se acordaría más de una vez de don Antonio: “Te has confundido Ata, con éste te va a salir un grano”… Lo bueno del ferroviario es que dejó como sucesor a ‘Caraliebre‘ que también ha sido un personaje al que se le puede sacar mucho partido.

Un buen hombre que dio juego fue Florentino Díaz Flores cuando estaba en la cumbre del poder como apoderado de ‘El Viti‘. Siempre me llevé bien con él porque era simpático y buena persona. Pasamos muchos ratos buenos juntos y además teníamos la afinidad de sentir el mismo ‘aprecio’ por Atanasio. Pero una vez surgió un malentendido y para fastidiarlo lo llamé el ‘hombrecillo de la varita’ y le gasté una gracia por su forma de vestir. Y como Florentino era muy sentido se llevó un berrinche de órdago. Yo sabía que la enemistad iba a durar muy poco, pero le daba largas recreándome en la suerte. Hasta que al acabar la temporada me pilló en la final de acoso y derribo en Alba de Tormes. Y se vino por derecho. Nos dimos un abrazo y desde entonces, ni un ruido.

Cuando hace cinco años eché una corrida en Benidorm, donde pasaba largas temporadas, Florentino estuvo más preocupado con la corrida que si fuera suya. Me defendió un toro que blandeaba algo y los veterinarios lo querían rechazar. Luego como hablaba en la emisora local y los críticos no tenían mucha ley me puso los toros por las nubes y pasamos juntos unos días muy agradables. Naturalmente hablamos de la varita… de la buena suerte. Después el tono de las polémicas ha bajado bastante por falta de material y de personajes que se presten al lucimiento. Cuando hace poco tuve que ocuparme de una carta que escribió un nuevo rico al director después de regalar un morucho en el Festival de las Hermanitas, me di cuenta de lo difícil que resulta escribir del mundillo taurino en los tiempos que corremos. Es lamentable que una pluma de mi categoría tenga que descender a ocuparse de un individuo que además se llama Sánchez Benito. ¡Si es que con ese nombre es imposible sacarle partido!

Alfonso Navalón