Me das miedo y te juro que sin querer bailé y jugué contigo muchas tardes.

Mi cuerpo está condenado a algún día estar contigo para siempre, es lo único que forzosamente de mi tendrás en tu poder, porque mi espíritu jamás te pertenecerá, el estará en el tendido de una plaza de toros, en un albero, en lugares que siempre frecuenté, en el vuelo de un capote, en el corazón de las personas que siempre quise y me quisieron.

Sé dónde están tus domicilios, a veces voy por allí para recordar a quien te llevaste.

Cuando estoy allí siento paz, esa que tú les robaste a los buenos, creo que es la única cosa buena que tienen tus barrios, (el barrio de los «callaos») que así es como de broma se refería mi padre que en paz descanse cuando pasábamos cerca de alguno de tus domicilios.

Cuando te llevabas a alguien mi padre siempre decía aquella frase de «que nos espere muchos años».

Cuando hace tantos años mi padre decía eso, a mí me sentaba mal, me daba un poco de rabia mezclada con pena, sobre todo si la persona era conocida. Yo era bastante más joven y veía la muerte como algo muy lejano, ahora que soy bastante más mayor soy yo el que cuando muere alguien dice la frase,  «que nos espere muchos años».

Vi pasar la muerte de cerca de algunas personas e incluso sentí su presencia, siempre me dio mucho reparo incluso hasta hablar de ella, en estos momentos mientras escribo este texto se me ponen los pelos de los brazos de punta, pero jamás escribí de algo tan natural aunque nos parezca anti-natural con tanta naturalidad.

Julián Maestro, torero

Puesto que Julián nos habla de la muerte, valga esta desgarradora imagen de Iván Fandiño en Madrid, por cierto, el último diestro que entregó su alma a Dios en un pueblo de Francia, aquel 17 de junio del 2017.