Eran las 5,40 de la madrugada y ya no podía dormir acordándome de aquellas noches que acababan poco a poco en borracheras, la última surgió dos noches antes de comenzar este relato.
Gracias a Dios ni soy alcohólico ni me gusta en exceso las bebidas que lo contienen, pero reconozco que en algunas ocasiones esporádicas hice uso de él, las veces que he bebido alcohol en exceso fue con motivo de grandes alegrías que venían acompañadas de exquisitos momentos, tan solo una vez en mi vida me emborraché para olvidar, quise olvidar un momento muy amargo de mi existencia y lo logré en aquella inolvidable madrugada pero puedo jurar que cuando volví a la serenidad pasé parte de los peores días que viviré.
Antes de continuar con este relato quiero expresar lo que en alguna ocasión escribí acerca de lo que me dijo un amigo, «Julián no desnudes tus sentimientos cuando escribas que por ahí entran tus enemigos».
Y yo me pregunto, ¿Acaso no puede ser motivo de enfermedad contenerse sentimientos? Yo escribo para mis amigos, para quien me quiera leer y sobre todo para mí, además escribir creo que es una buena terapia.
Volviendo a las borracheras, quiero escribir que para mí casi todas las que viví fueron inolvidables, la mayoría surgieron de largas y divertidas madrugadas donde nunca quería que llegase el sereno amanecer, la más reciente surgió como he escrito líneas atrás hace dos días en Madrid y terminé amaneciendo en un pueblo de Zamora bajo un cielo con luna llena arropado en el coche por mi capote que usé como manta para abrigarnos del frio, si digo abrigados porque la mujer de mi vida también estaba conmigo.
Vine a este pequeño pueblo de Zamora (Vadillo de la Guareña) porque aquí está uno de mis mejores amigos, aquí encuentro la paz y la tranquilidad que a veces me roba la ciudad donde vivo.
Aquí miro el cielo y las estrellas me parecen diferentes aunque sean para todos iguales, algún lucero parece tener como más luz, ahora estoy sentado al lado de la chimenea de leña, el silencio solo parece ser interrumpido por ese chasquido que desprenden los rescoldos de los troncos de leña que encendí hace una hora, hasta ese tímido ruido viene acompañado de paz.
Escribo sobre la manta que fue mi capote la otra noche y sobre la luna y algún lucero no para adornar y dar brillo a este simple relato, es que sería injusto no expresar y describir lo que viví la otra madrugada esperando que llegase la mañana para tocar la puerta de la casa de mi amigo.
Y… Hasta llegar esa madrugada y empezar a escribir en esta, quiero escribir algunos detalles como una ducha antes de emprender viaje para calmar la borrachera, un café con algún dulce en un bar de pueblo en carretera, los posibles rescoldos que pudieran quedar de los efectos del bebido alcohol desaparecen totalmente cuando pasó al baño y pongo a remojo mi cabeza bajo el lavabo, un pequeño paseo por los alrededores de aquel bar me devuelven casi la completa serenidad y estabilidad emocional y física, la carretera está solitaria y la compañía de mi chica y la buena música de la radio hacen que el viaje parezca que estoy en el paraíso y alucinan mis pensamientos y sentimientos creyendo ser que el mundo es mío.
No tengo que justificar nada, no hice nada mal y si en algo pequé fue en llamar a algún amigo para compartir risas del momento, desde aquí si os molesté os pido perdón Óscar, Pablo, Carlos, Bernardo, Rafa, sé que vosotros me vais a entender porque también habéis saboreado esas puntuales borracheras casi siempre tan merecidas.
Quiero dedicar este relato a puntuales borracheras que me hicieron pasar mejor algún trago amargo, que me hicieron también vivir y recordar momentos felices, que su recuerdo me lleva a inolvidables y necesarias noches.
En esta vida hagas lo que hagas, escribas lo que escribas siempre habrá quien largará de ti, así que aprendí y sigo aprendiendo a hacer lo que me da la gana, vivir a mi manera sin querer hacer mal a nadie, a quien no me interesa trato de ignorar así que si no te gusto lo que hoy escribí ignórame.
Julián Maestro, torero.