Aquello era ya insoportable, el miedo se apoderaba de mí, las piernas se quedaban como laceas y sin fuerza a pesar del continuo entrenamiento, a cada sitio que iba la preocupación por el estado del ruedo y la colocación en buen estado de los burladeros en las plazas portátiles para poder entrar bien era una obsesión, había llegado el momento de no vestirme más de Torero.

El miedo para mi tiene olor y sonido, se me despertaba en el olor a humo de tabaco sobre todo el olor a humo de puro que es más fuerte, lo solía respirar cuando llegaba al patio de cuadrillas y algún aficionado o apoderado lo esparcían por sus bocas y se veían las señales de humo en el ambiente, cuantas veces imaginariamente cuando veía ese humo en los túneles o patios de cuadrillas me hubiera gustado evaporarme como se  ese humo fugaz que se disipa en el aire.

El miedo, también lo percibía cuando en los hoteles o pensiones los picadores salían para la plaza, ese ruido que hacen las patas de hierro despertaban mis instintos del miedo y sabía que se acercaba la hora de partir para la plaza.

Muchas personas ajenas al mundo del toro se piensan que los toreros no pasamos miedo, infinidad de veces me preguntó mucha gente que si tenía miedo.

De niño para sentirme héroe respondía que no, pero la verdad es que siempre fue un fiel compañero en cada tarde de festejo e incluso en menor grado también lo sentía cuando iba a los tentaderos.

Siempre tuve muy claro que el toreo no es un juego y que cualquier animal por pequeño que sea merece un respeto.

Recuerdo un día de entrenamiento matando unos toros a puerta cerrada en febrero del año 1982 que un novillo que estaba cojo que solo apoyaba tres patas en el suelo, al cerrarlo para pararlo yo con el capote metió la cabeza por el burladero donde estaba el banderillero hoy en día ya retirado Pedro Herranz «Madriles» y le pegó un cornalón que le tuvo retirado de la profesión un año, aún recuerdo el reguero de sangre que dejó Pedro por el callejón de la plaza cuando le trasladaban para curarlo. 

Aquel novillo ante su invalidez visible no se le afeitó para aquel entrenamiento pensando que se podía morir en el mueco.

Aquel día ese novillo inválido, cojo y con la fuerza justa casi acaba con la carrera del buen torero «Madriles», (no existe enemigo pequeño).

Ese miedo que todos pasamos nos convierte en valientes a unos más que a otros cuando lo vencemos.

Por eso cuando vences al miedo, sientes admiración por ti mismo y por todos esos héroes que juegan con la muerte cada tarde que se visten de luces y vencen al miedo.

El miedo, se mete en tu cama y a veces te hace levantarte empapado de sudor.

El miedo, te lo quitas enfrentándote a él y no siempre lo consigues.

El miedo, finge sonrisas que no son de verdad.

El miedo, también sabe a soledad de hoteles en habitaciones vacías.

El miedo, es el dolor a lo físico y a las cornadas morales que a veces duelen más que las cornadas del cuerpo.

El miedo, es a veces despertar y no saber si volverás a tu casa para dormir con tu familia.

El miedo, es comprender un poco más los clarines y timbales.

El miedo, es entrar en un pasillo que está a veces lleno de personas y sentir que en pocos instantes vas a estar solo frente a un toro.

El miedo, es sentir la incomprensión de animalistas y antitaurinos cuando piensan que un torero es un asesino y mata a un animal por placer y en su mente no admiten teorías y formas de sentir y vivir diferente, en realidad no tengo miedo a esas gentes tengo miedo a sus leyes destructivas que quieren crear .

El miedo, te hace respirar peor.

El miedo, te hace un nudo en la garganta y no te deja casi tragar.

El miedo, en ocasiones no te deja comer o todo lo contrario, te despierta más el apetito.

El miedo, te cansa las piernas, te resta facultades, te hace envejecer algo más.

El miedo, se acerca más a los toreros mayores porque son más responsables y dejan un poco de ser atrevidos porque se hacen más precavidos y eso lo sabe bien el miedo.

El miedo, sabe bien a quien se acerca, los jóvenes lo vencen desafiándolo, los mayores con algo más de inteligencia.

El miedo, todos los toreros lo conocen es un fiel compañero que quisieras no haber conocido pero irremediablemente se presenta a ti sin buscarlo.

Personalmente al final de mi carrera, cada vez le odiaba más, se apoderaba de mí y cada vez tenía menos recursos físicos y psíquicos, había llegado el momento de decir adiós al toreo.

«Adiós a esos miedos».

 Julián Maestro, torero