Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, «Manolete», un torero que revolucionó la tauromaquia.

El 4 de Julio de 1917, en Córdoba, nacía Manolete, el torero que fue sin duda el punto de inflexión en el mundo taurino. Cuando sonaban los clarines, comenzaba el paseíllo y  Manolete pisaba el albero, todo eran ovaciones al maestro. En las tardes de temporada sólo había un nombre, el suyo. Marcó un antes y un después en la historia del toreo. Fue tal el punto de efusividad y popularidad que alcanzó entre la gente que se convirtió en el ídolo de la posguerra. Cuando toreaba, la gente olvidaba las penas y las miserias, pues todo eran «oles» a su persona. Con sus gafas de sol, y su traje de chaqueta, siempre «como un pincel», fue además generoso a más no poder, pues a todos los que le pedían limosna se la daba, y ésta no era poca. Fue una figura única, inventor de «manoletina», creyente al máximo, y por supuesto,  su madre, doña Angustias era su razón de vivir, sentía por ella una devoción y un sentimiento de amor materno inmensos.

Fue una tarde, de Agosto, la del 28, en la que cambiarían para siempre los confines de la tauromaquia. Islero, el Miura de casi 500kg, le propinó una cornada que le quitaba la vida en la Plaza de toros de Linares. Como anécdota, destacar su última frase, que demostraba una vez más el amor del maestro por su madre, cuando exclamaba cuando lo llevaban a enfermería: «¡Qué disgusto se va a llevar mi madre!».

Sobre las razones de su muerte se ha especulado mucho sobre una negligencia médica, lo cierto es que a pesar de haber reaccionado bien a las primeras transfusiones de sangre, empeoró su situación al transfundirle plasma noruego.

A pesar de no ser nada supersticioso, porque creía firme en Dios, Manolete se percató de que había en sus corridas de la temporada un misterioso hombre en el tendido, que vestía completamente de gris y lo miraba fijamente, pero nadie más podía ver a este hombre.

Nada pudo evitar que ese 28 de agosto, día de San Agustín, le pusieran el crespón a la Mezquita, a torre y sus campanas, a la reja y a la Cruz, y cubierto con ese capote de grana y oro, subió a los cielos a torearle a Dios.

José Ángel Gavira Haba. 

En la imagen, Manolete, con la que fuera su gran amor, Lupe Sino